El Moto

Capítulo IX

Yo tengo mi perro negro negro como un sapoyol que se metió a tu casa a comerse el mistayol.

El cual perro se llamaba Singo e iba pocos pasos adelante del Moto. Era una mañana friísima de diciembre y el cielo aborregado hizo pensar a José Blas, como a la generalidad de los campesinos, en el anuncio de un temblor. La noche pasada le ordenó don Sebastián que fuese a los Horcones, a traerle el potro azulejo que ya días no se montaba. Iba pues con una coyunda en la diestra, subiendo pian piano el repecho de la montaña del Salitral. Al pasar por los potreros había quitado los bueyes de donde estaban echados, para acomodarse él entre el pasto calientito y atenuar así un poco el frío.

Ahora llegó a la cumbre, echó un vistazo a las pocas casas del barrio agazapadas entre el follaje y lanzó a los cuatro vientos su famoso güipipíaaa, que el eco repitió por el tronconaje de los árboles hasta llegar al pie del monte.

El asendereado mancebo, con el pensamiento fijo en Cundila, seguía a mal traer. Descendió la cuesta y al pensar en los pasos dados con el Padre Yanuario, una idea se le escapaba y otra se le venía.

-¿Qué irán a decir los tatas? -habló recio y como desahogando su pasión: ¡lo que le habría cantado mil veces a su novia, si las costumbres se lo hubiesen permitido!, agora cuando el Padre Reyes les diga lo que he pensado, ¿qué cara irá a poner ñor Soledá? Ña Miquela bien la conozco y estoy seguro de que me quiere. Yo no tengo reparos: si a picar un trozo de la montaña me ponen, lo hago como beber agua; Cundila ya va a cumplir los veintiuno de esigencia y cuando voy por el riu y onde quiera, me ha dicho que a ella le dita ser mi esposa. Contimás agora que padrino me va a dar en arriendo un cercadito de los dél, como quien dice, un solar primero y una casita endespués. Yo por ella lo hago todo; bien sabe Dios que ella a nadie quiere más quiamí, como lo puede probar Gabriel. Conque si el padre Yanuario me anda hoy el asuntico y sale bien, ¡ánimas benditas que sí!, a la tarde voy onde Cundila y diuna vez me hablo con los tatas pa´cordarnos cuando se ha de hacer el casamiento. Tirando algunos cárculos, diaquí a marzo estoy casao, si no me he muerto.

Esto y más se revolvía en la cabeza del Moto. Había pasado aquella región de Patarrá que cruza y entrecruza el Damas; subió en seguida por una ladera y pronto estuvo en los Horcones.

Con unos cuantos gritos puso al azulejo a dar vueltas. El bruto con los ojos saltados y lucio de puro gordo, azacatado, con las crines hechas una maraña, piafó sobre el suelo, dejando escapar unos relinchos que parecían decir: «patitas para qué te quiero», y arrancó veloz.

-Correee, correee -bramó José Blas a lo lejos-que ya te habís de cansar; parece que nunca hubieras visto gente.

Hizo varias tentativas para enlazarlo: pero todo en balde. Por fin en una lazada que vino y en otra que fue, quedó amarrado el azulejo por el cuello y mitad del pecho. Mas, ¡oh barbaridad!, el caballo, hecho un demonio, al sentirse prisionero, dio corcovos y sacudidas.

El Moto -modelo del campesino que prefiere morir antes que cejar su empeño- viéndose casi perdido, con las manos sobadas y en sangre, arrolló la cuerda en un brazo, pero el bruto siguió recula que te recula.

No hubo remedio, en un tirón que dio, José Blas se fue al suelo y arrastrado por el caballo, las espinas del potrero arañáronle la cara. Hizo un segundo esfuerzo.

-No faltaba más, darle yo gusto a un alunado ruco -dijo el Moto- y cruzóse la soga por mitad del cuerpo para así tener más apoyo con las piernas.

El Singo se guindó de las narices del potro y éste no hizo más que revolverse y desbocarse a la buena de Dios. El Moto atado por la cintura iba casi en el aire; aquí recibió un golpe en un muslo, al darse contra un tronco, ahí un batacazo contra una ondulación del terreno; allá de cabeza cayó en el Damas para salir en seguida hecho una sopa, goteando sangre de la nariz, sin sentido, descuajaringado el cuerpo por la molida de las piedras.

El ajetreo había sido extremado; el bruto con la panza dilatada buscó la sombra de un árbol y se limpiaba el hocico, metiendo la cabeza entre los brazos, minutos más tarde.

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