Reinaldo Spitaletta (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Cuando a uno le preguntan, por ejemplo, cuáles han sido diez libros que le cambiaron la vida, el impacto del interrogante es como un recto a la mandíbula. Cualquiera, menos avisado, podría decir que un libro no le cambia la vida a nadie. Pero resulta que, en aquella etapa en la que uno todavía está en la educación sentimental, sí hay lecturas que lo transforman. Puede que, en rigor, no sean todas obras maestras. Influyen factores disímiles, emociones de adolescencia, enamoramientos frustrados, alguna casualidad. La soledad que acecha… Hay libros que lo buscan a uno. Se le aparecen en una esquina, en una vitrina, en el café, en una conversación. Hay una suerte de misterio en el descubrimiento de aquellos libros.
En agosto de 2008, el finado Luciano Londoño López, un lector impenitente, quizá uno de los mejores que yo haya conocido, realizó entre sus amigos (no muchos) una encuesta tremenda: ¿Cuáles han sido los diez libros que más han influido en tu vida? Confieso que me quedé sin respiración. Bueno, un momento no más. Y después, al recuperar el aliento, en una meditación que me transportó a tiempos lejanos, los libros emergieron, unos entre ángeles custodios; otros, en medio de la bruma de los recuerdos. Cada libro, de los diez que seleccioné, tenía una historia, un momento crítico, una epifanía. Fueron revelaciones.
El flash back me condujo a días felices. De cómo llegaron a mis manos, podría contar tantas cosas y episodios; de cómo algunos de ellos los leía día y noche, en una especie de maratón adictiva, que alguna vez originó que mamá, molesta por el bombillo prendido de mi pieza, dijera que no leyera más o terminaría como el Quijote. En otra ocasión, menos literaria ella, ordenó con energía que apagara la luz o rompería el foco con un zapato. La risa que la amenaza me causó, se le contagió, y al fin de cuentas, en medio de las risotadas de ambos, permitió que siguiera la lectura.
Uno de los diez elegidos, llegó a mi poder, cuando yo tenía quince años. Un amigote de barra, Chucho Hernández, me dijo una tarde: “mi papá tiene muchos libros que ya no lee. Te voy a regalar uno”. Y entonces me entregó un libro gordo, de hojas amarillentas, titulado Moulin Rouge, de Pierre La Mure. Lo empecé por la noche y de pronto llegué al momento en que el pintor Henri Toulouse-Lautrec (era una novela biográfica), alucinado por el azul intenso de los ojos de su hermano, le clavó un lápiz en uno de ellos. Ya no pude parar.
El libro estuvo conmigo muchos años, hasta cuando un escultor, Gabriel Restrepo, al que le hablé una noche en un bar acerca del texto, me pidió que se lo prestara para, a su vez, el pasárselo a otro escultor, Rodrigo Arenas Betancur. Jamás lo devolvió. Y pasó el tiempo, y para mí la ausencia de aquel libro creó un vacío existencial. Una vez, en el Sindicato de Trabajadores de Vicuña, vi otra edición del mismo, en una vitrina. Le pedí al presidente del sindicato, Jesús (Chucho) Hernández (qué curioso: homónimo de mi amigo de barriada), que me lo prestara. Lo volví a leer y ya las emociones no fueron tantas, aunque mi amor por las historias del pintor de las prostitutas, los carteles y las bailarinas de cancán (ah, y de La Goulue), me seguían seduciendo. Pasaron los meses. Y un día el señor Hernández me dijo: “Spitaletta, quedate con ese libro. Aquí nadie lo va a leer”. Todavía lo tengo.
Al final de la adolescencia cogí la manía de leer varios libros “simultáneamente”. Leía veinte páginas de uno y saltaba a otro, y a otro. Lecturas desordenadas, sin rigor, sin disciplina de lector serio. El vicio arraigó y todavía hago lo mismo. Qué vaina.
Los libros que incluí en el listado para Luciano fueron parte de una aventura juvenil, tiempo de exploraciones y búsquedas desenfrenadas. Quizá si hoy alguien me formula la misma pregunta, la selección cambie. Pero, sin duda, varios de aquellos estarán ahí. Porque me llevaron a otros libros. O porque me hicieron llorar. O me disminuyeron la angustia existencial. O me la aumentaron. Qué sé yo. O porque me alborotaron la imaginación. Puede ser que la frase “cambiaron mi vida” sea solo un decir. El caso es que los diez libros de la lista hicieron que el mundo, mi mundo limitado y simple, no fuera como el de antes de leerlos. Fueron, quizá, como las estrellas con las que terminan el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso de Dante Alighieri.
Los diez libros de aquella absurda encuesta son:
– El lobo estepario (Hermann Hesse)
– Enciclopedia El tesoro de la Juventud
– Las mil y una noches
– Reportaje al pie del patíbulo, de Julius Fucik
– Teatro completo, de Antón Chejov
– El Manifiesto, Marx y Engels
– Cuentos completos, Edgar Allan Poe (creo que era la traducción de Cortázar)
– El hombre de Kiev, Bernard Malamud
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