III. ULTIMOS DIAS DE DON FLORENCIO EN OAXACA
Contenidos
a) Lo que narró su hermano don Demetrio
Méjico, setiembre 13, 1835.
Mi querida Petronila:
He recibido antes de ayer 11 del corriente, con sumo placer, la suya de 18 de mayo, cuyo atraso de seis meses es provenido del estado de revolución en que se han hallado las Chapas (sic), hasta los últimos días del mes próximo pasado q. se mandó fuerza a destronar al cabecilla, como en efecto sucedió, y… (roto) ha pasado tu carta que continuó. Esto mismo ha sido la causa que no hayas recibido las que yo te he escrito mías; en el año de 33 estuvo por una mayor parte cerrada la comunicación de esta capital con Oajaca, por estar invadido aquel estado por las trooas que se habían pronunciado contra el gobierno de los Demagogos que dominaba entonces, y en seguida cuando estos cayeron, quedó sosteniéndolos en Chapas el cabecilla que ahora ha sido destruido. He aquí querida hermana, por qué en casi tres años no has recibido mis cartas, sin embargo de que casi todos los meses de éste te he dirigido tres, una en primeros… (roto) dos de mayo por Guayaquil, con un alemán que … en aquel puerto y la otra a mediados de julio en Guatemala por Belize.
En la de febrero te di la funestísima nueva de la muerte de nuestro hermano Florencio y entre la misma carta te incluí un periódico de Oajaca que hablaba del fallecimiento en los términos más honrosos, hasta asegurar que murió en olor de santidad, pues se le encontraron los cilicios que llevaba puestos hacía muchos años; también iba una esquela de convite para su entierro en las monjas capuchinas españolas, que eran su ídolo, algunas cartas de pésame de las más distinguidas personas de aquella ciudad que me escribieron conviniendo todos en que pasó al cielo con derechura. También iban inclusas unas cartas para tí y otra para (nuestro) hermano Rafael que te escribió el albacea de nuestro finado hermano, que es don José M. Reyes, contador de diezmos de Oajaca, avisándoles que en el testamento que tenía hecho dejó dispuesto que se partiera entre tú, hermano Rafael y yo lo que quedase de sus pocos bienes, después de la cantidad que mandó separar para fundar una capellanía de 50 misas cada año para su alma, dejándome a mí además la casa de habitación, la que estaba gravada en su valor total, porque sacó dinero para obras pías para compraría.. . porque bastaba que fuera cosa de mi hermano. Les decía a Uds. que el albacea (pide) que me enviasen a mí poder formal para que reciba a nombre de Uds. lo que les toque y ya les añadía que es fácil ponerles en Guatemala lo que sea; aunque no hayan Uds. recibido dichas cartas, escríbanle a dicho albacea si quieren entre la mía o en derechura, pues es un sujeto de la mayor buena fé y mereció toda la confianza de nuestro hermano.
El día 26 de noviembre del año próximo pasado, a las 12 del día y estando presidiendo unos … (roto; exámenes) para órdenes .. . aquel obispado en cuyo acto le acometió una gran … señal de vida … por día mismo en cuyo tiempo recibió la Extremaunción y fue absuelto por los cuatro sacerdotes y su Secretario que estaban presentes, incluso en ellos su … con quien el mismo día se había confesado para decir misa, que dijo y lo hacía todos los días confesándose siempre antes de celebrar, quien aseguró que si le hubiera sido lícito revelar el sigilo sacramental diría toda la virtud que tenía. Allí mismo, en la sala episcopal, como que era prelado, se veló y de allí se le condujo al sepulcro en cuyo entierro lloraban todas las gentes por las calles y las casas y al que asistieron todas las autoridades y todo el vecindario. Tenía hecho su testamento y todo muy arreglado pues llevaba mucho tiempo de no pensar más que en disponerse a morir bien. Para nada hacía caso del mundo; todo estaba empleado en su Ministerio, gobernaba el obispado, dirigía especialmente a las Capuchinas, decía misa, confesaba, predicaba la doctrina cristiana los días de fiesta y panegíricos maceraba su cuerpo y daba cuanto tenía, de modo que sus bienes eran sus hábitos y sus libros. Efectivamente no quiso admitir tres obispados para que se le había postulado. Nuestro hermano vivía en sólo Dios, que quiso llevárselo sin los horrores de la muerte. El ya no existe para nosotros, mi querida Petronila, tú lo sentirás muchísimo es verdad, pero no puede ser al tanto que yo, porque la distancia y 27 años de ausencia no podían tener los efectos tan vivos como yo, siempre unidos en los viajes y trabajos, y cuando estábamos separados, una correspondencia epistolar de dos veces cada semana nos tenía estrechados como que en la noche, la noche última de su vida, me escribió y sólo se me quejó de un dolor cilio en un pie que atribuyó a reuma.
Tu estás mi querida Petronila, en la tierra natal y yo suspiro desde lejos por ella. Tú tienes el placer de pronunciar de cerca su dulce nombre de hermano y yo me encuentro a ochocientas leguas de distancia de los dos que me han quedado, y sin una esperanza segura de volver a verlos, ya grande, con bastante familia y con mi poca fortuna que había adquirido por mi trabajo, casi toda destruida por causa de los demagogos. Mi amargura es mayor que la tuya; ella me ha postrado mucho y desde tan fatal noticia se me ha quebrantado mi robusta salud, que según mi semblante de entonces nadie me echaba más de 36 años cuando yo contaba con 47 cumplidos. Consuélate tú, hermanita de mi corazón, y consuela a mi hermano Rafael si es que éste vive, pues desde que desperté antes de ayer dije en casa que ese día tenía carta tuya y que me vendría la noticia de la muerte de él, habiéndose verificado lo primero, aunque no lo segundo, pues me dices que vive aún, pero que no me escribió por estar enfermo, lo que me deja con cuidado, temiendo que de este modo has querido prepararme para este nuevo golpe. El cielo quiere tenerlo en vida y salud como a tí y todas tus hijas y familia, como está la mía.
Pero ahora, como me pides, a hacerte con reseña ligera de las cosas públicas de por acá y la parte que de ellas tuvo relación con nuestro hermano y conmigo. En fin de 1832 triunfó el partido demagogo, que es la fiebre de esa contra el gobierno, hallándome yo al concluir mi comisión de Senador por Oajaca, de cuyas resultas se me impidió seguir el nuevo período de otros cuatro años para el que estaba reelecto, pues se hicieron nuevas elecciones en toda la República, las que ganaron los demagogos, como que estaban triunfantes, y en esto ya no se reunió ni el Congreso ni las Legaciones de los de los Estados ni se pareció ni el Presidente que había sido electo. Todo fue de ellos e hicieron Presidente al Gral. Sta. Ana, que era entonces el caudillo que los ensalzó. Colocados en el poder, desplegaron la mayor tiranía y persecusión a todo hombre de bien, desterrando a lo más principal, fuera de la Nación, usurpando los bienes de los particulares y atacando a la Religión descaradamente, en cuyo tiempo daban una ley sobre provisión de Curatos anticatólicas, confinando a todos los Obispos y Prelados Diocesanos, que si no le obedecían salieran de la República y se le ocupasen sus temporalidades. Ninguno le obedeció y todos salieron de sus obispados para ir a embarse para fuera.
Nuestro hermano, como Prelado de Oajaca, tampoco le obedeció y la impugnó con mucha sabiduría y se le mandó salir de la República, y él pidió su pasaporte para su patria Costa Rica y ya iba en aquella semana a salir para esa cuando acseció el pronunciamiento de las tropas de Oajaca contra el gobierno demagogo que te dije arriba, con lo que se estuvo con el equipaje … (incompleta)
Demetrio del Castillo (1)
(1) Don Demetrio nació en Ujarrás en 1779, falleció en México antes de 1849. Fue Licenciado en Leyes y en México ocupó numerosos e importantes cargos como el de diputado y senador por Oaxaca. Dos de sus hijos, el Lic. José María del Castillo Velasco (1820-1883) y Florencio M. del Castillo (1828-1863), tuvieron activa participación política al lado de Juárez. Este último fue un reconocido poeta y novelista.
b) Lo que dijo la prensa de la época
«PESAME A OAJACA»
El 26 del corriente a las doce de la mañana, en el palacio episcopal, presidiendo la mesa de sínodos, falleció repentinamente el Sr. Licenciado D. Florencio del Castillo, chantre dignidad de esta Santa Iglesia y gobernador de la diócesis. Entretanto nos reponemos de la sorpresa de tan funesto acontecimiento, que ha inundado en lágrimas a toda la ciudad; especialmente al cabildo eclesiástico, ambos cleros y hombres de bien admiradores, y testigos del mérito y virtudes del difunto, y que sienten todo el peso y trascendencia de este mal: entretanto nos surtimos de noticias y documentos para formar su biografía, nos apresuramos a dar al público el rasgo más brillante de sus virtudes cristianas, llamando la atención a dos circunstancias muy particulares que rodean su muerte.
La semana inmediata anterior, el Sr Castillo con los individuos mas granados de esta ciudad, fue penetrado del mas acerbo dolor al ver su opinión moral manchada indigna, soez y obcenamente por los infames autores de una malhadada composición que llaman ensaladilla. A las ocho de la mañana del día de su muerte, uno de los editores de este periódico, concurriendo con él, le ofreció imprimir una vigorosa apología de su conducta moral, haciendo al mismo tiempo los mas vivos esfuerzos para consolarle y levantarle su espíritu abatido. A nada respondía: para nada se quejaba, y un profundo silencio manifestaba el dolor de un corazón sensible a la impresión del honor. Luchaba la virtud con la virtud, el amor propio ordenado con el de sus semejantes; y finalmente instado por el que suscribe a que consintiera en la publicación de su defensa, se le salió de la boca esta expresión: «Bueno es defender el honor: pero es mejor olvidar una injuria».
A las cuatro horas de haberse inmortalizado con este panegírico de su virtud, la muerte irritada le quitó la vida temporal, pero no pudo quitarle la inmortalidad, que es el premio de un hombre que se la supo ganar por sí mismo. Está escrito que la memoria del justo es eterna, y nunca teme las habladas de los malignos. La muerte misma de este varón justo, a su pesar dio lugar á otra prueba que vamos a referir. Cinco eclesiásticos al desnudar el cadáver reservadamente para inspeccionarlo y averiguar la verdad de un hecho que se exparció entre muchos concurrentes sobre haberle quitado los cilicios para guardarlos como preciosas reliquias de un sacerdote ejemplar que moría con loor de santidad, encontraron en la cintura señales evidentes e inequívocas de su antigua mortificación y penitencia. Los referidos inspectores protestan declarar con juramento esta verdad en caso necesario, y uno de ellos dijo: que si fuera lícita la revelación del sigilo sacramental, no habría necesidad de la apología de los editores.
En efecto no la hay. Dice fue el que la hizo más incontestable, más gloriosa, y al tiempo más oportuno: esto es, presentó a los ojos del pueblo una víctima del honor y de la opinión: una víctima de las lenguas y planes de escritores del día: víctima en fin, tanto más limpia, tanto mas digna del grano de incienso que ahora le quemamos, cuanto mas afeada y escupida de asquerosas espumas y salivas.
EE. del Regenerador.
Comentarios Facebook