La exhumación de los restos mortales de Morazán

Francisco Morazán

La exhumación de los restos mortales de Morazán

Ricardo Fernández Guardia

Dos grandes tragedias políticas registra nuestra historia: el fusilamiento del general don Francisco Morazán en 1842 y el de don Juan Rafael Mora en 1860. Morazán fue ejecutado en la plaza mayor de San José en presencia de la exaltada muchedumbre que había exigido su muerte. Mora cayó en una playa solitaria de Puntarenas ante un pelotón de soldados que tenían los ojos llenos de lágrimas. Ambos murieron en actitud heroica, sin permitir que les vendasen los ojos. Morazán dio las voces de mando como en la parada. Mora dirigió palabras de aliento a los soldados cuyas manos temblaban, encomendándoles que le apuntasen al pecho y no le estropeasen la cara.

Ignoro quiénes acompañaron el cadáver de don Juan Rafael Mora hasta la fosa abierta en el Cangrejal. Pocos o muchos, los que cumplieron con tan piadoso deber no necesitaron para hacerlo de tanto valor como los que dieciocho años antes habían seguido los despojos de Morazán hasta el antiguo cementerio de San Josó, porque 1a vida y las propiedades de los más notorios amigos y partidarios del caudillo federalista estuvieron amenazadas, a raíz de la victoria, por la cólera popular. Don Antonio Pinto tuvo que protegerlas, confiando esta tarea al teniente coronel don Florentino Alfaro, que la desempeñó con un celo digno de su buen corazón. Era por consiguiente muy peligroso en Aquel momento manifestar sentimientos contrarios a los de la inmensa mayoría triunfante. Para honra de Costa Rica no faltaron hombres de entereza que arrostraran ese peligro.

Ninguno de los centenares de documentos del año 1842 que han pasado por mis manos trata del entierro del general Morazán, y tan sólo el que voy a reproducir, escrito en 1848, consigna los nombres de cuatro de las personas más conspicuas que concurrieron a ese acto: don Juan Mora Fernández, el eximio primer Jefe del Estado y Vicejefe del mismo en 1842; su hermano don Joaquín, enemigo mortal de Carrillo, por quien había sido puesto fuera de la ley; don Mariano Montealegre Fernández, el primer ingeniero costarricense, discípulo de Stephenson, a quien se atribuye el invento de la locomotora, que en realidad se debe a Trevithick; el -coronel don Rafael García Escalante, distinguido militar que había mandado el primer contingente de Costa Rica en el ejército federal y las tropas que vencieron a los facciosos de Heredia y Alajuela en la guerra civil de 1835.

En la terrible sublevación de septiembre, el furor del pueblo se concentró en los dos hombres a quienes hacia en primer término responsables de los males que la motivaron: Morazán y Villaseñor. En el primero veía al autor de estos males; en el segundo al que los había hecho posibles mediante la traición de El Jocote. Juntos habían entrado en San José el 13 de abril de 1842. Juntos huyeron derrotados en la madrugada del 14 de septiembre. Juntos regresaron a la capital prisioneros y heridos el 15, Morazán a caballo y Villaseñor en una hamaca. Juntos fueron al patíbulo por la tarde de ese mismo día, Morazán con paso firme y Villaseñor llevado en una silla. Juntos esperaron la muerte frente al pelotón. Morazán de cara y erguido, Villaseñor de espaldas y desmadejado. Juntos cayeron a la voz de ¡fuego! dada por Morazán. Juntos se les llevó al cementerio y juntos fueron sepultados en la misma fosa.

Todas estas circunstancias hacían que la memoria de estos dos hombres pareciera deber estar ligada para siempre; pero el fallo de la posteridad no lo ha querido así. A Morazán lo ensalzan unos y lo denigran otros con igual pasión de bandería y olvido del lema de la historia: Scribitur ad narrandum, non ad probandum. A Villaseñor lo desdeñan más o menos tirios y troyanos, porque sobre él pesa el estigma de la traición militar. Y así, cuando llegó la hora de separar los dos esqueletos, esto se hizo sin mencionar siquiera el nombre de Villaseñor, silencio que constituye la más severa censura.

En 1848 gobernaba la nueva República de Costa Rica el doctor don José María Castro. Había sido amigo de Morazán y auditor de guerra en su administración. El 6 de noviembre de ese mismo año decretó que los restos mortales del general don Francisco Morazán fuesen exhumados para entregarlos solemnemente a El Salvador, a quien los había legado el gran caudillo nacionalista. La exhumación debía hacerse el 27 de noviembre, así como unas exequias de cuerpo presente en la iglesia matriz de San José el 4 de diciembre, con asistencia del Gobierno Supremo, de las corporaciones y de los funcionarios públicos.

El 14 de noviembre se ordenó a don Jacinto García, jefe político departamental de San José, que procediese a la exhumación en asocio de los funcionarios y de los particulares que se le indicaron. La orden fue cumplida en la fecha señalada por el decreto, según consta en el acta que se levantó al efecto y dice así:

“Cementerio de la ciudad de San José, capital de la República de Costa Rica, a las once de la mañana del día veintisiete de Noviembre del año del Señor de mil ochocientos cuarenta y ocho, XXVIII de la Independencia.

Yo el infrascrito Jacinto García, Gobernador de este Departamento, cumpliendo con la disposición suprema de 14 del corriente, a la hora designada en el decreto que antecede me constituí en este lugar, asociado de los señores doctores don Nazario Toledo y don José María Montealegre. del señor juez del crimen don Anselmo Castro, del intendente general Lic. don Manuel Alvarado, del señor comandante general de la República brigadier don José Manuel Quirós, del teniente cura de esta parroquia presbítero don José María Esquivel, del sacristán señor José María Castro y Blanco y de los sepultureros Juan Moscoso, Santos Pacheco y Julián Sáenz y de los señores don Juan y don Joaquín Mora, don Rafael Escalante y don Mariano Montealegre; y reconocido por todos y por otras muchas personas que no se mencionan el sepulcro donde en 15 de septiembre de 1842 se sepultó el cadáver del benemérito general Francisco Morazán, se procedió a abrirlo: y habiéndose encontrado en su fondo dos esqueletos tendidos de oriente a occidente, los sepultureros y varios de los concurrentes que presenciaron el entierro del enunciado general Morazán, dijeron que el situado al lado del norte era el del dicho general; y confirmada esta versión por los restos del vestuario y calzado hallados en el mismo punto, mandé exhumar el expresado esqueleto.

Al efecto se tacaron uno a uno todos los huesos de que éste se componía, los cuales estaban sueltos, incompletos y fracturados muchos de ellos por la corrupción. Mandé en seguida fuesen examinados por los susodichos doctores Toledo y Montealegre, quienes en virtud del exacto reconocimiento por ellos practicado declararon bajo de juramento recibido en forma:

1.°— Que la cabeza sólo contiene los huesos pertenecientes al cráneo e incompletos algunos: que en la Sutura lateral izquierda del coronal y parietal se presenta un agujero esférico; que algunos restos de los maxilares y otros huesos de la cara aparecen sueltos; que la mandíbula inferior se presenta fracturada en su rama derecha y separada la porción restante en el punto de la base del ángulo de dicho hueso.

2.°—Que algunas vértebras se presentan destruidas en su superficie y fracturadas.

3.°—Que las costillas de la misma manera se presentan un poco destruidas y tres fracturadas.

4.°—Que el esternón o hueso del pecho no está completo y dos de sus porciones se hallan fracturadas y destruidas por la putrefacción.

5.°—Que los huesos de las espaldillas están carcomidos, especialmente en sus ángulos inferiores.

6.°- Que los huesos de la pelvis están del mismo modo carcomidos y uno de los innominados desmoronado en su porción laminosa.

7.°—Que en los extremos superiores sólo se nota que el húmero de) brazo derecho presenta un callo o vestigio de fractura antigua en su tercio superior, por lo cual se halla torcido y deforme.

8.°—Que en el resto de los huesos no hay otra cosa particular notable si no es que las epífisis de los huesos largos, la porción delgada y laminosa de los anchos, se encuentra medio destruida, lo mismo que algunos huesos cortos esponjosos, y por esto creen que las fracturas y huesos destruidos y desaparecidos no sólo han cedido a la fuerza disolvente de un terreno húmedo, sino a la mala constitución de los huesos, tal vez atacados en vida de algún virus.

Después de la declaración precedente, los huesos a que ella se refiere fueron, junto con los restos del vestuario y calzado encontrados con dichos huesos, colocados en la urna funeraria preparada para recibir tan sagrado depósito y cuya llave fue entregada al teniente cura de que se ha hecho referencia, y con ello di por concluido el acto, firmando junto conmigo esta relación todos los individuos en ella mencionados.—Jacinto García. J. M. Montealegre, José M. Quirós, Anselmo Castro. Mar.
Montealegre. K. G. Escalante, M. Alvarado, José María Esquivel.

A ruego de los señores Juan Moscoso, Santos Pacheco y Julián Sáenz que no saben firmar, Mercedes Bolandi”.

Como puede verse, en el acta anterior no aparecen las firmas del doctor Toledo, del juez don Bernardo Jiménez, de don Juan y don Joaquín Mora. Toledo con seguridad y Jiménez muy probablemente presenciaron la exhumación, y la falta de sus firmas tan sólo debe atribuirse a descuido del encargado de recogerlas o a cualquier otro motivo de esta índole; pero en lo que atañe a los hermanos Mora Fernández, presumo que no concurrieron a la ceremonia, porque tampoco firmaron la circular de 15 de noviembre en que el jefe político García les convocaba para asistir a ella en unión de don Rafael G. Escalante y don Mariano Montealegre F., como a cuatro de las personas más distinguidas que habían presenciado el sepelio del general Morazán seis años antes. ¿Cuál pudo ser la razón de su actitud? Tan sólo me parece plausible la de que el presidente Castro había solicitado del Gobierno salvadoreño el envío de los restos mortales del Lic. don Braulio Carrillo, asesinado en 1845. Y como don Juan y don Joaquín Mora habían sufrido mucho durante la dictadura de Carrillo, se concibe que no quisiesen asociarse a un acto al parecer ligado al homenaje que se deseaba tributar a la memoria del gobernante a quien tanto hablan combatido.

Cosas y gentes de antaño

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