Reseña Rogelio Sotela Bonilla

Rogelio Sotela Bonilla

Reseña Rogelio Sotela Bonilla

Por José Enrique Sotela Montagné

Rogelio Sotela Bonilla nació en San José, Costa Rica, el 15 de mayo de 1894.

Muy joven, siendo un estudiante, tuvo que dedicarse al comercio para ayudar a su madre viuda; sin embargo, nunca dejó de cultivar su inteligencia y en todo momento trató de hallar por sí solo una sólida cultura.

Profundizó los secretos de la lengua española, y un día se presentó como Profesor supernumerario en el Liceo de Costa Rica, mereciendo el título de Profesor de Estado en Castellano y Literatura.

A tiempo que iniciaba sus funciones como Profesor en el Liceo, cursaba sus estudios en la Escuela de Derecho, graduándose de abogado en 1924. En mayo de ese año, durante el Gobierno de don Ricardo Jiménez Oreamuno, fue nombrado Gobernador de San José y, con tal motivo, cabe mencionar aquí dos hechos interesantes:

El Paseo Colón, la avenida más importante y hermosa con que cuenta hoy nuestra ciudad, en 1924 era una ancha calle de tierra cubierta de zacate, sin cordón de caño ni aceras. Fue el Lic. Rogelio Sotela, en su condición de Gobernador, quien ordenó construir el cordón y caño de esa importante vía.

En la revista titulada “Historia ferrovial de Costa Rica”, que publicara don Joaquín Fernández Montúfar en esos días, y cuyo sub-título dice: “Galería del progreso nacional”, aparece la fotografía de un grupo de trabajadores de la empresa “El Ingenio”, de don Francisco Jiménez Ortiz (a quien amigablemente le llamaban Chico Piedra), en la que se ven los operarios construyendo el cordón y caño de esa importante avenida, y al pie de la foto se lee: ALAMEDA SOTELA. Y es que en esos días, debido al interés que puso don Rogelio por embellecer y sanear esa avenida, al Paseo Colón se le llamó, durante algún tiempo, ALAMEDA SOTELA.

El otro hecho que nos interesa narrar y que revela la gran sensibilidad y espíritu de justicia que tenía el poeta Sotela, es el siguiente: Por aquellos días, en el Teatro Moderno (situado entonces ciento veinticinco metros al sur de la esquina sur oeste del Parque Central), se llevaban a cabo los encuentros de boxeo. Debemos recordar, de acuerdo con las reglas de entonces, que cuando uno de los contrincantes estaba golpeando al otro en forma inmisericorde, el árbitro no los separaba, ni podía, como hoy, dar por terminado el encuentro otorgándole el triunfo al púgil que estaba propinando la paliza. Había que esperar que el adversario cayera para contarle los diez segundos.

Una noche, en que había asistido a presenciar un encuentro, le tocó ver a uno de los boxeadores golpear al otro en forma brutal y, como el árbitro se limitaba a mirar y no suspendía la pelea, mientras que el inerme púgil, debido a la golpiza había bajado los brazos y brotaba sangre por todas partes, subiéndose al ring, y alzando el bastón que siempre llevaba, exclamó: “En mi condición de Gobernador, doy por terminada esta pelea”.

Ese mismo año (1924), don Ricardo Jiménez lo nombró Secretario de la Delegación Diplomática que asistió a las fiestas del Centenario de Ayacucho, en Lima.

A fines de 1925 fue Gobernador de la Provincia de Puntarenas, en donde se motivó a escribir uno de sus versos más hermosos: “Lo que me dijo el mar”.

En mayo de 1926, ocupó el cargo de Fiscal de Corte y Guerra.

En 1928 fue electo Diputado al Congreso Nacional, cargo que volvió a desempeñar en el período 1936-1940.

Con el conocimiento que le daba su condición de abogado y la preocupación que siempre tuvo por los problemas sociales, aprovechando su condición de diputado, entre otras leyes propuso las siguientes:

En aquellos días, en el Registro Público, los hijos de madre soltera se inscribían sólo con un apellido: el primer apellido materno. Y a punto seguido le agregaban las letras: uap, que significaban “único apellido”. Al diputado Sotela le pareció que aquello, además de ofensivo, era denigrante.

¿Por qué estas personas estaban obligadas, mediante aquel “uap”, a confesar que su madre era soltera y su padre un desconocido?

El Licenciado Sotela propuso que los hijos nacidos en esa condición llevasen los dos apellidos de la madre y que se suprimieran las tres denigrantes iniciales. Desde entonces se ha venido haciendo así.

Otra de las leyes, fue sobre el divorcio. En esa época sólo había cuatro causales para divorciarse, y cualquiera de ellas era inevitablemente ofensiva e injuriosa para alguno de los cónyuges: “Sevicia (crueldad excesiva, malos tratos), concubinato escandaloso, prostitución o inducción a la prostitución”.

¿Por qué, se preguntaba el diputado Sotela, no puede una pareja separarse de mutuo acuerdo, por mutuo consentimiento? Porque cuando un matrimonio se lleva mal, y esa situación perdura por mucho tiempo, es preferible disolver el vínculo matrimonial que continuar en una eterna e insoportable disputa. La moción fue aprobada, y desde entonces ya no es necesario invocar una de aquellas denigrantes razones. Hoy, después de un año de “separación por mutuo consentimiento” (previa notificación al Juez), se puede iniciar el proceso de divorcio invocando esa causal.

El poeta Sotela fue Secretario del Ateneo de Costa Rica y dirigió por muchos años la revista Atenea, órgano de ese Centro. Fue fundador, propietario y director, de una de las radioemisoras más importantes del país en la década de los treinta, la que llevó el mismo nombre de la revista que dirigió: Radio Atenea.

Colaboró con muchas de las revistas de América y de Europa y fue un constante trabajador del espíritu como poeta, orador, periodista, profesor, y como parlamentario y diplomático.

A la edad de 20 años (en 1914), fue laureado en los Juegos Florales con su poema EL TRIUNFO DEL IDEAL, y más tarde lucen en su biblioteca, junto con este galardón, numerosos trofeos y medallas ganadas en las lides del espíritu, tanto en Costa Rica como en el extranjero.

Compañero de Omar Dengo en la Sociedad Teosófica y de don Roberto Brenes Mesén en la Logia Masónica, aportó varios trabajos que hoy día todavía se estudian.

El 12 de octubre de 1933 lo nombraron Miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Española.

En 1936 fue llamado por el Rector de la Universidad de Panamá para dictar diez conferencias sobre Literatura Hispano-Americana y, en 1942, la Oficina del Coordinador de Washington lo invita a dar conferencias en distintas Universidades, haciendo una gira por los Estados Unidos de América como Embajador de la Cultura.

Cuando la muerte lo sorprende, en julio de 1943, ocupaba el cargo de Secretario de la Universidad de Costa Rica.

El 22 de diciembre de 1917 contrajo matrimonio con Amalia Montagné Carazo y fueron seis sus hijos: Rogelio (+), Rodrigo (+), José Enrique, Orlando (+), Rima e Hiram Sotela Montagné.

Como producto de su trabajo literario, dejó numerosas obras de poesía, prosa, filosofía y didáctica, publicadas en el siguiente orden:

1916 – La Senda de Damasco (poesía).
1919 – Cuadros Vivos (teatro).
1920 – Valores literarios de Costa Rica.
1922 – Recogimiento.
1923 – Escritores de Costa Rica.
1925 – La doctrina de Monroe desde un punto de vista subjetivo.
1926 – El Libro de la Hermana (poesía).
1927 – Crónicas del Centenario de Ayacucho.
1927 – Literatura costarricense.
1928 – Complementos gramaticales a los programas de castellano.
1929 – Apología del dolor.
1930 – Silabario (en colaboración con el Prof. Napoleón Quesada).
1934 – Motivos literarios.
1935 – Rimas Serenas (poesía).
1935 – Segunda edición de Recogimiento.
1937 – Segunda edición de Apología del dolor.
1941 – Tercera edición de Apología del dolor.
1942 – Segunda edición de Escritores y poetas de Costa Rica.
1949 – Sin literatura (obra póstuma).
Inédita: Lecciones de literatura general.

La obra literaria de Rogelio Sotela ha merecido numerosos juicios, tanto de escritores nacionales como extranjeros. Así, en la parte final de su libro “Rimas Serenas”, podemos ver más de ochenta comentarios, todos muy elogiosos, de grandes figuras de las letras como José Santos Chocano, Ismael Enrique Arciniegas, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Francisco Villaespesa, etc.

Pero hay además un bello artículo de 1994, con motivo de los cien años del nacimiento de Rogelio Sotela, escrito por el poeta Isaac Felipe Azofeifa, y que lleva por título: “Rogelio Sotela, mi maestro de poesía”, que vale la pena incluirlo aquí, aunque tengamos que resumirlo un poco por extenso. Ese artículo dice:

Un día del año 1923, a principios del curso, llegó a darnos clases de gramática y literatura castellana a los estudiantes de tercer año de Liceo de Costa Rica, un profesor joven, de buena figura, que usaba lentes negros para disimular la falta de uno de sus ojos. Se presentó escribiendo su nombre con una grande y hermosa letra en la pizarra: Rogelio Sotela. En cuanto empezó a explicar su lección, los muchachos quedamos encantados. Esta es la palabra; tenía voz sonora y grave y nos deleitaba su frase, su discurso cargado de lirismo, pero al mismo tiempo pleno de ideas nuevas. Su visión idealista de la historia, su prédica moral que luego se supo que eran reflexiones ético-religiosas de procedencia teosófica. Era optimista y profesaba la alegría como un don de la vida. Pero un día se despidió de nosotros. Acababa de ser nombrado Gobernador de San José. Para ese entonces, aquel sorprendente profesor ya había publicado tres libros: La senda de Damasco (1918), Cuadros vivos (1919), y Recogimiento (1922).

En 1920 había iniciado ya, para nuestra historia de la cultura costarricense, estudios sistemáticos, si bien poco rigurosos y muy someros, de nuestra producción literaria. “Valores literarios de Costa Rica” salió en 1920 y, tres años después, “Escritores y poetas de Cosa Rica”. Durante los años siguientes, hasta la aparición en 1957, de la obra de Abelardo Bonilla, “Historia y Antología de la Literatura costarricense”, con mil páginas entre los dos tomos, fueron los libros de Rogelio Sotela los textos de consulta de los profesores.

En 1914, cuando yo ajusto casi mi edad para ingresar en la Escuela Primaria en Santo Domingo de Heredia, Rogelio es ya un joven de veinte años que obtiene una mención honorífica en los Juegos Florales celebrados para conmemorar el nacimiento de Juan Rafael Mora. El poema del joven Sotela se llama “El triunfo del ideal”, un nombre para verso juvenil y romántico.

Si en 1923 el joven historiador de nuestras letras no hubiera dejado sus lecciones para sumir su cargo de Gobernador de San José, el campesino domingueño aspirante a escritor, quien era su alumno, quizás hubiera alcanzado a mostrarle con timidez algunos malos versos.

Llegado el bachillerato seis años después (la secundaria tenía entonces seis años de estudios), había llenado de manuscritos literarios siete gruesos cuadernos. Un día mi padre los hojeó y me dijo: “Yo tengo una persona que puede decirnos si lo que has escrito en estos cuadernos vale o no: es don Rogelio Sotela, a quien conozco por haberle hechos algunos trabajos. -Mi padre era carpintero-. Llevémosle unas muestras, y que él juzgue. Y fui con mi padre a verlo.

En el Liceo había recibido nociones elementales de retórica y poética y me había hecho de algunos tratados sobre la materia; pero la guía de un maestro de poesía es siempre necesaria. Bajo la guía de don Rogelio empecé a hacer lecturas más reflexivas y sistemáticas.

Durante los años 1927 y 1928 hice práctica rigurosa de la escritura poética bajo la batuta magistral de don Rogelio. Leí y estudié los libros de los maestros del modernismo. Me aficioné a la lectura de Amado Nervo, a quien ponía Rogelio Sotela por encima de todos los demás, después de Darío. Mi maestro tenía un oído finísimo para descubrir los matices melódicos en el verso y la prosa. Onomatopeyas, reiteraciones, pausas. Las metáforas bien armadas. Su gusto iba principalmente por el lado de una poesía que persigue el verso melodioso de estructura verbal simple.

Mientras yo recibía lecciones cada martes, don Rogelio mantenía en el vespertino “La Prensa Libre”, una columna literaria firmada con seudónimo. Publicaba en su columna una que otra vez los escritos de sus alumnos, siempre con frases críticas y estimulantes para el discípulo. En esa columna se publicó un romance mío: “Sobre las manos de la amada”, si no recuerdo mal.

Un día del año 28 anunció el “Diario de Costa Rica” la apertura de un certamen literario nacional para premiar poesía, soneto, cuento, ensayo y crónica. Se preparaba según eso, unos Juegos Florales (como se llamaba antes a estos concursos literarios), con toda la pompa del caso. La distribución de premios sería en el Teatro Nacional, y el poeta galardonado con el primer premio en poesía, además de recibir “una flor natural de oro”, tenía el privilegio de escoger y nombrar a la reina de los juegos.

El maestro apuró a su discípulo: “Usted tiene que presentarse con un poema al certamen. Es una prueba, me dijo.

Me puse al trabajo. Mi tema sería un elogio de las cumbres humanas –los héroes- y las cumbres geográficas de la patria: montes y volcanes. Era un poema de gran exaltación moral. Sacó medalla de plata, el segundo premio. El primer premio lo obtuvo el poema “Gynelia”, de Manuel Segura Méndez, un bello poema. Carlo Magno Araya obtuvo el primer premio de soneto, un excelente soneto “A Sandino”. Julián Marchena obtuvo dos menciones en soneto, una de ellas por su “Juan Santamaría”, que es una joya de nuestra literatura. En prosa llevó el primer premio de cuento José Marín Cañas con su relato “Rota la ternura”, extraordinaria obra maestra. Sacaron menciones Jenaro Cardona y Carlos Salazar Herrera. El concurso abarcó pintura también, y se otorgó el que se denominó Gran Premio, a Emilio Span. Era un premio en metálico: trescientos colones de aquella época.

Don Rogelio no cabía en sí del gozo: su discípulo daba buena muestra de vocación y aprovechamiento. Pienso ahora que mi maestro me ayudó con sus rigurosas lecciones (que yo le pagaba a razón de quince colones mensuales), a dominar el oficio poético: medida, rima y ritmo de los versos; manejo de la estructura del soneto; manejo del verso alejandrino y sus estrofas; manejo del romance; cuidado de la pureza y valor estético de la palabra en el lenguaje lírico; lectura crítica de la poesía…

Y para cerrar aquella labor, cuando iba a enviar mi nombre al certamen, don Rogelio me aconsejó hacer constar mi nombre completo -Isaac Felipe- porque, me explicó, Azofeifa es apellido con abundates sonidos sordos. El nombre “Felipe” al lado de “Isaac” le agrega sonoridad. Yo había pensado identificarme como “Felipe Santodomingo”, que no aprobó. Yo digo que hasta para escoger los nombres, don Rogelio ponía oído “rubendariano”.

En conclusión, la obra de don Rogelio, aunque postergada como todo el modernismo de principios de siglo, figura en la historia de nuestra poesía como una de las voces más puras de aquella revolución lírica. Y hay que recordar, como una lección de consciente creador lírico, su empeño por darnos en cada libro nuevo un trabajo de pulimento del pesado estilo preciosista de aquella escuela. Además, como si esto fuera poco, está su obra de antologista y precursor del estudio de la literatura costarricense, que se nos presenta como el primer intento sistemático de organizar cronológicamente nuestra evolución literaria.

Don Rogelio se hizo abogado, entró en la política, fue electo diputado y nombrado, como he dicho, Gobernador de San José. Cuando se creó la Universidad de Costa Rica fue nombrado Secretario General de la Institución. Pero murió en 1943, cuando iba a cumplir cincuenta años de edad. Estos recuerdos que yo le dedico, tienen el carácter de una deuda de buen discípulo agradecido que algún día iba a pagarle. ¡He cumplido!

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