Juan Santamaría
Un Héroe para la Patria
Nace en el año 1831, en Alajuela, hijo de Manuela Santamaría, se dice que fue hijo único. Se caracteriza según varios autores; como un hombre joven, humilde, trabajador, alegre y valiente. Murió en 1856, a la edad de 25 años.
Se enlistó en las tropas que estaban al mando de un valiente militar llamado José María Cañas; de origen salvadoreño y que ocupaba el rango de General, encargándose del tambor que marcaba el paso de los campesinos que conformaban las tropas alajuelenses. Su nombre se convirtió en histórico, en el enfrentamiento decisivo de la Campaña de 1856. El acto de sacrificio de Juan Santamaría consistió, en tomar la tea, en forma valiente para quemar el mesón de guerra. Con ello nos liberó de los filibusteros y de la esclavitud, terminando con las aspiraciones de William Walker quien se hallaba atrincherado con sus tropas en el mesón.
Reconocer a Juan Santamaría como héroe, surge de la iniciativa del panameño, José Obaldía en el año de 1861. Reconocer el heroísmo de Juan Santamaría, no es solamente reconocer su valentía, por su hecho en sí, si no que representa a muchos héroes, que al igual que él cayeron ofreciendo su vida por la libertad de su patria.
En Alajuela, hay un parque y una estatua de bronce dedicado a la memoria de Juan Santamaría, con dos cañones de la época. También en ese parque, hay 7 placas en que se escribieron los nombres de algunos de los hombres valerosos, que murieron en la batalla de 1856. La estatua fue develada el 15 de setiembre de 1891 por José Joaquín Rodríguez, presidente de la República.
Al erigirla no solo se paga una deuda de gratitud para con el tambor valeroso… sino que … se exalta y conmemora lo que hubo de grande en aquellas expediciones del 56 y 57… por manera viene a ser esta estatua un monumento al pueblo humilde … a los desconocidos de Santa Rosa, el Río y Rivas, el heroísmo anónimo que salvó a la Nación.
Palabras de Ricardo Jiménez Oreamuno, presidente de la Corte Suprema de Justicia, en el momento en que se devela la estatua, el 15 de setiembre de 1891.
En los anales de nuestra historia, en los hechos que se rememoran por haber ejercido influencia saludable y benéfica en la emancipación y progreso de la República, ninguno de una manera tan efectiva que haya dependido del esfuerzo propio de los costarricenses como los hechos de armas realizados en la epopeya nacional de 1856-1857. Y de aquella campaña, el hecho culminante, el que resume todo su heroísmo y compendia todos sus esfuerzos, es el de la Batalla de Rivas, donde inmortalizó su nombre con su hazaña legendaria el oscuro soldado de Alajuela, Juan Santamaría.
Fragmento del dictamen rendido por la Comisión Legislativa encargada de estudiar el proyecto presentado por el diputado Aristides Agüero González, al momento de recomendar la aprobación del proyecto que pretendía declarar el 11 de abril día feriado y de fiesta nacional.
Monumento a Juan Santamaría en Alajuela
Yo soy Juan Santamaría, el alajuelense que honró a Costa Rica, al ofrendar la vida por la libertad. Soy el del nombre glorioso, pero también el humilde anónimo que luchó con denuedo contra los invasores.
He sido el héroe celebrado. Hoy soy el símbolo de todos y todas quienes abjuren de la imposición y la injusticia.
Alajuela 11 de abril del 2011
Fuente de la Libertad
Para el 29 de Agosto de 1931 en ocasión del centenario del nacimiento de Juan Santamaría, entre las actividades de conmemoración estuvo la inauguración de la Fuente de la Libertad, justo en el lugar donde se dice nació el conocido soldado. Esta fuente fue adornada con un monolito que el Colegio de San Luis Gonzaga de Cartago le obsequio a la ciudad de Alajuela.
Himno Patriótico a Juan Santamaría
Letra de Emilio Pacheco Cooper
Música de Pedro Calderón Navarro
Cantemos ufanos la egregia memoria
de aquel de la patria soldado inmortal,
a quien hoy unidas la fama y la
historia entonan gozosas un himno
triunfal.
Cantemos al héroe que en Rivas,
pujante, de Marte desprecia el fiero
crujir e, intrépido, alzando su tea fulgurante
vuela por la patria, sonriendo,
a morir.
Miradle, en su diestra la tea vengadora
agita, y avanza de su hazaña en
pos; la muerte, ¿qué importa truene
asoladora, si siente en el pecho las
iras de un dios?
Y avanza y avanza; el plomo homicida
lo hiere sin tregua e infúndele
ardor, y en tanto que heroico exhala
la vida se escucha el incendio rugir
vengador.
¡Salud, noble atleta! tu nombre glorioso
un pueblo que es libre lo aclama
hoy por doquier: un pueblo que siempre
luchó valeroso, pues sabe que es
grande, «cual tú», perecer.
Juan Santamaría
Letra: Araceli E. de Pérez
Música: José Castro C.
Juan Santamaría
nació en Alajuela,
tan pobre vivía
que no fue a la escuela.
Pero dentro de él
sintió un gran valor
y llegó al cuartel
de simple tambor.
Se marchó a la guerra
lleno de emoción
y con una tea
incendió el Mesón.
Esto fue en Abril
un día como hoy
y de hazañas mil
esta es la mejor.
Discurso
León Cortés
Señores:
No decliné el honor de tomar la palabra en esta hermosa fiesta conmemorativa, en representación del Directorio del Poder Legislativo, porque soy de los que creen que mi pequeña patria, Alajuela, al honrar el recuerdo de los héroes de la Campaña Nacional, toma de día en día una fisonomía más acentuada y se caracteriza entre las otras provincias y regiones del país. Si algún día, Dios no lo quiera, se desatan las calamidades de un conflicto internacional, y tenemos que acudir de nuevo a la suerte de las armas, los hijos de Alajuela irán al campo con honor y dejarán sus nombres esclarecidos en las legiones de valientes.
Vengo, pues, a ejecutar un acto y no a decir palabras más o menos sonoras: un acto de fe en las fuerzas vivas de la Nación, de la fe en su destino que dentro de su pequeñez, que a pesar de la pobreza que aflige a las generaciones actuales, ha de transformar dentro de pocos años con estupendo progreso su territorio, logrando el mejoramiento en el sentido de la cultura y de la virtud de nuestros conciudadanos.
Un acto de fe, repito, en la autonomía del país, y delante de este monumento que cumplirá pronto un cuarto de siglo, y en este aniversario glorioso, podemos y debemos afirmar que Costa Rica adquirió el derecho, enaltecido por la sangre derramada de sus hijos, a que el extranjero poderoso respete su hidalga pequeñez, la integridad de su territorio y la eficacia de sus libertades.
Cuando en 1856, a consecuencia de la invasión filibustera que penetró en Guanacaste, fue preciso deliberar acerca del problema de vida o muerte que se presentaba para nosotros, no hubo entre aquellos hombres, verdaderos próceres de nuestra Independencia, ninguna timidez ni la menor vacilación; todos, así el Gobierno como el Pueblo, aceptaron el reto y prefirieron mil veces la muerte antes que la esclavitud.
Pero me imagino que decretada la guerra se preguntarían los estadistas pensadores de la época, ¿con qué elementos vamos a enfrentarnos a los americanos, con qué recursos podrá mantenerse la campaña, con qué soldados adiestrados contamos para la empresa?
Y esta pregunta angustiosa tendría que ser formulada hoy también si nos encontráramos en situación semejante. Ni tenemos tropas de línea ni armamento suficiente, ni el dinero que con tanta razón se ha llamado el nervio de la guerra.
No importa, señores; nos queda, en cambio, patriotismo; y el amor a la tierra que nos vio nacer suple todo, tanto en los tiempos modernos, en la era del submarino y del zepelín, como antaño, cuando rechazaron los griegos inmortales a los persas aguerridos de Jerjes, señor de tierras y mares, como vencieron también nuestros padres, después de cruentos sacrificios y penalidades, a las huestes del hábil general filibustero.
Rivas es el nombro de la ciudad de Nicaragua en cuyos muros se decidió la suerte de Centro América; Rivas fue la victoria obtenida muy rudamente contra fuerzas superiores, y si pereció la flor del ejército costarricense, tan grande sacrificio no fué estéril, porque Walker, al emprender su retirarla con la muerte en el alma, tuvo que comprender que allí quedó extinguida para siempre su empresa temeraria.
Porque señores, a despecho de los que reverencian a la fuerza, de los que se arrodillan ante el dólar, de los que se inclinan ante el número, de los que se pliegan ante el éxito, sólo existe en la tierra una causa que hace in vencible e invulnerable la buena causa de la razón y de la justicia, y sólo ante esa divinidad se ha 8acrifcado y debe inmolarse Costa Rica.
Por eso surgió de nuestras filas un hombre suave, oficial apenas iniciado en las faenas del cuartel, comerciante alistado al primer toque de clarín, que, de la noche a la mañana, se muestra enterado de los secretos de la estrategia, del arte, ya eficaz entonces, de levantar trincheras para guarecer en ellas a las tropas, y capaz, con su ejemplo, de suscitar las más vibrante abnegaciones. Su nombre inmaculado parece rodeado de una aureola de sacrificio; me refiero al invicto Cañas.
Por eso también Alajuela se ufana de contar en sus anales las hazañas de aquel otro militar bizarro que, como Desaix en Marengo, supo marchar guiado por el trueno del cañón y por las instigaciones de su patriotismo, marcando su oportuna llegada, la hora de la suprema angustia, transformada luego con su viril colaboración en el inefable alborozo de la victoria. Coronemos siempre de laureles la memoria de Alfaro Ruiz.
Por eso, repito, y esto es más grande, señores, un oscuro hijo del pueblo, de la estirpe más humilde, ignorante, y por lo mismo libre de las asechanzas de la vanidad, de entendimiento limitado, que no le permitió pensar en el lugar glorioso que la patria agradecida habría de reservar para su memoria, dió dos pasos al frente cuando una voz pedía un acto de coraje, tomó la tea y simplemente, sin ostentaciones ni arrogancias, marchó al encuentro de la muerte.
Otros países tienen sus leyendas y sus genios, reverencian a un general que fue favorito de la gloria, o que dio ejemplo de austeridad después de las batallas, Napoleón y Cincinato, o Washington, que tiene de ambos personajes. Nosotros hemos erigido este monumento a un soldado, hemos realzado la acción gloriosa sin desfigurar al héroe o adornarlo con cualidades que no le pertenecieron. El pueblo debe contemplarse en ese bronce, el buen pueblo de Costa Rica, fiel, sufrido, que lleva sobre sus hombros las cargas más pesadas de la paz, y que es carne de cañón, la carne del sacrificio si la guerra estalla: que devora en silencio sus penas y soporta con estoicismo los males que lo afligen; el pueblo, apegado a la paz, a la religión, a las costumbres, que reverencia a Dios y a la tierra, que adora su casa, a su compañera y sus labranzas, que siente que es una gran fuerza, y que cuando ve en peligro inminente, como ave de mal agüero, obscurecer el cielo de la patria, corre presuroso con sólo una exclamación en los labios, muy humana, muy sincera por cierto: la de velar por su anciana madre, y con la sublime sencillez de Juan Santamaría, volverá a ofrendar la vida por salvar a Costa Rica.
Un soldado bañado de luz
Juan Santamaría es un símbolo continental
Enrique Obregón
En el conocido librito sobre la historia y los actos heroicos de Juan Santamaría, dice el escritor don Carlos Jinesta que, si la independencia fue grande, el cincuenta y seis fue inmenso, dando a entender así que nuestra guerra contra los filibusteros está por encima de todo lo que significó la independencia de España.
El 11 de abril de 1930 don José Vasconcelos decía que «Santamaría era el verdadero héroe de la raza: los otros combatieron contra España, madre, al fin, de esos pueblos. Juan, en cambio, combatió contra el único enemigo que hemos tenido, que son los filibusteros. Por eso El Erizo es el símbolo continental de la raza». Y termina afirmando el gran maestro mexicano: «Muchos países latinoamericanos, para redimirse, deben costarriqueñizarse; es decir, vivir el régimen legal y humano: del derecho y de la justicia».
Santamaría, desde el punto de vista cívico, es semejante a esos iluminados que, en ocasiones, presenta la historia cristiana, de niños, de jóvenes, que vienen de las capas más humildes de un pueblo -sin saber leer ni escribir- pero con una dimensión espiritual sobresaliente que les permite entender y hasta ver a Dios.
Juan era un rapazuelo alajuelense que pasó sus primeros años bañándose en los ríos y recogiendo frutas de las fincas cercanas. «De regreso de sus andanzas, traía zapotes, naranjas y jaboncillos. Vagabundeaba de huerta en huerta, de fiesta en fiesta, de venta en venta… Era zumbón, travieso hasta no más; de natural vivo, de índole bondadosa y entretenedor de tertulias, en sus frecuentes holganzas».
Era hijo natural de doña Manuela Carvajal, o Manuela Santamaría, o Manuela Gallegos, que con cualquiera de esos apellidos se la conocía. La casa de doña Manuela, es decir, de Juan, era «una casuca de adobes y horcones, mal enjalbegada, con techo de tejas, situada al sur de la plaza, hoy denominada de Acosta’, sin ventanas, con una puerta frontera, ancha como el bien, y con piso de tierra que barrían con mechones de escobilla».
Juan amaba a su madre; vivía con ella. Lo poco que podía ganar haciendo mandados a los vecinos, ayudando en un huerto, metiendo leña en una casa, era para doña Manuela. Y en las tardes, amarradas con un bejuco, traía ramas para el fuego del hogar. Parecía que no tenía otra ambición ni orientación mayor fuera de estas humildes labores, propias de un muchacho de las más bajas clases sociales de un pueblo costarricense a la exacta mitad del siglo XIX.
Murió a los veinticinco años de edad, y antes de aquel 11 de abril de 1856, nadie se había enterado jamás de que tenía fuego en su corazón. Fuego patriótico, divino, de trascendencia continental. Fuego que podría destruir edificios aparentemente incombustibles; fuego capaz de terminar con las ambiciones inmensas del más poderoso grupo de conculcadores de derechos y libertades de los pueblos que haya pisado jamás el suelo de América Latina.
Como era un joven siempre sonriente, un poeta escribió: «Una pincelada de sol sobre un picacho, tenía algo de la risa de Juan». Y eso es lo que representa Juan Santamaría: un rayo de sol que ilumina eternamente -orientando conciencias y voluntades- el destino glorioso de la patria costarricense. En momentos de indecisión y de aparente oscuridad, los pocos buenos gobernantes que hemos tenido, buscaron su punto de apoyo volviendo sus ojos a la rústica e improvisada tea que llevaba en alto, orgullosamente, Juan, el alegre tam-borcillo de Alajuela. Aquel joven que, a pesar de haber pasado sus días de niñez y juventud contando cuentos y entreteniendo a la gente con sus ocurrencias, pasó a la historia por haber pronunciado, con decisión y gallardía, una sola palabra, un monosílabo. Cuando el General Cañas, en lo más áspero del combate, dirigiéndose a las filas, preguntó en forma cariñosa y vibrante:
—»Muchachos, ¿no habrá entre tantos valientes alguno que quiera arriesgar la vida incendiando el Mesón para salvar a sus compatriotas?».
Entonces Juan Santamaría, en aquel preciso momento, adivinando para lo que había nacido, impulsado por el fuego de su corazón, enérgico, dijo, gritó: ¡YO!
Una palabra, un monosílabo, un grito que quedó prendido en la desgarrada historia de miles de pueblos de una América que aún hoy no terminan de clamar por la libertad. Yo, Juan, con una ramita que termina en una pequeña llama, seré capaz de incendiar y desterrar a los que piensan suprimir la libertad de nuestros pueblos. Yo, Juan, con una ramita encendida, puedo cortar la cabeza de todos los tiranos con el tenue filo de un rayito de luz.
Basándose en el patriotismo y la fe de su pueblo, don Juan Rafael Mora logró levantar un gran ejército, integrado por miembros de todas las clases sociales, pero sobre todo por campesinos. Un ejército de soldados descalzos, en su gran mayoría, y de algunos con «caites», cuchillo al cinto y morral en bandolera.
En Santa Rosa, la casona la ocupaban filibusteros de nacionalidad diversa: norteamericanos, franceses y alemanes, todos comandados por un húngaro. La mayor parte eran militares de carrera, que se reían de las pretensiones de los campesinos costarricenses, a quienes no les concedían capacidad alguna y, menos, posibilidad de vencerlos. Cuando nuestro ejército se acercó, el centinela filibustero gritó: «The greasers are coming!«: vienen los grasientos. Ese era el concepto que tenían los filibusteros del ejército costarricense. Unos «grasientos» a quienes supuestamente podían vencer con solo un buen mandoble, producto de su experiencia militar. Pero no sabían que esos «grasientos» traían, además, algo que ellos no tenían y que nunca conocieron: patriotismo, fe en la democracia e impulso incontenible de terminar con la invasión filibustera a Centro América. Por esta razón, y con ese impulso, los costarricenses atravesaron la frontera después, entraron a Nicaragua y los terminaron de extinguir en Rivas. De camino, el presidente Mora lanzó una proclama a los pueblos de Nicaragua, manifestándoles, entre otras cosas, lo siguiente: «Combatimos por vuestra salvación. Después del triunfo, paz, unión, justicia, libertad para vosotros y para todos… Unios, alzaos y combatid… Arrojemos unidos a esa pestífera canalla; no quede uno solo de esos asesinos sobre la tierra que os concedió la Providencia; y de entre esos montones de cadáveres y ruinas que han acumulado tantos desvarios y maldades, levantemos juntos una patria más unida, más fuerte, más venturosa, más grande…».
Pocos días antes, el Gobierno nicaragüense le había declarado la guerra a Costa Rica; por esta razón no colaboró con nuestro ejército puesto que lo combatía. De la misma manera, no hubo apoyo importante de los otros países centroamericanos. A los filibusteros los venció, en solitario, el ejército descalzo de campesinos costarricenses, fortalecidos por el patriotismo de Juan Rafael Mora y de hombres tan enteros como los generales Cañas y José Manuel Quirós.
Para las generaciones futuras, la historia imparte lecciones; por eso es necesario saber todo lo que significó la guerra contra los filibusteros. En 1856 Costa Rica liquidó un intento de apoderarse de nuestras riquezas y de convertirnos en esclavos. Asimismo, que si aquella lucha se dio y el pueblo de Costa Rica venció, ese triunfo no es permanente, porque el filibusterismo está presente en todo momento. Si ayer se combatió con las armas, hoy la lucha es más sutil. Hay que encontrar razones para impedir la invasión constante, el despojo permanente.
Hoy, posiblemente, el filibustero viene con vestidura de globalizador y al patriotismo lo reemplaza el espíritu de lucro. Hay que entender que una sociedad regida solamente por las leyes del mercado, lejos está de elementales principios morales. El ataque financiero internacional es brutal. Tenemos que saber quiénes son los filibusteros de ahora para estar listos cuando un hombre como el general Cañas nos pida que debemos marchar de nuevo a quemar el Mesón. Para ese momento, es importante que muchos jóvenes estén dispuestos, como el soldado Juan, a decir, a gritar: ¡YO!
Comentarios Facebook