Las orquídeas
Anastasio Alfaro
Las orquídeas son plantas epífitas en su gran mayoría: sus raíces abrazan las ramas de los árboles con tal fuerza que se rompen casi siempre al tratar de separarlas del tronco protector; son hijos expósitos agradecidos, cuya delicadeza, fragancia y tintes admirables hermosean el bosque sombrío, perfuman el ambiente y atraen la atención de las gentes más cultas en todos los pueblos. Esas raíces son en general de color claro, lustroso, cubiertas de un tejido absorbente de células en espiral; al extremo toman el tinte verde y están protegidas por epidermis dura que les permite entrar en las grietas de las rocas y adherirse a la corteza rugosa de los árboles, alimentándose en ambos casos del aire y de la lluvia. En algunas especies de tallo trepador, sus raíces salen opuestas a las hojas alternas, largas, delgadas, de color blanco, verdaderas raíces adventicias, de treinta centímetros de longitud, que buscan un sostén para ascender hacia donde la luz y el aire son cada vez más diáfanos y puros.
Pocas plantas presentan como las orquídeas una variedad tan grande de tallos, cortos, largos, rastreros, delgados a veces, con rizomas carnosos y seudobulbos suculentos, reservas alimenticias que la planta acumula durante la estación lluviosa para la época de la florescencia y formación de semillas, ejemplo precioso de economía vegetal, que les permite vivir durante largas semanas y florecer en las mayores estreche ces de luz y de calor.
Las hojas presentan nervaduras longitudinales, forma ovalada, borde liso, cortas o largas, enjutas en unas y tan carnosas en otras que llegan a tener apariencias de cilindros; el color verde se torna amarillento, renegrido, morado, con manchas de sepia, según la especie, y tanta variedad de matices como diversos son sus tallos y sus flores; viven mientras están acumulando reservas, después se marchitan y mueren, dejando en los nuevos brotes la potencia vital que ha de mantener el desarrollo de la planta.
Sus flores presentan tal variedad de tamaños, formas, matices y perfumes que han llegado a cautivar las aristocracias del talento y el dinero, al extremo de que a la Reina de Inglaterra se le dedicara un libro de orquídeas como símbolo de la belleza, hermosura y sentimientos delicados. Hay tales manifestaciones de potencia vi tal en las orquídeas que producen ramos de flores machos, hembras y hermafroditas en una misma planta, totalmente diversos, como si no pertenecieran siquiera al mismo género.
El cáliz. se compone de tres sépalos, y la corola de dos pétalos iguales y un labelo, siempre diferente a unos y otros, en tamaño y coloración, llegando a semejar en algunas especies las águilas de oro fabricadas por los antiguos indios, prueba de la admiración que estas plantas les causaron.
El polen es llevado de una a otra flor por los insectos o por el viento, produciéndose la constante mutación. de células indispensable al sostenimiento de la vida orgánica.
Las flores de las orquídeas varían. en tamaño desde dos milímetros de abertura, blancas, diminutas, estrelladas, hasta ramos de inflorescencias amarillas que alcanzan ochenta centímetros de longitud y que han merecido por su apariencia de hermosa cabellera el apropiado título de «lluvias de oro», pertenecientes al numeroso género de los Oncidium.
La hermosa guaria de Turrialba (Cattleya dowiana) da de tres a seis flores abiertas en cada ramo, de sépalos y pétalos color amarillo pálido, anchos, sedosos, delicados, fragantes por la noche, cual si guardasen entre perfumes el sueño del labelo, tendido como un manto de púrpura aterciopelado, que ostenta preciosas guarniciones de oro.
Las flores de esta reina de nuestras orquídeas se levantan sobre un seudobulbo de 20 a 30 centímetros de largo, fusiforme, ligeramente comprimido, delgado y resistente en su base, y terminado en el ápice por una hoja sola, gruesa y coriácea, de 25 centímetros de largo, por 9 de ancho, semejando un trono de verdura levantado por la Naturaleza para lucir esas en. cantadoras obras de arte.
Menos vistosa, pero más abundante es la guaria morada (Cattleya skinneri), de seudobulbos igualmente largos, delgados en su base, que se engruesan al llegar al nacimiento de dos hojas pareadas, en cuya axila nace el ramo de flores, hacia el mes de marzo. Tanto las hojas como las flores son menos grandes que en la especie precedente; pero su abundancia es tal, que la mayor parte de los jardines y casas de campo en la meseta central, presentan el gracioso atractivo de estas plantas colocadas al aire libre, sobre troncos vivos de poró. Y lo que es más simpático aun, es ver a nuestras jóvenes campesinas luciendo ramos de guarías en el pecho, como pudieran hacerlo las damas más encopetadas de la nobleza británica.
En su estado nativo puede verse a esta planta sobre las márgenes de los ríos, en el valle central del país, donde se han conservado restos del antiguo bosoue, que las autoridades debieran proteger, aplicando las leyes vigentes, para mantener el caudal de aguas que alimenta las cañerías de las poblaciones y nos da luz eléctrica, calor para las cocinas y fuerza para los tranvías y pequeños talleres. Hay que tener en cuenta siempre que la hulla blanca es una de las riquezas nacionales que debemos conservar como un tesoro inagotable, vedado para muchos pueblos de cultura superior.
Debido a la influencia de jardineros y botánicos, se conoce con el nombre vulgar de tricopilea la Trichopilea suavis, de ancho bulbo, hoja grande, inflorescencia colgante o lateral, con tres y cuatro flores en cada ramo, sépalos y pétalos de un blanco ligeramente encarnado, con el limbo grande, de bordes crespos, color de rosa, ondulados, y el la bel o sal picado de castaño rojizo; es sumamente fragante y florece en la vertiente del Atlántico hacia el final de la estación seca, como si las reservas acumuladas en la estación lluviosa fueran especialmente hechas para los rigores del estío.
Pocas plantas responden como las orquídeas al tratamiento cuidadoso: con aire, agua y luz tienen bastante para vivir y florecer, siempre que se tenga un conocimiento exacto del sitio donde cada especie prospera en su estado nativo.
Atadas con alambre a un tronco de poró, de metro y medio de altura, se tiene la ventaja de que ambas plantas crecen al aire libre, sin mayores atenciones, dándonos sus ramos de flores año tras año.
Cuando se quieren tener en los corredores de las casas, deben instalarse en canastas de madera, colocando adentro carbón vegetal, palos medio podridos, aserrín y musgo, para que las raíces tengan donde agarrarse fácilmente, sobre una esponja artificial saturada de humedad. Este sistema requiere un riego frecuente, porque las plantas quedan privadas de la lluvia y su estado de suspensión eca las canastas en corto tiempo.
En los invernaderos se acostumbra a colocar las orquídeas en lebrillos de arcilla cocida, porosos, con varios agujeros en el fondo y un drenaje perfecto de trozos de madera y musgo, para que retengan la humedad en las raíces y no se formen depósitos de agua perjudiciales a las plantas.
Trozos de madera o helechos arborescentes sirven muy bien de soportes, con la ventaja de que pueden dejarse a la intemperie durante la estación lluviosa y meterlos en las habitaciones cuando están florecidas las plantas, llenando· así de manera eficaz su objeto decorativo.
Pocas son las plantas de este orden que permiten colocarse en macetas con tierra, como se acostumbra a hacerlo con las begonias. Algunas soportan los· rayos del sol, como la guaria morada, y otras prefieren la sombra, como la tricopilea; por lo cual deben conocerse bien las condiciones del ambiente propicio a cada especie, si se quiere tener éxito en el cultivo de estas joyas preciosas del mundo vegetal.
Todo el afán que so ponga en el cultivo de estas plantas estará bien recompensado, cuando se contemplan las raicecitas verdes salir a tientas buscando su apoyo sobre el musgo, abrazar con amor las reglas de la canastilla, echar por las rendijas nuevos brotes, hojas y flores perfumadas, que llenan el alma de satisfacción, para quien ha plantado las matas con la propia mano. La idea del cautivo desaparece, sustituida por la del huérfano a quien se tiende la mano con cariño y protección.
Colocada Costa Rica en la garganta del Continente Americano su flora es numerosa y variada, de acuerdo con la diversidad de alturas sobre el nivel del mar, sus costas en ambos océanos y dos vertientes opuestas en lo que se refiere a la humedad del aire; así tenemos en el país más de la quinta parte de las orquídeas del mundo, o sea alrededor de mil especies; la gran mayoría de apariencia modesta, pero otras son de tamaño notable, matices delicados, fragantes y bellas, verdaderos encantos de la flora nacional.
La conservación de estas plantas se verifica por el nacimiento de un rizoma nuevo al pie de cada seudobulbo después de la florescencia; más tarde, las flores se transforman en cápsulas oblongas, estriadas longitudinalmente, las cuales se abren en cuanto están secas, dejando escapar centenares de semillas pequeñitas que el viento se encarga de esparcir sobre la corteza húmeda de los árboles.
lmaginaos un bulbito de medio centímetro, con dos hojitas casi el doble en tamaño, saliendo de su baso y una tercera terminal, y tendréis una orquídea completa agarrándose con tenacidad a la rama del árbol protector; luego un ramo de tres flores graciosas, que exigen el auxilio de una lente para contemplar sus preciosos detalles, y al cabo de algunas semanas tres cápsulas de semillas, todo lo cual entrará. sin deformarse, en una caja de fósforos. Esos son los deleites gratuitos que proporciona la Naturaleza y que hacen amables todos los instantes de la vida.
El estudio cien tífico de las plan tas se hace por los botánicos sobro ejemplares secos, que han perdido su coloración natural y los atractivos de la vida, fuera del ambiente de su bosque nativo o bajo el techo de los invernaderos, donde la luz, el calor y la humedad del aire son artificiales. ¡Cuán diferentes aparecen las orquídeas en la montaña virgen, con sus hojas verdes y ramos de colores variados, cuyos matices cambian a los rayos del sol!
Bajo cultivo, al aire libre. son estas plantas objeto de gusto delicado y material de estudio inapreciable para la ciencia y el arte.
Galería
Centroamérica, 1938
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