LISIMACO CHAVARRIA
Biografía y Bibliografía
Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas
y
Departamento de Patrimonio Histórico,
Ministerio de Cultura. Juventud y Deportes
El propósito de estas publicaciones, es el de divulgar y contribuir a dar a conocer a los costarricenses, por medio de una serie de documentos, artículos y otros diversos materiales, los hechos mas sobresalientes de nuestro pasad).
No se hace verdadero patriotismo, exaltando sólo los sentimientos y las pasiones. Se puede conseguir, mediante la formación de auténticos ciudadanos, conscientes del legado que nos dejaron nuestros mayores, todos aquellos que nos precedieron en el ámbito geográfico que denominamos Costa Rica, y que contribuyeron a modelar nuestra nacionalidad.
Acercar a nuestros compatriotas al conocimiento de las fuentes prístinas de nuestra historia, o de los hechos memorables que no debe ignorar, es el objetivo primordial de esta Colección.
LISIMACO CHAVARRIA PALMA
(1878- 1913)
LOS ARTISTAS son creadores de patria, hacedores de conciencia nacional», proclamaba a principios de siglo el benemérito Joaquín García Monge. Sostenía que el alma dispersa de la nacionalidad debe concentrarse «para enseñanza y consuelo y alegría de los que vengan a la zaga». Por ello, la nación tiene una deuda de gratitud para con sus escritores y artistas.
El siglo XIX es, por mucho, un laboratorio de las nacionalidades. La nacionalidad es el grupo humano que se reconoce afín, y en principio, anhela el molde de un Estado para convertirse en nación. Nación es forma, nacionalidad es materia. Nacionalismo como fuerza espiritual es el sentimiento del destino común.
De ahí que, envuelto en el aura histórica, volvamos nuestros ojos a Lisímaco Chavarría para celebrarle el centenario de su nacimiento. Contribuyó él a configurar el alma nacional costarricense. Y como nuestro país es civilista, lo hizo trasmitiendo un sentido de fidelidad al destino del hombre. Lo hizo con tenacidad de raíces que roturan profundo. Muchos de sus poemas arraigaron muy dentro del sentimiento popular; así, por ejemplo, «Anhelos hondos», «Espigas y azucenas», «El trapiche», «Promesas de la tierra» y «Manojo de guarias». Poemas siempre a flor de labio por ser parte de nuestro patrimonio histórico y, por ende, de la conciencia nacional- Lo alcanzó con tenuidad y penetración cuyos frutos está cosechando nuestra época. «Con espontánea frescura él expresa una concepción poética de nuestros campos -que es su mundo- y un sentimiento trágico del vivir -que es su destino- volcado sobre la naturaleza», expresa con acierto Carlos Rafael Duverrán, (1975-25).
Ahora, resurge su gran amor a la naturaleza, al trabajo, a la vida, al terruño, y su identificación con los humildes. Pero aflora también la dignidad con que llevó «a cuestas el enorme fardo de penurias, privaciones y desdichas», que el poeta consideró sus hermanas. Y sobre todo viene a la mente su mensaje que aún repiten labios viejos y jóvenes:
La muerte es un matiz de la existencia,
morir es florecer en otra forma;
la caduca materia se transforma
en ser nuevo, en rosales o en esencia.
A la muerte de Lisímaco, en 1913, se dijo que como poeta, él se había enclaustrado en lo puramente decorativo. Conviene rectificar esta opinión. No es difícil probar que el mejor y excelso poder poético suyo siempre aparece acompañado de un sentimiento y de un vivo anhelo de ejecución, como el que urge a las ideas, para imponer su sello sobre la materia.
En síntesis, la suya fue vida trágica, dolorosa y fructífera. Vida de creador y hacedor de patria.
***
Lisímaco nació en San Ramón el lO de mayo de 1878, hijo de Eduardo Chavarría y de Teresa Palma Esquivel. Fue el primogénito y tuvo siete hermanos.
Microdramas familiares lo marcaron desde su nacimiento. Su padre, analfabeto, de carácter díscolo; su madre, culta, letrada, morigeradora de tragedias mínimas. Mujer formadora en sus hijos del sentimiento noble. Pararrayo de las cóleras de su marido para con las precocidades literarias del primogénito.
Pero el niño entiende con nitidez el conflicto y se refugia en sí mismo. Se introvierte como función decisiva a la mano para distinguir al hombre y mantenerse en su propio camino. Crece con débil constitución física. Desde temprana edad tiene que aprender verdaderos principios de la conducta humana; a ellos debe la limpieza de mente y de atuendo que corren parejas con sus modales y vocabulario.
Cuando cursa el cuarto grado su padre lo retira de la escuela para obligarlo a trabajar en faenas agrícolas. De nada valen su vivaz inteligencia y su deseo por aprender.
Años después, con inteligencia humilde, en su pueblo nativo, el adolescente Lisímaco se acerca a Manuel Rodríguez Cruz, quien por entonces goza de fama de ser el mejor imaginero del país. Aprende los rudimentos técnicos y artísticos y educa sus ojos para captar el colorido. Al cortar la madera con formones y gubias, renueva olores de la montaña que saturan sus sentidos. Aprende a tallar imágenes que ayudarán a los fieles al avivarles su fe cristiana. Según se cuenta, por entonces su predilección se vuelca en el culto mariano, especialmente en las advocaciones dolorosas, quizás con el deseo de solidarizarse íntimamente con su madre. También talla imágenes religiosas en que la piel exhibe heridas abiertas y laceraciones, o figuras llenas de dramatismo, según relatan ancianas ramonenses que dicen haber oído a sus mayores comentar que eran parangonables con las del Montañés, el maestro imaginero español. Pero, por desgracia, aún no se ha iniciado en Costa Rica la confección de un catálogo de la imaginería existente en el país, y no sabemos a ciencia cierta cuáles obras pueden ser de Lisímaco.
El hostil tratamiento de su padre lo obliga a fugarse del hogar. Rumbea a San Pablo de Tarrazú, donde trabaja de peón. Sin embargo, más fuerte es el clarín del arte. Regresa a San José y conoce a Pedro Pérez Molina, con quien labora poco tiempo, pues el discípulo resulta más hábil que el maestro. Luego se traslada a Cartago para restaurar algunas imágenes. Conoce a un relojero que le enseña los secretos del oficio, los cuales, en años posteriores, serán su fuente vital. También conoce a una muchacha agraciada, hija de un finquero adinerado de Paraíso. Tras corto idilio se casa con Rosa Corrales.
El joven matrimonio logra entablar amistad con Justo A. Facio, por medio de quien obtienen puesto de maestros rurales. Los esposos Chavarría Corrales son nombrados maestros en Tabarcia de Mora, de donde se trasladarán a Santa Rita de Nicoya. En 1901, Lisímaco aparece dirigiendo la escuela de Santa Ana.
Interpreta románticamente en algunos poemas el vasto fenómeno de la naturaleza que le impresiona. Curiosamente, el motivo guanacasteco escapa a su sensibilidad. ¿Se deberá a que la Península de Nicoya se estaba convirtiendo en hogar de muchos campesinos del Valle Central? En todo caso, algunos de sus poemas aparecen publicados en una revista pedagógica y en periódicos de los primeros años de este siglo. En este desperezo de la mente, acentúa las propias normas éticas y religiosas.
Con la ayuda económica de su suegro, Lisímaco decide en 1904 publicar un poemario, Orquídeas. Tímidamente pide prestado el nombre de su esposa para ampararlos. La aparición de una poetisa causa no poca sorpresa. Unos meses después, el maestro Antonio Zambrana -quien ejercía una especie de dictadura intelectual- no duda en prologar un segundo tomo, Nómadas. Ambos poemarios se apartan de la tradición fijada por los dos tomos de la Lira costarricense que en 1890 había compilado y editado Máximo Fernández. Junto con los poemas iniciales de Roberto Brenes Mesen, éstos de Lisímaco aportan a la poética costarricense nuevas formas, nuevas técnicas y un mayor colorido y musicalidad. Están al filo del romanticismo con algunos rasgos premodernistas plenos de sugestión poética y armonía. Hay, también, trasuntos de Vicente Medina, de Gustavo Adolfo Bécquer, y de otros poetas asimilados a la mentalidad costarricense.
El triunfo que obtienen estos dos poemarios precipita en el hogar Chavarría Corrales los celos y las incomprensiones. Todo estallará al saberse que el poema «El arte» obtuvo el primer premio en la Fiesta del Arte, organizada por el Club Costa Rica en 1905- Cada uno reclama fieramente la paternidad. El matrimonio fracasa y sobreviene el divorcio. Más tarde se demostrará palmariamente que el verdadero poeta era Lisímaco; la señora Corrales había escrito la letra del Himno de un partido político y ello fue suficiente prueba. Sin embargo, los intelectuales se dividieron: en un bando los partidarios de la poetisa, y en el otro los de Lisímaco. Al año siguiente, en 1906, Lisímaco confirma su calidad de poeta al triunfar con dos poemas: «Al pensador» y «Al trabajo» en la segunda Fiesta del Arte.
Pero aún se sentían rescoldos del escándalo literario. Lisímaco tiene que vencer su timidez porque se continúa negando su paternidad de los poemas anteriores. Según lo expresó en una nota autobiográfica, «lucha con áspides sañudos como Laoconte por salvar sus hijos». Al no renunciar la paternidad de sus poemas lo hace con respeto a la justicia, a la piedad y a las virtudes.
Entonces traslada su atención del campo de la naturaleza al de la conducta humana. Tal es el origen de sus creaciones «Saxiteles», «Rebeldías», «Al odio» y «Estoicismo».
Durante algunos meses radica en San Ramón y se dedica a escribir poemas costumbristas, en los que no logra captar plenamente el habla popular. Breves estampas que pretenden, sin lograrlo, acercarse a las concherías de Aquileo J. Echeverría. Al regresar a San José se acerca a intelectuales de campanillas que resultan partidarios de su ex-esposa. No le brindan acogida sino le echan en cara su origen campesino. Al verlo triunfante, muchos dan rienda suelta a la envidia, al odio, al dicterio. Ante estos Zoilos, Lisímaco recuerda al cóndor que «prefiere los fulgores y clava las pupilas en la inmensidad».
Sabedor de su poca cultura literaria, y en procura de conciliar pareceres, busca el consejo de amigos. Es entonces cuando Justo A. Facio le consigue un modesto empleo en la Biblioteca Nacional que le ayuda a calmar sus necesidades vitales y le sirve para enriquecerse con la lectura de variada índole. Con este humilde destino logra entronques muy valiosos. Entre ellos, con Próspero Calderón, editor de la revista «Páginas Ilustradas», una de las mejores de Centroamérica. Y en ella va dejando su producción poética desde 1905 hasta su muerte en 1913- Entonces, la naturaleza cobra vigencia artística en muchos poemas ahí publicados.
A la vez, al crearse el Ateneo de Costa Rica, que constituye la asamblea más selecta de la intelectualidad de la época, Lisímaco aparece entre los miembros fundadores. Para la primera velada solemne del Ateneo escribe y recita su poema «Los bueyes viejos», que confirma sus dotes creadoras.
Invocando la amistad y respeto mutuo que los une, Lisímaco acepta que Justo A. Facio le prologue su nuevo libro. Desde los Andes y en 1908, que será más conocido en Hispanoamérica que en Costa Rica. Al trascender fronteras, prestigiosas revistas reproducen sus poemas; entre ellas valga citar: «France Amérique», de París, «Cuba», de La Habana; «América», de Nueva York; «Expectación Literaria», de Alicante, (España); «El Comercio», de Quito; «El Diario de la Tarde», de Mazatlán, (México), y muchísimas otras más. También le obtienen el aprecio de grandes literatos como Rubén Darío, Magallanes Moure, Ricardo Palma, Manuel Ugarte, Ismael Urdaneta, José Enrique Rodó, quienes lo convierten en su amigo epistolar. Pero el tiempo se ha tragado el valioso epistolario. ¡Lástima que el Estado costarricense hasta el momento no se haya preocupado por el destino de los archivos de tantos hombres sobresalientes!
Aunque los hombres saben unirse cuando hace falta para la defensa de sus ciudades y hogares, y aunque muchos son sensibles a la responsabilidad del poder, entre 1905 y 1913, faltó que los estadistas comprendieran que talentos como el de Lisímaco deben ser estimulados y no ser mirados con indiferencia, pues su suerte influye en la cultura del país. De ahí las justas recriminaciones de Ramón Zelaya. Analiza Zelaya las implicaciones sociopolíticas de la situación de Lisímaco porque el poeta se vio «muchas veces obligado a tocar las puertas en humilde solicitud de cinco o seis colones para colmar el déficit que le dejaba su triste sueldo de sesenta, régimen de pan y agua a que lo tuvieron sometido los supremos distribuidores de los beneficios de nuestra sociedad», (Zelaya, 1913).
En 1907, Lisímaco obtiene el puesto de redactor de «La Prensa Libre», pero en todo el barullo de factores económicos y sociales en que vive, hay en el fondo una crisis espiritual. Un cambio ante el mundo circundante. Para entender su mundo y entenderse, Lisímaco baja a un nivel más hondo y dinámico, donde la motivación es menos lógica y menos consciente: rememora su niñez. Meses después publica este baño lustral: Añoranzas líricas, modestísima publicación que circula más en el exterior; estrofas llenas de colorido y de paisajes, de lumbre solar, en la montaña hermana y sonora.
Entonces, deseoso de ampliar su cultura artística, acude a la Escuela de Bellas Artes que dirige Tomás Povedano. Se sostiene que él ejecuta una obra pictórica interesante, mas ni en los comentarios que se le hicieron en vida a su obra ni en las necrologías se menciona su capacidad pictórica. Sería después de su muerte cuando algunas personas empezarían a hablar de Lisímaco como revelación pictórica. En la actualidad se le atribuyen varios cuadros que de ser suyos lo colocarían entre los mejores y más logrados artistas de Costa Rica. Inesperadamente, Miguel Salguero, (1975), habla de esta faceta de Lisímaco que había pasado inadvertida, luego, Carlos Francisco Echeverría, (1977: 13) lo considera un importante pintor costarricense del siglo XIX. De ser suyos los retratos de la actriz española Lola Membrives, de la cupletista Pastora Imperio, y el de «Judith con la cabeza de Holofernes», que según se dice obtuvo una medalla en la exposición a la que convocó la Corte Centroamericana de Justicia en Guatemala. Todos estos cuadros corresponden al siglo XX y no al XIX. ¿Realmente son de Lisímaco?
Es cierto que la vida aprieta y no ahoga. En estas angustias vitales se le acentúa a Lisímaco su carácter misantrópico que los literatos coetáneos interpretan como soberbia y altivez. En el dilema de ser palaciego o de ser lo que es, prefiere escoger la libertad de predicar las virtudes de la vida sencilla. «Hace gala de su origen campesino y exalta la pobreza como una forma de vida, quizá porque su propia condición humilde lo rescató siempre del oropel del falso intelectualismo», señala Alfonso Chase, (1976: 16).
Pero esta vida frugal, sencilla y libre, se le rompe en 1909 al obtener la Flor Natural en los Juegos Florales organizados por «Páginas Ilustradas». Su composición » Poema al agua» es laureada y le gana el título de felibre. Además, obtiene el segundo premio con «Palabras de la momia». Este sonado triunfo constituye su consagración. Y, durante varios meses, su vida se le fragmenta en el bullicio de los homenajes.
Con este triunfo se renuevan en algunos grupos el odio, la envidia, el sarcasmo por su origen campesino. Para responderles, Lisímaco exalta la hidalguía, la amistad, la vida campesina. Mientras aquí tiene que luchar contra los que le hieren, su fama se acrecienta en el exterior. Triunfa en un certamen latinoamericano auspiciado por la revista neoyorquina «América», con su poema «El árbol del sendero». También, según cuenta Ramón Zelaya, (1913), en México «se le declara segundo poeta de Hispanoamérica, después de Darío, a quien se le adjudicó el primer puesto en honor a sus prosas».
Acumulando triunfo tras triunfo, Lisímaco empieza a comprender que el mañana ya había caducado antes de amanecer. Siente que la vida es una delgada y precaria costra. Se dedica a escribir nuevos poemas de paisajista experto. En esta plenitud creadora sufre la pérdida de su hermano, quien muere trabajando en un socavón minero. En «La muerte del minero», el poeta exalta las cosas sencillas, el trabajo diario y el alma humana.
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Dueño de la norma de la conciencia griega del gnothi seauton y «conócete a ti mismo», sufriendo los estragos del hambre y de la enfermedad, purificándose a sí mismo, siente que «la faz de la muerte es más casta que el blanco jazmín». Pleno de paz interna, recibe de tarde en tarde el correo que le trae gratas noticias de sus amigos: una caricatura suya, trazada por el artista cubano Uzcátegui, que se exhibió en los salones del Ateneo cubano; la traducción que Ignacio Trullas Aulet hace al catalán de su poema «Yo juera su novia», o el libro ricamente impreso que le envía su amigo Ricardo Palma con afectuosa dedicatoria. Pero estas son mínimas alegrías. Más grande es su dolor. Su enfermedad lo agobia y se acentúa la agonía presentida de su muerte.
Aunque bastante enfermo, saca fuerzas. En octubre de 1911 viaja a Guatemala en compañía del Lic. Ernesto Martín. Representan al Ateneo de Costa Rica en el Congreso Centroamericano de Periodistas y en las Fiestas de Minerva. El candor campesino de Lisímaco conquista a todas las delegaciones. En efecto, él es el más agasajado. Deseando conquistarlo como un trofeo, el dictador Manuel Estrada Cabrera le insiste en que se radique en Guatemala y se acoja a su mecenazgo. Lisímaco, hombre civil de un país civilista, prefiere regresar a su terruño. Claro como una lámpara, prefiere cantar en su patria los sueños que salen de su corazón.
Anhelando reunir algunos cromos líricos en que pinta costumbres y sentires de las gentes campesinas, «tan familiares como que entre ellas se había criado», le escribe a Modesto Martínez una emotiva carta. En noviembre de 1912 le pide que prologue este libro. Prefiere que sea un costarricense quien lo haga; Rubén Darío, Arguello, Rodó y Ugarte le habían ofrecido prologarlo. Pero su libro debe ir acompañado de un tico que ame nuestras costumbres y bellezas. Las suyas son composiciones acerca de las cosas que más ama del terruño: los aromas de la montaña, la boda campestre, las mujeres criollas, el árbol del sendero, las garzas, el zopilote, Puntarenas, el trapiche, el verano, el manojo de guarías, las quemas, las promesas de la tierra…
Asediado por la necesidad busca refugio en su hogar materno, en San Ramón. Día tras día siente más cercana la muerte. Pero sus penurias también se agigantan. Comprendiéndolo, los ediles de San Ramón acuerdan en junio de 1913 auxiliarlo con una modesta suma de dinero; algunos amigos también levantan una suscripción pública. Mas ya es tarde. La ayuda apenas es un paliativo.
Centrado en su mundo, pide que lo lleven a visitar el cementerio. Allí su temblorosa mano no puede sostener el lápiz y ruega a un hermano que le sirva de escribiente. Entonces dicta:
Allá en el camposanto
que esmaltan las auroras de amaranto…
Dicta su testamento poético, su último ruego. Anhela descansar al fin.
Proclama que lo único que lo inspira es el:
que siga la cruz siendo la lira
del alma mía que será inmortal.
Muere el 27 de agosto de 1913. Su desaparición conmueve al país. Sus funerales se celebran con representación oficial y de la intelectualidad. Los campesinos de San Ramón y de pueblos comarcanos, «manos cariñosas, llevan a su huesa muchas flores cortadas con amor» como lo pedía en su testamento lírico. Detrás del féretro, los escolares recitan sus «Anhelos hondos»…
Con su muerte, algunos políticos se percatan de que Lisímaco fue un creador a quien la nación debió haber protegido. Confesaron «no haber sospechado siquiera que el verdadero poeta es un agente poderoso de progreso, de virilidad, de fuerza para el pueblo en que vive», como alguien lo señaló en una necrología. Mas tal comprensión fue tardía…
***
Postumamente, un mes después de su fallecimiento, se edita Manojo de Guarias, con prólogo de Modesto Martínez. El diario «La Información», financia la edición «para que su producto se dedique al monumento que ha de construirse sobre la tumba del poeta». Tales son las palabras votivas con que se abre el tomo. Al año siguiente, el conde Maurice de Périgny traduce al francés cinco poemas de Lisímaco y los reúne en un volumen con cuentos de Ricardo Fernández Guardia y poemas de Aquileo J. Echeverría. Mas el recuerdo de Lisimaco y de su obra ha de seguir vivo pese a que, pasados algunos años, algunos poetas lo consideren un simple versificador, quizá íntimamente envidiosos porque el pueblo ha memorizado tantos poemas de Lisimaco y ninguna de sus «finas» composiciones. También, Lisimaco es imprescindible en las antologías de la poética costarricense. Asimismo, un grupo de fieles admiradores se ha dedicado a lo largo de los años a mantener vivo su recuerdo; entre ellos sobresalen Eliseo Gamboa, Róger Salas García, Trino Echavarría, Carlomagno Araya, Rafael Lino Paniagua, Carlos María Jiménez, David Mora C, Jesús Córdoba, Estefanía Campos y Carlos Palma. Esta fidelidad a la obra de Lisimaco obliga al Estado a bautizar con el nombre del poeta una escuela rural. En 1940, por mandato legislativo, se edita en la Imprenta Nacional una antología de sus poemas. En 1976, la Editorial Costa Rica lo incluye en su colección Nuestros Clásicos y publica un tomo de Poesías escogidas de Lisimaco Chavarría con prólogo de Alfonso Chase.
Ahora, con motivo del centenario de su nacimiento se abre esplendoroso un sábado de gloria para reinterpretar y exaltar la espontánea frescura de su concepción poética. Ahora, justicieramente se reconoce que Lisímaco Chavarría es un creador de patria, un hacedor de la conciencia nacional.
LUIS FERRERO
Departamento de Patrimonio Histórico,
Ministerio de Cultura. Juventud y Deportes.
REPERTORIO BIBLIOGRAFICO
LISIMACO CHAVARRIA PALMA
(1878-1913)
Nómadas. Prólogo de Antonio Zambrana. Imprenta Nacional. San José de Costa Rica, 1904. (Publicado bajo el nombre de Rosa Corrales de Chavarría).
Orquídeas. Imprenta de Avelino Alsina. San José de Costa Rica, 1904. (Publicado bajo el nombre de Rosa Corrales de Chavarría).
Desde los Andes. Prólogo de Justo A. Fació. Tipografía de Avelino Alsina, San José de Costa Rica, 1907.
Añoranzas líricas. Tipografía de Avelino Alsina. San José de Costa Rica, 1908.
Manojo de guarías. Edición de Modesto Martínez. Imprenta Moderna. San José de Costa Rica, 1913-
Contes et poémes de Costa Rica. Traduits de l’espagnol par le comte Maurice de Périgny, pp. 219-239. París, 1924.
Poesías. Edición de Rogelio Sotela, Julián Marchena y Jorge Saurez F. Imprenta Nacional. San José de Costa Rica, 1940.
Tres poemas. Prólogo de Carlos María Jiménez G- Imprenta Borrase, San José de Costa Rica, 1965.
Poesías escogidas. Edición de Alfonso Chase. Colección Nuestros Clásicos, número 9. Editorial Costa Rica, San José, 1976.
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