FUGITIVA
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Buenos Aires, 1887
Pálida como un cirio, como una rosa enferma. Tiene el cabello oscuro, los ojos con azuladas ojeras, las señales de una labor agitada, y el desencanto de muchas ilusiones ya idas… ¡Pobre niña!
Emma se llama. Se casó con el tenor de la compañía, siendo muy joven. La dedicaron a las tablas, cuando su pubertad florecía en el triunfo de una aurora espléndida. Comenzó de comparsa; y recibió los besos falsos de los amantes fingidos de la comedia. ¿Amaba a su marido? No lo sabía ella misma. Reyertas continuas, rivalidades inexplicables de las que pintaría Daudet; la lucha por la vida, en un campo áspero y mentiroso, el campo donde florecen las guirnaldas de una noche, y la flor de la gloria fugitiva; horas amargas, quizá semiborradas por momentos de locas fiestas; el primer hijo; el primer desengaño artístico; ¡el príncipe de los cuentos de oro, que nunca llegó!; y en resumen, la perspectiva de una senda azarosa, sin el miraje de un porvenir sonriente.
A veces está meditabunda. En la noche de la representación es reina, princesa, Delfín o hada. Pero bajo el bermellón está la palidez y la melancolía. El espectador ve las formas admirables y firmes, los rizos, el seno que se levanta en armoniosa curva; lo que no advierte es la constante preocupación, el pensamiento fijo, la tristeza de la mujer bajo el difraz de la actriz.
Será dichosa un minuto, completamente feliz un segundo. Pero la desesperanza está en el fondo de esa delicada y dulce alma. ¡Pobrecita! ¿En qué sueña? No lo podría yo decir. Su aspecto engañaría al mejor observador. ¿Piensa en el país ignorado a donde irá mañana; en la contrata probable; en el pan de los hijos ? Ya la mariposa del amor, al aliento de Psiquis, no visitará ese lirio lánguido; ya el príncipe de los cuentos de oro no vendrá ¡ella está, al menos, segura de que no vendrá!
¡Oh tú, llama casi extinguida, pájaro perdido en el enorme bosque humano! Te irás muy lejos, pasarás como una visión rápida; y no sabrás nunca que has tenido cerca a un soñador que ha pensado en ti y ha escrito una página a tu memoria, quizá enamorado de esa palidez de cera, de esa melancolía, de ese encanto de tu rostro enfermizo, de ti en fin, paloma del país de Bohemia, que no sabes a cuál de los cuatro vientos del cielo tenderás tus alas, el día que viene!
En: Diario del Comercio, San José,
Costa Rica, 19 de enero de 1892.
Vol. I, Nº 42, Pág. 2.
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