Luis Dobles Segreda: El ensueño maravilloso de vivir en el pasado

“El ayer vive con el hoy. Para el extranjero que llega por primera vez a Heredia, es difícil distinguir entre lo sucedido hace un siglo y lo que aconteció ayer. El pasado apenas va dejando de ser vivo, actuante. Pareciera que el herediano se rige por las palabras de Dn Cleto Gonzáles Viquez:”La patria no es solo el terruño, sino algo más: la solidaridad de los que viven con los que ya duermen el eterno sueño y con los que vendrán con sangre nuestra en las venas…RUBEN DARÍO

Que difícil resulta añadir algo más a la vida y obra de un extraordinario cultor de las artes y las letras nacionales como es el caso de don Luis Dobles Segreda. Lo es aun más cuando, al intentarlo, me encuentro en uno de los rincones olvidados de mi biblioteca un librito titulado Por el amor de Dios, editado en 1959 por don Luis Ferrero Acosta, ilustrado por don Juan Manuel Sánchez y con dos exquisitos estudios epilogales, uno de don Abelardo Bonilla y el otro de don Ricardo Rojas Vincenzi. A primera vista, no hay más que remitir al lector a las páginas mismas de tan entrañable y bucólica obra. Sin embargo, después de pensarlo mejor, concluyo que, cuando los tiempos están turbios y los ánimos decaen, a fuerza hay que esculcar el pasado como una manera de recordarnos quiénes éramos y en “qué” corremos el riesgo de convertirnos.

Ante todo debo ser honesto y reconocer que mi aporte literario solo es posible gracias a los estudiosos de la literatura nacional que reseñan la obra de don Luís Dobles Segreda. Lo que sí me es inherente, (y de esto doy fe), es de mi “heredianidad”, pues únicamente conociendo el alma de las cosas, por ser uno mismo parte de ellas, es como el arpa del poeta logra trasmitir la luz de un tiempo y de un lugar específicos. Esa condición, más que cualquier otra, es la que le otorga a don Luis Dobles Segreda el rango de trovador Herediano, y es la misma que me asiste para atreverme a corroborar lo reseñado por otros y a “profanar” los laureles egregios de un ilustre conciudadano que escribió hace mucho tiempo, en una época más feliz y en una vieja ciudad feliz, perdida en la bastedad de la América hispana.

Dice don Abelardo Bonilla que Luis Dobles Segreda nació en Heredia el 27 de enero de 1890 y que murió en esa misma comarca en 1956. Se especializó en el castellano y la geografía y desde muy joven se dedicó a la enseñanza. Fue profesor de español en colegios de los Estados Unidos, primero en el Louisiana State Normal Collage, y después en el Marquette University de Milwaukee. Dirigió el Instituto de Alajuela, el Liceo de Costa Rica y fue Secretario del Ministerio de Educación Pública. Ocupó además el cargo de Representante Diplomático en Europa. Después fue Secretario de estado en el vaticano. Fue bajo este cargo que el Papa Pío XII lo designa comendador de la orden del santo sepulcro ante la santa sede.

Se dice que fue… “hombre fuerte, optimista y trabajador”; así habremos de creerlo si tomamos en cuenta la intensa y extensa labor de su vida. Entre sus hazañas más connotadas nos encontramos con que consiguió reunir la más completa biblioteca de obras nacionales que ha habido en el país. De este acopio se sirve para crear el monumental, Índice bibliográfico de Costa Rica. Como investigador deja una lista de mapas parciales o totales, que abarca 259 cartas geográficas conocidas de nuestro territorio, trazadas entre 1523 y 1931. En 1929 funda, junto a don Gonzalo Sánchez Badilla, la revista SELENIA. En este mismo año el gobierno de España le otorga la condecoración oficial de la orden de Isabel la Católica. De su autoría son tanto el Libro del Héroe, elogio a Juan Santamaría, y Añoranzas, documentos históricos sobre Alajuela. Como pedagogo deja “El Clamor de la Tierra”, (1917), conferencia magistral (considerada el decálogo de los valores de la vida campesina), así como Referencias. Además de varios informes y memorias educativos.

Pero será su “trilogía fantástica”: Por el amor de Dios (1918), Rosa Mística (1920) y Caña Brava (1926) la opus magna del autor. En la primera, traza, con la pincelada incisiva de un J.A.D. Ingres, una completa galería “Dickensiana” de seres miserables y posmedievales que surgen como expedidos por el imaginero escatológico del pintor Hieronymus Bosch, (el Bosco): almas torturadas que arrastran su desgracia por las oscuras y nebulosas calles de la vieja ciudad, mendigos altivos y melancólicos, solterones mustios, vagabundos fabricantes de aeroplanos de madera y relojes gigantes, locos distinguidos de rancia prosapia, guerreros archinacionalistas de la campaña del 56 dispuestos a morir por el honor patrio, tristes músicos desfasados por el paso del tiempo, etcétera. Todos, personajes del arte exudando una nota sentimental o tragicómica. ¡No!, contrario a lo que opinan Rojas y Bonilla, don Luís sí fue un fotógrafo de su entorno y época, pero los bordes difuminados de sus personajes y lugares no son hijos exclusivamente de su espíritu poético, ¡existen realmente! ¡Me consta! Son los mismos de ayer y de hoy… esa enternecedora compañía de saltimbanquis heredianos.

La segunda obra de la trilogía de don Luís es un compendio de vivencias personales y recuerdos infantiles surgidos a la sombra de las torres de los templos del Carmen y de la parroquia, de las andanzas por los cañaverales aledaños al río Pirro y su majestuoso puente de piedra. Pero seguramente es su libro dedicado a don Fadrique Gutiérrez en donde el escritor alcanza su madurez y dominio literario.

Además de lo reseñado por don Abelardo Bonilla, encuentro, no obstante, que quien mejor profundiza en el alma del poeta herediano es don Ricardo Rojas Vincenzi.

Aclara enfáticamente don Ricardo que don Luís Dobles Segreda iba -según sus propias palabras- más allá del costumbrismo. El propio autor se autodefinía como cultor del tradicionalismo de la patria y apasionado detractor de las costumbres actuales. También como cantor de lo pasado y de la sencillez sana de los abuelos. Que hablaba con apego de la época de fusil de chispa, en la que los hombres todavía no habían tenido tiempo de cantar con arte lo que vivían con heroísmo. Que se extasiaba ante los fantásticos cuentos de la infancia, estremecidos por el misterio de lo desconocido; de los edificios añosos que ahora solo son esqueletos de las antiguas ciudades del 56. No cabe duda, don Luís Dobles Segreda tenía un alma romántica, diría mejor gótica y yo, herediano al fin, lo comprendo perfectamente.

La verdadera Heredia, la Heredia señorial, mezquina, petulante, beata y demente murió hace tiempo, o quizás no. Talvez es un orgulloso fantasma que ha cubierto la ciudad para siempre. Es posible que don Luís Dobles Segreda siga cantando su canción eternamente y el desfile interminable de espectros recopilados por su pluma, aun recorra las calles y las plazas, las torres cristianas y los viejos fortines paganos.

Son las 5:30 de la tarde. Abro la ventana de mi estudio y descubro que una extraña luz mortecina baña el frío atardecer de este octubre lluvioso. Fijo la mirada en la calle humedecida y entonces surgiendo de entre la niebla veo aparecer al melancólico Moreira, su mirada es la triste mirada del que quiere morir pronto; luego veo aparecer al fuerte soldadote Venao, exaltado de patriotismo, con su bastón, sus furiosos ojillos azules y su chaleco inseparable; le sigue Picale la gallina, con su jarro de leche y el delantal lleno de piedras; detrás de ellos esta el picaresco Calachas montado en su rocín, con los mechones negros y grasosos cayendo sobre las espaldas y la poblada barba negra que lo asemeja más bien a un cosaco ruso. Continúa el insólito desfile y entonces, a la distancia, veo aparecer “la tropa de los Místicos” con las siluetas del viejo Pérez, del tío chico la cabra, de chita, del padre Martínez (mi tío bisabuelo), de ñor Piyayo, de don Conchito Viquez. Todos ellos hijos de la leyenda neblinosa y del fantasma que escribe la historia de una nación que ha podido persistir sobre el desastre de todo lo que muere.

Hasta aquí debo llegar por ahora, le pongo un lazo al saco de gangoche para que dejen de saltar los artilugios y los espectros semienterrados y mohosos de la vieja Heredia.

Finalizo, eso sí, objetando nuevamente tanto a don Abelardo Bonilla como a don Ricardo Rojas Vincenzi, cuando le adjudican a don Luis Dobles Segreda un “cierto tipo” de universalidad que él estaba muy lejos, no ya solo de cultivar, sino de admitir. Creo, sin temor a equivocarme, que el mejor homenaje que se le puede hacer a un artista es respetarle “la intención” con la que aborda su trabajo: don Luís Dobles Segreda es un escritor decimonónico que produce en pleno siglo XX, regionalista, tradicional, conservador y nacionalista por autonomasia. Segreda fue un alma sensible que escribió para sí mismo mirando hacia el pasado y al hacerlo nos extendió un fino hilo de Ariadona para no perdernos en los oscuros laberintos de los tiempos que llegan. Pero también don Luís Dobles Segreda es un juglar feliz que nos enseña a degustar, sin los prejuicios “políticamente correctos” del presente, el ensueño maravilloso de vivir en el pasado.

Luis Dobles Segreda: El ensueño maravilloso de vivir en el pasado

Mario Espinoza para la Revista Comunicación. Volumen 16, año 28, No. 2, Agosto-Diciembre, 2007 (pp. 86-88)

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