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La Batalla de Rivas

La Batalla de Rivas
(11 de abril de 1856)

Walker, como queda dicho, se había trasladado con sus tropas de Granada a Rivas, estableciendo su Cuartel General en esta última ciudad; pero muy pronto los informes que el Presidente de Nicragua le comunicaba, acerca de la alianza de Guatemala y El Salvador para hacer la guerra a Nicaragua, lo decidieron a moverse sobre León, con el objeto de restablecer la confianza de los leoneses. El dice que ignoraba las fuerzas qu Mora tenía en la frontera, y en la noche del 5 de abril embarcó sus tropas a La Virgen, y después de reforzar el fuerte de San Carlos y el Castillo Vijo, las desembarcó el 8 en Granada (1).

El ejército de Costa Rica entró en Sapoá el 29 de marzo y allí el Presidente Mora dio una proclama a los nicaragüenses, diciendo que iba como amigo, no a proteger un partido, sino a librar a Nicaragua de la opresión extranjera, y en igual sentido dirigió después una circular a las municipalidades de las principales poblaciones de Nicaragua.

El 5 de abril en la tarde, el ejército acampó en Peña Blanca, y el 6 llegó a Santa Clara, donde dos comisionados de la ciudad de Rivas invitaron al Presidente Mora a que la ocupara.

El 7, el ejército se dividió, según se había dispuesto el 5, marchando la parte principal sobre Rivas y dos columnas, de 300 hombres cada una, a San Juan del Sur y La Virgen, respectivamente. La primera de éstas, a las órdenes del Coronel don Santos Mora, entró sin resistencia en aquel puerto; y la otra, al mando del Teniente Coronel don Juan Alfaro Ruiz y del Capitán don Daniel Escalante, habiendo sido atacada desde la Casa de la Compañía de Tránsito y otros puntos, y sufriendo algunas bajas (en el combate, al ocupar el lugar, dio fuego a esa casa enemiga y al muelle de la misma compañía.

Pronto recibió Walker noticia de todo lo ocurrido, coincidiendo con la de haber cesado la alarma en León, y sabiéndose allí que los otros Estados no marcharían contra los filibusteros, a lo menos por entonces, resolvió marchar sobre la ciudad de Rivas, para donde salió con todas sus fuerzas, a excepción de dos compañías, dejadas de guarnición en Granada.

En Rivas se sabía que el ejército enemigo estaba en marcha, aumentado por nuevas fuerzas que habían arribado por San Juan del Norte y llevando, además, a la vanguardia, 800 nicaragüenses del partido llamado democrático.

GENERAL JOSE MARIA CAÑAS<br>El más sobresaliente caudillo de la Guerra del 56

GENERAL JOSE MARIA CAÑAS
El más sobresaliente caudillo de la Guerra del 56

El 10 se encontraron dos piquetes avanzadoss de una y otra parte y se cruzaron algunos tiros cerca del pueblo de El Obiiraje. No lejos de allí los invasores tomaron un hombre, quien, interrogado pojr Walker y amenazado con la muerte, dio una descripción exacta y minuciosa dde los puestos ocupados por los costarricenses. Designó las casas que ocupaban Mora y su Estado Mayor, el lugar en donde estaban las municiones y cuántas eran, sin olvidar dos piececitas de artillería que defendían algunas de las calles principales. A ese hombre le dieron los filibusteros la muerte con que le habían amenazado, sin embargo de que sus informes fueron tan completos como el resultado lo demostró, y de que Walker, en esta convicción, formuló sobre ellos el plan de ataque que en aquella misma noche comunicó a sus oficiales. El plan era el siguiente: el Teniente Coronel Sanders, con cuatro compañías de rifleros, debía entrar por las calles que corren al Norte de la plaza, llevando sus tropas a paso de carga si fuese posible, hasta llegar a la casa ocupada por nuestro Estado Mayor; el Mayor Brewester, con tres compañías de rifleros, debía entrar por las calles situadas al Sur de la plaza, y dirigirse también sobre el Cuartel General costarricense. Walker esperaba que, de este modo, antes de que nuestro ejército pudiera rechazar aquel violento ataque, podría apoderarse de la persona del Presidente de Costa Rica; y que, aunque no se lograra este atrevido intento, sí obtendría una posición ventajosa desde donde dominar el almacén de guerra, que era el objeto encomendado a los rifleros. El Coronel Natzmer y el Mayor O’Neal, pasando por el extremo izquierdo de la ciudad, obrarían contra la derecha de nuestras fuerzas, debiendo mantenerse a poca distancia de Brewester; Machado, al mando de los nicaragüenses, marcharía sobre la plaza, por el Norte, a sostener la derecha de Sanders, el encargado de tomar el Estado Mayor; y el Coronel Fry, con sus compañías de infantería ligera, quedaría de reserva.

En la tarde del 10, se recibió en Rivas el parte de que el enemigo se encontraba a pocas leguas de distancia; pero ya se había despachado una escolta exploradora con orden de apostarse en el paso real del río Gil González. Por desgracia, debido a la inexperiencia del oficial a quien se dio la comisión, el enemigo flanqueó la escolta y acampó a una media legua de su retaguardia (2), y habiéndose recibido otro parte en la mañana del 11, de que el enemigo se acercaba, fue puesto en marcha un batallón, a las órdenes del Mayor don Clodomiro Escalante, con objeto de que lo batiera en el camino.

El astuto y audaz jefe filibustero evadió también el encuentro de esta fuerza y, marchando con toda presteza sobre la ciudad de Rivas, atacó de improviso y vigorosamente, por tocias partes, a nuestras tropas, mientras que entre ellas reinaba completa calma, y se creía que antes de cualquier ataque del enemigo se oirían las descargas, al encontrarse éste con los cuerpos de ejército avanzados para rechazarlo, o se recibirían nuevas noticias.

La sorpresa fue completa, y el Estado Mayor habría caído probablemente en poder de los invasores, si la previsión y el valor, nunca bien ponderados, del Teniente don José María Rojas, no hubiera frustrado la parte más importante del plan de Walker, arrebatando un fusil a un soldado, y dando muerte instantánea al jefe Machado, que con los nicaragüenses debía apoyar a Sanders. Aquella fue la señal de alarma y los nuestros acudieron allí con ímpetu recomendable, al mismo tiempo que de igual manera rechazaban el asalto en los otros puntos atacados.

«El combate se trabó, dice Jerónimo Pérez, de una manera horrible y desventajosa para los de Costa Rica, porque se lanzaban, a pecho descubierto, a desalojar a los contrarios de las casas que ocupaban, desde cuyos techos hacían estragos en ellos» (3).

Hubo momentos difíciles, es cierto; pera ellos fue muy superior el valor de nuestros jefes y oficiales, y el heroísm de nuestros soldados, estimulados por el Presidente Mora en persona. Una vez frustrado el plan de asalto, los nuestros tomaron la ofensiva y a las once del día los filibusteros y sus aliados estaban reducidos a la plaza y avenidas de la Iglesia, y concentrados, principálmente, en el Mesón llamado de Guerra, mientras que los costarricenses tenían el resto de la ciudad y expeditos Jos cam¡os de La Virgen y San Juan; prin ti ataque sobre los lugares ocupados por elenemigo se hacía tan costoso, ionio eran certeros los fuegos de los filibusteros.con armas superiores y ejercitados en el manejo de ellas; ventajas dignas dea mayor atención, no obstante li disciplina, el arrojo y la constancia de nestro improvisado ejército de Libradores y artesanos, de simples ciudadanos.

No podrá separarse del recuerdo de aquel día de sangre y de dolor, el nombre del General don José Manuel Quirós, quien, invitado a inclinarse un tanto, en lo recio del fuego, para que se reguardase del peligro, contestó: «Los Generales no se agachan». Ni podrá olvidarse la bizarría del Teniente coronel don Juan Alfaro Ruiz, el denuedo de los Capitanes don Joaquín Fernández, don Víctor Guardia, don Santiago Milet y de otros tantos héroes, entre los cuales se cuenta un soldado que, sorprendido de centinela al comenzar la acción, y separado por las vicisitudes de la batalla del grupo de los suyos, permaneció en su puesto, con el mayor peligro de la vida, hasta que, por la tarde, interrumpido el combate vinieron a relevarlo en debida forma.

Ni es menor el mérito de los valientes que intentaron incendiar el Mesón, y, entre ellos, del Sub-Teniente don Luis Pacheco, quien, al pretender ejecutarlo, sufrió cinco balazos, al mismo tiempo que las llamas fueron extinguidas (4).

Pero, sin embargo de tanto heroísmo de los jefes y soldados nuestros, no hay ejemplo de abnegación igual a la del soldado Juan Santamaría: «En pleno combate, dice el señor Bonilla, testigo presencial del hecho, el General Cañas exclamó: Muchachos, ¿no habrá entre tantos valientes, alguno que quiera arriesgar la vida incendiando el Mesón para salvar a sus compatriotas? Y el soldado Juan Santamaría contestó en el acto: Yo iré, pero les encargo que no se olviden de mi madre. Acto continuo, con la improvisada tea en la mano derecha, partió a la carrera y la aplicó en el alero del ángulo Suroeste del Mesón y habiendo sido herido en el brazo derecho, tomó la tea con la mano izquierda hasta que, atravesado de un balazo, cayó en tierra, mirando al cielo, con el convencimiento de que su obra se había consumado!» (5) (6).

El General Presidente don Juan Rafael Mora, dio el parte de la batalla del modo siguiente:

Cuartel General, Rivas, Abril 15 de 1856.

H. Señor Ministro de la Guerra:

He dado parte ya de la gloriosa jomadla del 11, y lo repito ahora detallado, aunque sucinto, pues nunca acabaría de recopilar justamente los documentos heroicos hechos de mi valiente tropa. A las siete de la mañana y a consecuencia de las astutas maniobras del jefe filibustero William Walker, mandé una columna de 400 hombfes, al mando del Mayor Clodomiro Escalante, con dirección al pueblecito de Potosí, por cuyo lado nos llamaba la atención el enemigo. Un cuarto de hora habría pasado apenas, después de la salida de dicha columna cuando Walker, escondido sin duda de antemano en las cercanías de esta ciudad, abierta y rodeada por todos lados de espesos platanales y cacaotales, la invadió como un torrente por el lado opuesto al camino que había tomado la columna del Mayor Escalante, apoderándose de la plaza y llegando muy cerca de las casas del Cuartel General y depósito de pólvora, situado al frente de él y ambos a dos cuadras de distancia de la plaza. El primer momento fue terrible. Nuestra gente y posiciones fueron de improviso flanqueadas, ceñidas casi de un círculo de fuego y de balas. Todos empuñamos las armas y acudimos a la defensa. El Coronel Lorenzo Salazar apoyó este cuartel con un puñado de gente que tenía y rechazó al enemigo dando tiempo a que la columna que había salido de la ciudad entrara de nuevo y fuera ocupando puestos. venta¬josos, hasta llegar casi a cambiar la defensa en ataque, obligando a los enemigos a ampararse a las casas. Un cañoncito avanzado hacia la plaza y defendido por cuatro artilleros solamente, nos había sido tomado por los filibusteros en su primera carga, y por un inconsiderado empeño de honor en recobrarlo perdimos alguna gente. Tres veces salieron nuestros soldados de la esquina en que está situado este cuartel (casa de don José María Hurtado) corriendo hacia el cañón, colocado a dos cuadras de distancia, y tres veces sufrieron la descarga de metralla, y el mortífero fuego del enemigo situado en la plaza, mesones del Cabildo y de Guerra (en el cual estaba Walker con lo mejor de su gente), en la iglesia, su campanario y la casa de la señora Abarca, llamada por los nuestros del señor Colé. A las once del día ocupaban los filibusteros la plaza, como queda dicho, y todas las avenidas del lado de la iglesia. Desde la cuadra atrás del Mesón de Guerra, la ciudad era nuestra hacia el Noreste; teníamos libres los caminos de La Virgen y San Juan. La situación había mejorado, pero faltaba aún vencer. Ordenes terminantes salieron de este cuartel simultáneamente. Mi deseo era reunir a determinados mandos la gente que peleaba aislada. Primero, organizar; después, estrechar al enemigo, desalojarle, echarle fuera de Rivas. Un piquete de dragones fue estacionado en la puerta del cuartel con el solo objeto de pasar las órdenes escritas, y se insinuó a todos los jefes que me pasaran partes momentáneos de la situación. Hice que el parque almacenado en la casa del frente se trasportara aquí y pasé aviso a todos los jefes para que acudieran a municionarse abundantemente. A las nueve de la mañana había pedido un refuerzo de cien hombres a La Virgen, en seguida mandé correos para que las guarniciones de dicho punto y de San Juan se concentraran a Rivas. Desde este momento, el cambio progresivo a nuestro favor se mostró decisivo. Los nuestros habían incendiado un ángulo del Mesón de Guerra y el fuego iba flanqueando o encerrando ya a los enemigos. A media tarde llegaron los Comandantes Juan Alfaro Ruiz y Daniel Escalante, con la gente de La Virgen; esta tropa ocupó una parte del Mesón, a la derecha de la iglesia, y continuó estrechando al enemigo hasta apoderarse, en la noche, de la casa del doctor Colé, última de este costado de la plaza. A media noche llegó el Coronel Salvador Mora, con la gente de San Juan del Sur. Aunque los filibusteros estaban ya encerrados, esta fuerza completó la seguridad de nuestras posiciones. Los fuegos habían cesado casi; sólo se oían las descargas que de tiempo en tiempo hacía nuestra gente a las partidas de enemios que huían y los alegres vivas de aquélla a la República y a sus Jefes.

Don Juan Alfaro Ruiz estrechaba la iglesia y se preparaba a asaltar al rayar el día, cuando nuestros soldados invadieron por todas partes la plaza, no hallando ya más enemigos que los encerrado en el templo; entraron y acabaron a bayonetazos con ellos. Inmediatamente mandé piquetes en todas direcciones para perseguir a los fugitivos. Grande ha sido este triunfo, realzado por la bien meditada sorpresa de los filibusteros; y, sin embargo, a tanta gloria se ha mezclado doloroso llanto y triste luto. Henos perdido a los valientes militares General José Manuel Quirós, Mayor Francico Corral, Capitanes Carlos Alvarado y Miguel Granados, Tenientes, Florencio Quirós, Pedro Dengo y Juan Ureña, Subtenientes Pablo Valverde y Ramón Portuguez y el Sargento graduado de Subteniente, Jerónimo Jiménez. Murió también el valiente Capitán Vicente Valverde. Contábamos 260 heridos, entre ellos varios jefes notables. Mi primer cuidado fue preparar el hospital, hacer enterrar los muertos y organizar nuevamente el ejército. La derrota de Walker es mayor de lo que pensé. Hemos cogido un gran número de fusiles, espadas, pistolas, más de 50 bestias ensilladas y muchos otros objetos que han presentido nuestras gentes; no se sabe cuántas más habrán ocultado los habitantes de las cercanías de la ciudad. A cada momento llegan prisioneros sanos o heridos. Hasta el día se han fusilado 17. En resumen, nuestra pérdida, contando los heridos que pueden morir, no pasará de 110 hombres, incluso los jefes. La del enemigo no baja de 200 con los fusilados. Como en Moracia, cuando la acción de Santa Rosa, sus heridos vagan por los campos y muchos morirán por falta de descanso y cuidados. Entre la multitud de partes y noticias que he tenido, lo más seguro es que Walker entró antenoche en Granada con 300 hombres, entre los cuales 25 o 30 iban heridos. Se han distinguido en esa jornada todos los oficiales y soldados del ejército, especialmente el General José María Cañas, Coroneles Lorenzo Salazar y Manuel Arguello, Teniente Coronel Juan Alfaro Ruiz, los Capitanes Santiago Millet y Ramón Rivas. Según el examen minucioso de las diversas relaciones que se me han hecho, la fuerza con que Walker atacó fue de mil doscientos a mil trescientos hombres, en ocasión en que yo, debilitado por la dispersión de gente para las guarniciones de La Virgen, San Juan del Sur y varios destacamentos, contaba con igual o quizá menor número de soldados. Hubiera perseguido al enemigo sin darle descanso; pero todos habíamos pasado treinta horas sin tomar alimento, y catorce de mortandad y fatiga. Era mi primer deber atender a los heridos y ahora me preparo a seguir esta campaña, lisonjeándome con la esperanza de poder decir a V. S. muy pronto que el filibusterismo no existe. Dios guarde a V. S.

Juan Rafael Mora

Mientras que lo relacionado pasaba en Rivas, la fuerza encargada de impedir el tránsito por el río San Juan, que operafoa a la sazón por la parte del río Sarapiquí, al mando del General Florentino Alfaro, fue atacada el 10 de abril por los filibusteros en el estero del Sardimal, cuando los nuestros se ocupaban en abrir una vereda que les facilitase la toma de la punta Hipp, en las confluencias del San Juan, donde aquellos estaban situados. Los invasores, según su táctica, se presentaron de improviso, y como en Rivas, sufrieron la derrota, con numerosas pérdidas.

Herido allí el bravo General Alfaro, el parte de esta acción fue dirigido por el Teniente Coronel don Rafael Orozco, en los términos siguientes:

«Hoy a las ocho de la mañana, cuando nuestras fuerzas trabajaban en el puerto del estero del Sardinal, se presentó el enemigo, parte por tierra y parte en cuatro embarcaciones grandes y dos pequeñas, que contaban en todo una fuerza de más de cien hombres, y, favorecidos por las de tierra, intentaron el desembarque, que nosotros tratamos de impedir, empeñando una terrible lucha al arma de fuego, porque, desgraciadamente, el estero del Sardinal, que nos separaba de una parte de ellos, nos impedía entablar una lucha con otra arma. En este momento fue gravemente herido en el brazo derecho el General Florentino Alfaro, que, con parte de la poca fuerza disponible que teníamos allí se empeñaba en acometer de cerca al enemigo, quedando yo con la poca fuerza de un mando, haciendo frente hasta el reembarque y total derrota del enemigo.

Nuestras pérdidas son pocas, pues no contamos más que con un cabo muerto y como diez soldados heridos. Es de sentirse la gravedad del señor General.

El enemigo perdió en tierra cuatro hombres y muchos en el agua, con un i piragua más que echamos totalmente a pique con la gente que tenía; no pudimos tomarle más que un rifle; porque los demás los arrojaron al río.

Yo he ingresado a este muelle, porque hasta ahora los puntos del río están muy indefensos para la poca fuerza que contamos y estoy dispuesto a aguardar las órdenes que el Supremo Gobierno se sirva comunicarme.

El señor General, gravemente dañado se ha dirigido hoy mismo para el interior, acompañado por el señor Cirujano y el Teniente Evaristo Fernández y una escolta que ha ido a conducirlo a él y a los otros heridos, con lo cual queda disminuida esta fuerza hasta el número sólo de ochenta hombres.

Recomiendo mucho, tanto a los señores oficiales, como a los pocos soldados y Capitán González, que pelearon con decisión, y muy especialmente el señor General, que de puro arrojo sufrió su herida; también el celo con que el señor Cirujano nos ha acompañado en nuestra campaña«.

(1) La Guerra de Nicaragua, por el General William Walker, Managua 1884, folio 68
(2) La Batalla del 11 de Abril, por el artesano costarricense José María Bonilla, El Comercio, San. José, Costa Rica, 23 de abril de 1895.
(3) Jerónimo Pérez, nicaragüense, Memorias para la Historia de la Campaña Nacional, Masaya, 1873.
(4) José María Bonilla, La Batalla del 11 de Abril, citado.
(5) José María Bonilla, La Batalla del 11 de Abril, citado.
(6) Respecto del heroísmo de Juan Santamaría, «La Gaceta», Diario Oficial, N’ 11, de 14 de enero de 1900, registra importantes documentos oficiales fechados el 19 y 24 de noviembre de 1857.

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