Origen de la letra actual del Himno Nacional
El Himno Nacional de Costa Rica, compuesto en 1852 por don Manuel María Gutiérrez, tuvo su primera letra conocida, veintisiete años después, escrita por un joven seminarista que más tarde se hizo popular en el mundo de las letras con el pseudónimo de «Fray Juan». Sin embargo, en ningún momento gozó esta letra del reconocimiento oficial y su uso fué más por costumbre y por necesidad, que por adopción oficial.
Lo mismo ocurrió en 1888, cuando vio la luz pública un libro de cantos escolares costarricenses. En él venía, por supuesto, entre los cánticos de escuelas, el Himno Nacional de Costa Rica, con letra escrita a propósito por un español, don Juán Fernández Ferraz.
La idea de dotar al Himno de una letra adecuada era aceptable, pero la interpretación que del Himno hiciera el señor Fernández Ferraz, no se acomodaba a la realidad costarricense, no sólo por la forma de redacción de la misma, un poco elevada para que el pueblo la apreciara en su significado, sino porque consideró que un canto de esta naturaleza era más que para la paz, un símbolo para la guerra.
El creciente progreso del país iba haciendo cada vez más necesario el desarrollar en la conciencia ciudadana los deberes que ellos tienen con la Patria: hacer florecer ese sentimiento de amor al terruño que los vio nacer; engendrar y conservar todos aquellos actos que tiendan a darle caracteres singulares al país; el encontrarse a sí mismos, con todos sus defectos y todas sus virtudes; la comprensión amplia de nuestra realidad, a través de todos los campos del conocimiento humano. En fin, todo aquello que tienda a asegurar en el futuro los sentimientos nobles y progresistas que existen con seguridad en nuestro pueblo de Costa Rica.
La prensa diaria hizo más tarde eco de la necesidad que ya todos veían, de dotar de letra adecuada al Himno Nacional.
Fue por ello que el Presidente de Costa Rica, don Ascensión Esquivel, haciendo suyas las manifestaciones periodísticas en el mismo sentido publicadas, acordó en junio de 1903 el hacer un concurso entre los poetas costarricenses.
Dos meses después, hecha la eliminatoria correspondiente, resultó seleccionada como la mejor, la que escribiera con el pseudónimo de «Labrador», don José María Zeledón Brenes.
«Billo», como se le conocía ya en el mundo de las letras patrias, era por entonces un joven de veintiséis años, empleado de la Botica Francesa y colaborador asiduo en el periódico «El Noticiero».
El 24 de diciembre de 1899, en el apacible rincón hogareño de quien iba a ser su esposa, situado entre Zapote y Curridabat, había contraído matrimonio con la señorita Ester Venegas Zeledón. No hubo en esa excepcional ocasión de la vida de don José María, ni siquiera un trago de licor, porque ya desde entonces se manifestaba en él un sentido correcto de la vida, reflejo de su carácter, forjado en medio de limitaciones y durezas que la existencia le impuso desde muy joven, al quedar huérfano. Quizás por esta misma circunstancia fué que en toda su vida trató de luchar con toda su energía y entusiasmo por las causas de la justicia y de la verdad, para que los desheredados de la suerte tuvieran en él una fortaleza irreductible, fortaleza construida con el dolor y las lágrimas de su propia vida anterior. Por ello siempre fué también poco amigo de pompas y vanaglorias: era huraño con la sociedad, pero en él encontraban los amantes de la justicia a su benefactor.
Después de su matrimonio siguió viviendo en la finca de café en donde contrajo nupcias, dedicado de lleno a la vida hogareña y a su habitual trabajo en San José. La casa de la finca, de dos pisos, estaba a poca distancia de la calle, rodeada de una tapia con verja, cubierta por enredaderas con pudreorejas azules, qué en los días de descanso, especialmente el domingo, contribuían a alejar todas las preocupaciones y a ayudar a recobrar las energías perdidas durante la semana de trabajo, al que allí vivía.
El día domingo era a su vez día de visitas, pues llegaban a la casa amigos y parientes que gozaban así de un rato de esparcimiento, después de las labores habituales. Entre los amigos que con frecuencia les visitaban, estaba don Alfonso Jiménez Rojas, hermano de don Elias, a quien Billo tenía grande aprecio, como que gracias a él había conseguido su primer puesto que desempeñó, o sea el de escribiente de la Corte Suprema de Justicia, a la edad de quince años.
Así discurría tranquila la vida de Zeledón, viajando a caballo hasta San José los días de trabajo. Salía temprano hacia la capital y después de almorzar en casa de sus tías en San José, y proseguido su trabajo, regresaba ya entrada la noche a su casa.
Un día de junio de 1903 supo del concurso para dotar de nueva letra al Himno Nacional, y él recordó que siempre le había parecido inadecuada la anterior letra. Sin embargo, originalmente no pensó en participar en el concurso, pues temía que otros de más edad lo harían mejor. Sin embargo, un domingo en que don Alfonso Jiménez Rojas le visitó a su casa, lo entusiasmó en la idea del concurso y le dijo: ¿ Por qué no prueba? Y no sólo lo entusiasmó en la idea, sino que él se encargó de obtener una copia de la música original del maestro Gutiérrez para que la esposa de don José María, doña Ester, la tocase al piano y guiara así al poeta en la adaptación de la letra a la obra musical. Este hecho se debía, no a que Billo ignorase cómo era la música del Himno, sino porque al adoptarse la letra de don Juan Fernández Ferraz, habia éste logrado que el maestro Campabadal hiciera algunos arreglos musciales al Himno de Gutiérrez, para que se pudiera adaptar la música a la letra que él había escrito.
Así, doña Ester tocó el Himno una y otra vez delante de don José María, hasta que éste fué dándose cuenta clara del ritmo musical y fué captando ya la idea que debería desarrollar en las estrofas que iba a escribir.
Así fué como un día sábado ya noche, yendo montado en su caballo, después de una semana de labores, en el camino de Zapote a su casa logró hilar todas las ideas que ya tenía en mente, y de un solo tirón brotó, cual manantial luminoso, la letra que se apresuró a recoger en un papel que traía en su bolsillo.
Al llegar a su casa entró hasta la cocina, en donde le esperaba su mujer que estaba preparándole su ponche habitual, y emocionado le dijo:
«¡Ya tengo la letra del Himno!»
Como los niños dormían ya a esa hora y era molesto el tener que despertarlos, no pudieron irlo a ensayar de inmediato al piano, pero entre los dos se pusieron a tararearlo y se dijeron entusiasmados que armonizaban perfectamente.
Al siguiente domingo estaban entusiasmados con la letra que se había escrito, pero en espera de don Alfonso se abstuvieron de ensayarlo al piano. En efecto, cuando don Alfonso llegó, se pusieron de inmediato a ejecutar el Himno, y doña Ester al piano y Billo, don Alfonso y otros familiares más como cantantes, se llevó a cabo el primer ensayo de la letra de Zeledón. Al concluir, todos se sintieron regocijados y seguros del éxito que alcanzaría en el concurso la referida letra.
Así fué efectivamente. El 24 de agosto el jurado calificador, al dar su fallo, lo dio unánime en favor de la composición de Zeledón.
Ese día regresó feliz a su casa don José María, y dicién-dole a su mujer: «¡Triunfó mi Himno!», le contó de todos, los detalles relativos al mismo, y cómo la letra que él compusiera sólo iba a sufrir un pequeño cambio, más de forma que de significado.
En efecto, don Antonio Zambrana había sugerido que en vez de «Costa Rica, tu hermosa bandera», dijese «Noble patria, tu hermosa bandera», pues de lo contrario existiría una notoria semejanza, que en nada perjudicaba por cierto, con la letra del Himno de Guatemala.
La segunda variante fue la de que dijera, en vez de «bajo el manto azul de tu cielo» de la letra original, «bajo el límpido azul de tu cielo», para enmendar así una variante en el número de sílabas, con relación a las estrofas anteriores.
Fue así como quedó vinculada ya la letra del poeta don José María Zeledón, con la música de don Manuel María Gutiérrez. Seguros estamos, como lo estuvo en aquél entonces lo opinión pública, de que ahora sí existe una completa fusión entre el significado por la música insinuado, y la expresión oral que el poeta extrajo del manantial musical del que Gutiérrez se inspiró.
Es por ello que siempre que un ciudadano costarricense canta el máximo canto de la patria, concluye siempre dándole un mayor tono y una mayor sonoridad a la frase final que recoge su propio pensar:
Bajo el límpido azul de tu cielo,
¡vivan siempre el Trabajo y la Pazl
San José, agosto 2 de 1953
Carlos Meléndez
Libro Manuel María Gutierrez
De la serie «¿Quién fue y qué hizo?«, publicado por el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, sobre don Manuel María Gutiérrez autor de la música del Himno Nacional de Costa Rica. Don Carlos Meléndez Chaverri, con el rigor histórico que lo caracteriza y haciendo alarde de un sentido muy ameno de la narración, nos lo presenta y nos acerca a la vida y obra de un gran hombre que fue, no sólo el autor de la música de nuestro Himno Nacional, sino que también un costarricense ejemplar en el amplio sentido de la palabra.
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