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La Escuela Pilar Jiménez

Escuela Pilar Jiménez

La Escuela Pilar Jiménez

de la ciudad de guadalupe, cantón de Goicoechea

El 12 de Octubre de 1920, la Junta de Educación de Guadalupe, por iniciativa de su Presidente don Jesús Cubero Vargas, acordó bautizar la Escuela con el nombre de PILAR JIMENEZ. Quiso esa Junta rendir un elocuente homenaje al varón sencillo y noble que vino al mundo el 27 de Marzo de 1835 en la entonces modesta aldea de Guadalupe como manifestación de respeto y gratitud por sus merecimientos personales, por sus afanes en favor de la cultura del país y por su generosidad para con la casa de enseñanza. El Gobierno del benemérito D. Julio Acosta se asoció a este homenaje con el siguiente acuerdo:

«El Presidente Constitucional de la República, participando del sentir de la Junta y estimando que D. Pilar Jiménez, jefe de un hogar en el que han resplandecido a través de toda vicisitud las más nobles virtudes cívicas y domésticas, fielmente trasmitidas a su numerosa descendencia, es una de las glorias nacionales por la ejemplaridad de su vida de honradez, trabajo y bondad,

ACUERDA:

Impartir con aplauso su aprobación al mencionado acuerdo. En consecuencia, la Escuela de Guadalupe seguirá llamándose desde hoy, ESCUELA PILAR JIMENEZ.»

Guadalupe, Costa Rica

 
Pilar Jiménez

El Maestro Pilar Jiménez

Pilar Jiménez Solís, benemérito artista costarricense. nació en el pueblo, hoy ciudad de Guadalupe, el 27 de Marzo de 1835. Fueron sus padres Gregorio Jiménez Guillén y Florencia Solís Lobo. Desde los tres o cuatro años demostró su afición a la música y su mayor gusto era fabricar violines con hebras de caña brava, en los que tocaba melodías
populares.

El maestro D. José María Montoya le enseñó a leer y la Doctrina Cristiana, que era todo lo que entonces enseñaban los maestros. Más tarde aprendió a escribir y algo de aritmética con el maestro D. Vicente Valverde. En este aprendizaje se distinguió siempre por su entusiasmo y amor al trabajo. Hasta la edad de quince años se ocupó en ayudar a su padre en faenas agrícolas.

En 1850 se trasladó al pueblo de los Tres: Ríos con el fin de estudiar música con el maestro D. Jesús Rodríguez con quien aprendió a conocer las notas. La extrema pobreza de su padre no le permitió ayudar al joven estudiante, quien poseído del más grande entusiasmo y con la más firme decisión de aprender el arte que le cautivaba, trabajaba como jornalero los terrenos de su maestro para que le permitiera copiar, durante la noche, los papeles de música que poseía. El Padre Raimundo Mora, primer Cura de Guadalupe, le ayudó con medio escudo por mes. (₡1.05).

Fueron incontables las penalidades que soportó con paciencia durante los tres años que duraron sus estudios en los Tres Ríos, pero nada significaron para él en su propósito de asimilar su arte predilecto. Los progresos que logró por su propio esfuerzo fueron rápidos. Pronto adquirió gran habilidad en la escritura de la música, lo que le permitió hacer un buen acopio de ella. También aprendió el valor de las notas y solfeo.

Sin ayuda de nadie aprendió a tocar el violín y el violoncelo, su instrumento favorito. Ayudó al maestro Rodríguez a tocar y cantar en funciones religiosas en los Tres Ríos, Cartago y otras localidades, además de copiar música y de enseñar a otros compañeros. Por todo salario recibió cuatro reales, -una fortuna para él,- durante los años que estuvo a su servicio.

A los 22 años contrajo matrimonio con Da. Melchora Núñez Gutiérrez, siendo sus descendientes Da. Matilde Jiménez Núñez de Marín, Lic. D. Francisco Jiménez Núñez, farmacéutico, Ing. D. Enrique Jiménez Núñez, ingeniero agrónomo, Dr. D. Geranio Jiménez Núñez, médico Da. Rosa Jiménez Núñez de Sáenz, Dr. D. José Joaquín Jiménez Núñez, cirujano dentista y Dr. D. Ricardo Jiménez Núñez, médico.

Por la época de su matrimonio comenzó a estudiar piano con el maestro español D. Pantaleón Zamacois, quien le dio clases durante cuatro meses, practicando en el que tenía el Padre Mora, en San José. Cuando le fue posible, le compró a su maestro un piano viejo en cuatro onzas (64 pesos de aquella época) dándole facilidades para el pago. Esta obligación lo estimuló para aprender a reparar y afinar pianos y a dar clases de música y canto a sus numerosos discípulos, pues el Maestro Pilar lo era de las principales familias de la capital, trabajando desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Además de las lecciones se ocupaba en funciones religiosas y participando en la orquesta del Teatro Municipal (o Teatro Mora, único existente en su tiempo) con el violín o violoncelo o el contrabajo, porque además de atender su propia familia, ayudó siempre al sostenimiento de sus padres y doce hermanos.

Durante once años fue maestro de Capilla y de canto en las escuelas públicas de Heredia. Fue también profesor de solfeo, canto y piano en el Instituto Nacional, en el Liceo de Costa Rica y en las escuelas de San José, Guadalupe y San Vicente (hoy Moravia), en la Escuela Nacional de Música y en la de Santa Cecilia y en su pueblo natal fundó la Estudiantina de Guadalupe. La función de Maestro la desempeñó sin interrupción durante toda su vida laboriosa, hasta que los años nublando sus ojos y entorpeciendo los dedos, le quitaron su capacidad para el trabajo, aunque sin disminuirle en lo más mínimo su entusiasmo ni su devoción por el Arte.

Las principales producciones de su espíritu creador .son: una «Cartilla de Música» en veinte lecciones, la música de dos zarzuelitas, con letra del maestro D. Adolfo Romero, Director del Instituto Nacional, «Amor al Trabajo» y «Gracias a Dios que está puesta la mesa», estrenadas ambas en el Teatro Municipal de San José. Compuso unas variaciones para piano sobre un tema de «Elixir de Amor» de Donizetti, varias misas y numerosas obras de música religiosa, como A ve Marías, Salves, Letanías, canciones, arreglos, etc.

No podía el Maestro Pilar Jiménez dejar de conocer los grandes centros donde se dan cita las mayores manifestaciones del Arte. En el año 1898, sus hijos, ayudados generosamente por el Presidente Yglesias, lo enviaron a Europa y a los Estados Unidos. Tuvo ocasión de visitar el Queen’s Hall de Londres, donde concurren los mejores conjuntos orquestales y corales del mundo, así como también los centros musicales más prestigiados de París, Bruselas, New York, etc.

«El 2 de Setiembre de 1922, en medio de la conmoción dolorosa de la familia que lo rodeaba solícita, de los discípulos y amigos, entró en las regiones de la Eternidad el maestro y artista inolvidable, uno de los elementos de mayor mérito y prestigio en la historia del Arte Musical de Costa Rica, en el que puso, desde sus tiernos años, amor, devoción y claro intelecto. En la hora del tránsito quiso que fuese la música ejecutada por sus propios hijos la que prodigara en sus acordes, la expresión dolorosa de su ausencia terrenal.»

«Ochenta y siete años de jornada amando como a su propia existencia los secretos del pentagrama y arrancando con admirable devoción las sonoras notas a las más difíciles partituras, habían sido para el, gemelo de su amor a su esposa e hijos, la más grande de sus ilusiones», escribió un admirador suyo, años más tarde, en el diario LA NUEVA PRENSA. «Fue de los grandes que impulsaron, para prestigio de la Patria, las rutas del Arte, seguro de que la sublimidad de la música crea alas que elevan el alma y la alejan del fango. Por ello, a cada uno de sus hijos enseñó el amor al Arte, al lado de su carrera profesional; y por ello, con abnegada devoción, extendió a extraños el mismo amor que él sentía por la música. Tranquilo y reposado, sin que se notara en su rostro venerable ningún gesto de dolor, como un paisaje que se desvanece, como una sinfonía que se acaba, como un crepúsculo que termina, traspaso los umbrales de esta vida para entrar en la inmortalidad».

Tal es, a grandes rasgos, la nobilísima figura del maestro que vivió como patriarcas en Guadalupe, su ciudad natal, entre sus hijos y sus nietos que le adoraban y la música por quien vivió, en su casa, que fue la casa de todos, a donde llegaban a diario, como en cariñosa y devota peregrinación, sus incontables amigos; en el viejo perfumado hogar, de donde dieciocho años antes la muerte le arrebató la adorable compañera de sus luchas, pero cuyo espíritu él evocaba entre oleadas de armonías. ¡Quizás porque sentía que ella acudía a este llamado para venir a besarlo!

Algunas referencias sobre el maestro Pilar Jiménez, publicadas en diarios y revistas:

«El maestro Pilar Jiménez tuvo dos cualidades características : la primera, su vocación inmensa por la música. Al cultivo de ella dedicó sus energías, todas sus capacidades. Vivió por la música y para la música. Fue artista nato y habría llegado a ser un gran ejecutante si hubiera podido contar en su tiempo con algunos medios que le hubieran permitido desenvolver sus aptitudes naturales. Fue un verdadero artista que supo sentir y juzgar la buena música, desde el comienzo de su carrera; gran admirador de las obras de los grandes maestros, como Beethoven, Hayden, Wagner, etc.»

«La otra característica del maestro Pilar fue su dulzura, su benevolencia y su altruismo sin límites. El no vivió para sí sino para los demás. Su mayor dicha consistió en hacer bien a otros. Su mayor gloria en enseñar desinteresadamente la música, a todos los que lo solicitaron; en compartir sus escasas ganancias con sus compañeros de arte; en alentar con su consejo y su ayuda a todos aquellos en quienes descubrió buenas disposiciones. Nadie tocó jamás su puerta que no saliere él a recibirle con el corazón en la mano».

«La blanca cabellera que cubrió tempranamente su cabeza fue un adorno: fue el reflejo de su corazón generoso y noble, altruista y puro. Su alegría y jovialidad inalterables, fueron una demostración de que la fuente de la juventud está en el amor, y que los pensamientos de benevolencia y altruismo para con todos los seres, pueden hacer que un hombre permanezca perpetuamente joven».

De la Revista PANDEMONIUM

«Y pasó sobre él, sin embargo, el cortejo de ochenta y siete navidades sin lograr que aquel espíritu se abatiera, que sus entusiasmos se entibiaran, que su altruismo se detuviera en el camino, que aminorara su constancia, que se desquiciara la fe en su propio esfuerzo, que no tuviera siempre para todos los brazos abiertos, que su corazón, ingenuo como el de un niño y gran:de con la grandeza del apóstol, hubiera dejado nunca de palpitar, de modo intenso y vibrante, por todo lo que es noble y todo lo que es bueno».

«Aparte de la influencia atávica, -indiscutible en el caso presente,- hay que explicarse su psicología si pensamos cómo creció de niño y de adolescente compartiendo con los suyos la lucha con la tierra y la intemperie, llevando a los surcos. para que se volviesen oro, sus gotas de sudor: respirando a pulmón ancho el viento que acaricia los sembrados y aspirando el vaho perfumado de las eras; tal vez en su casa penetrara el sol a torrentes por las rendijas, formándole asi la más dorada de las cunas, como el gran Sixto V. Y después. a los quince años, buscando horizontes nuevos y vida nueva, principiando a destacarse la figura del artista. del músico. entre privaciones sin cuento, pero sin claudicar. sin detenerse. sin que la fatiga le acosara ni el desencanto lo rindiera, enseñando a todos, espigando en cada campo y bebiendo en cada fuente».

M. A., en Páginas Ilustradas

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Duelo Nacional

Sentimos como si con la muerte de don Pilar Jiménez, acaecida ayer, se derrumbase todo un pasado nacional de virtud y de esfuerzo, de ejercicio cívico y de cultivo intelectual, de sobriedad patriarcal en la magnífica armonía con todas las evoluciones de la vida moderna y su cortejo de innovación científica, de progreso artístico, de conquistas cada vez más sorprendentes en todos los ramos del saber humano.

Pocas vidas tan fecundas como la de este anciano muerto ayer, a quien el país le rendía tributo de admiración y de cariño, que ahora se extiende, intensificado por el misterio de la muerte, más allá de la tumba estrecha y oscura, demasiado estrecha y demasiado oscura para aprisionar un corazón que fue todo grandeza y un cerebro todo luz.

El era Costa Rica misma, la vieja, la que era verdaderamente nuestra, la que no sentía el deleite de los perfumes exóticos sino que se recataba a aspirar el sano perfume de la pradera fecunda y llena de sol y a escuchar el sonoro concierto producido por el trino de los pájaros y por el suave corretear del viento entre las frondas del boscaje. Pero no se conformaba nuestro santo laico de los ojos serenos y de la luenga y blanca cabellera bien cuidada, con ser un virtuoso y un leal guardián de los prestigios del pasado. Era. también un espíritu moderno, abierto a la vida azarosa y febril de los tiempos nuevos, en cuanto pudiera extraer de ella una germen de progreso, de actividad, de prácticas provechosas. Por eso decimos que en este ilustre anciano se daban la mano la vieja patria que sólo vivía para la virtud y esta otra patria entregada a las voluptuosidades de la civilización que avanza lanzando a la vorágine ideas, instituciones, hombres.

En el señor Jiménez tuvo realización cumplida el aforismo que resume la finalidad de una vida útil en «plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo». ¿Sembrar un árbol? Si fueron los árboles sus amigos mejores y por ir buscando su compañía tan grata se mantuvo más cerca de la montaña que de la ciudad, sin que le deslumbrasen los atractivos tentadores de la. urbe populosa en la cual hubiese podido ser figura descollante. Su libro, el que con más sinceridad se escribe, el libro de su enseñanza y de su ejemplo, queda abierto a las generaciones nuevas como una rica fuente que habrá de vigorizar las voluntades, robustecer los entendimientos y levantar el ánimo desfallecido de estos pueblos, prematuramente envejecidos en tanto que él, un sólo hombre fuerte, conservó hasta el momento mismo del trance final, el caudal de una perenne juventud.

¿Y sus hijos? Todos enriquecen con sus nombres el catálogo de nuestras Facultades, todos ennoblecen con su esfuerzo la lucha cotidiana, todos le prestan a la sociedad costarricense el brillo de un prestigio que les viene de abolengo y que ellos han sabido acrecentar con los actos de su vida pública y privada.

Cuando muere un guerrero o lo que se llama un hombre público, la ronca voz de los cañones taciturnos grita la pena, bajan enlutadas las banderas y los heraldos de público sentir anuncian tristemente que la Patria está de duelo. Nosotros decimos que quien ha muerto sólo fue un cultivador de la tierra y un devoto del arte.

O. U.

Diario de Costa Rica, 3-IX-1922

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Don Pilar Jiménez

De don Pilar podemos decir lo que Renán dijera de Marca Aurelio: practicó la severidad consigo y la benevolencia con los demás. El armiño de su cabellera apenas fue el símil de su ánimo candoroso. Mas para juzgar su propia vida, para morigerarla, para someterla a moldes puros y austeros, para compelerla a la faena ruda y constante, para eso sí fue enérgico e inflexible.

Don Pilar era algo así como uno de esos astros alrededor de los cuales gira un sistema de constelaciones: muchos son los hogares, abundantes en hombres nobles y sanos y en mujeres magníficas, que se desprendieron del que él formara con doña Melchora Núñez, la venerada. Este solo aspecto de su vida basta al honor de su memoria, ya que plasmar tantos virtuosos caracteres es obra de ciencia y de’ arte acreedora a toda ponderación.

Hay otra excelencia suya que a nosotros nos cautiva más vivamente: su devoción por la música …

Este anciano amable sólo respiraba porque el mundo daba sustento de sinfonías a su alma. Su hada madrina -la Harmonía- le fue fiel, en cambio, pues no le abandonó nunca, desde que lo meció en la cuna hasta que cerró los ojos. Culto más firme ni más exaltado que el suyo por el arte no ha habido quizá. Su corazón era una lira. Al sentirse mal, el viejecito decía «Sí, ya muero. Pero ¿y la música?» ¿Cómo comentar esta delicada preocupación por las cosas más sutiles del mundo? ¿Qué será de su amor sin él, o cómo irse al silencio infinito, dejándolo aquí?

Ya moribundo pidió a su hijo don Enrique, -inspirado artista también- que le ejecutara algunos trozos del hondo sensitivo Beethoven, su favorito. Y he aquí que don Pilar abandona el mundo en el cual lograra sin lastimar ni ensombrecer a nadie una tan sólida y suave gloria, como un Romeo, en los brazos impalpables y rosados de su amada, la Melodía.

¡Cuán completa y hermosa y dulce vida la suya! Fue un acorde perfecto, al cual no faltó ni sobró una nota, y cuya resonancia vibrará siempre en el fondo de nuestra alma.

Ricardo Fournier Quirós

5-IX-1922

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Los Dos Músicos
(cuento)

Yo los vi y lo recuerdo como si los estuviera viendo: ya al uno, a don Alejandro Cardona se lo tragó la tierra, la misma tierra que sin ser suya, defendió como un bravo y regó con su sangre generosa, la que lo guarda al lado de los valientes que se llenaron de cicatrices y gloria en la guerra nacional; y el otro, el Maestro Pilar Jiménez, aún vive, viejo pero fuerte y laborioso, siempre rebuscándose la vida como Dios se la depara y con el oído atento a cualquier grito, a cualquier chirrido, a los silbidos de los muchachos, al canto de los gallos, al gorjeo de los pájaros, a las mil armonías de la tierra y del cielo, de la que él ama con todo cariño y del que lo viene cobijando hace más de sesenta años ; con su cara sonriente y bondadosa, su cabellera rala y desgreñada, blanca ya. como el alma que encierra su pecho y como el pensamiento que acaricia su cerebro. Adora a su esposa, dignísima señora, tiene encanto en sus hijos, su gusto y legítimo orgullo, siente cariño entrañable por la patria, y su religión es la del trabajo y la del cumplimiento de su deber, pero tiene un vicio orgánico que lo domina por completo y que ni su hijo, médico notable, ni los saludables aires de su villa, ni su constitución de hierro han podido ni podrán vencer.- ¡Padece de música!- Morirá de eso, sin remedio, aunque tranquila y’ dulcemente.

Pues si señor, como les contaba, me acuerdo como si lo estuviera viendo.

Eran las siete de la mañana. El Maestro Pilar pasó apresuradamente, con un rollo de papeles de música bajo el brazo y su eterno paraguas frente a la casa de Cardona; éste acabado de levantar, se asomó en ese instante a la puerta.

-¡Adios, Maestro, por qué tan precisado!

-Voy a San Juan a cantar una misa y debo llegar a las nueve.

-Ya compuse el armonium. Me quedó muy regularcillo.

-¿A ver?

El Maestro Pilar se asomó a la puerta, Cardona se sentó al armonium y para mayor efecto principió los acordes de la preciosa Serenata de Braga.

Instintivamente el Maestro Pilar se fue metiendo a la salita, se arrimó a la mesa, cogió un violín que sobre ella estaba, lo acordó y se puso a tocar la bien conocida melodía, a la vez que Cardona entonaba o murmuraba la parte del canto.

Siguió el «Ave María» de Gounod, tras ésta, la bellísima canción «Si tu me amaras» de no se quién y esto y aquello y lo de más allá.

El armonium funcionaba de lo lindo, el violín no se daba punto de reposo. Cardona con el orgullo del mecánico hábil y la pasión del artista íntimo tecleaba con maestría, el Maestro Pilar hacía vibrar la caja del violín con toda la delicadeza de su alma de viejo niño, con todo el entusiasmo de su pasión y con todo el espasmo del vicio que lo va a matar, sin cuidarse 1los dos del mundo que los rodea, ni del calor sofocante, ni del sudor que corría por sus sienes, ni de la fatiga que invadía las articulaciones. ¡Música y más música! borrachera inmensa de notas y arpegios, de melodías y de estridencias; ebriedad sublime de inefables sentimientos, sangre del alma, rayo inmenso del noble pensamiento! Un par de locos admirables; encenegados en el vicio voluptuoso del sonido y en la crápula encantadora de la armonía.

-Dispénsenme un momento, dijo entrando la señora de don Alejandro, ya está puesta la mesa y el almuerzo se les enfría.

-¿Qué hora es,? exclamó el Maestro Pilar.

-Acaban de dar las once.

-¡Ah carachas!

Todavía lo están esperando en San Juan para la misa cantada.

Manuel González Zeledón
(Magón)

19-II-1901

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Elogio de un Maestro

Cuentan que Miguel Angel Buonarotti que en el ocaso de su vida majestuosa contempló un retrato suyo y tuvo esta exclamación reveladora: Ancora imparo.

El, que había sido con profunda inspiración y saber, poeta, pintor, escultor, arquitecto, sentía, siendo cumbre, que a su espíritu no había llegado la perfección suprema. En torno a su cincel había aleteado la más pura gloria, su brocha había estampado figuras soberbias sobre el cielo de la Sixtina, su inspiración había compuesto sonetos dulces y :vigorosos, y, sin embargo, había en su espíritu anhelo de aprender.

La misma exclamación de Miguel Angel la hemos oído vibrando en torno a los labios arrugados de este viejo músico a quien hoy nos hemos congregado a festejar. El ha llegado al ocaso de su vida llena el alma de una inquietud por ahondar en el mundo mágico de la música. Lo que lo tormentoso de la vida no le dio tiempo de aprender lo vislumbra ahora en la quietud de su vejez apacible y buena. Cuando en las noches lo hemos visto rememorando sobre el teclado del piano clásicos minuetos y romanzas, hemos pensado con cierta melancolía en él. ¿Por qué la vida no le dejó libres las alas para ir en busca de los· buriles taladradores de los secretos de la armonía? El nació artista y necesitaba crear música, majestuosa y serena, como ha sido su alma en el batallar cotidiano.

Mas la lamentación sólo podría asomar a sus labios, y no a los de los demás, a los que lo han visto ponerse al servicio de toda aspiración cierta nacida en espíritu distinguido. Porque esto ha sido don Pilar, un perenne buscador de almas ansiosas de cultivar la porción armoniosa que poseen. El que no tuvo quien lo buscara consagró su capacidad artística a perseguir espíritus para iniciarlos en la música. He dicho perseguir sintiendo que así expreso con exactitud esa virtud que nuestro músico ha llevado siempre en: lo alto como bolsa cazadora de mariposas brillantes. Allí donde ha oído sonar la armonía de una nota ha penetrado alegremente a llenar un pentagrama y a llevar un instrumento. ¡Cuántos no sabían que dentro de si poseían secretos armoniosos, y él se los descubrió, y puso en ellos entusiasmos, y fuéselos moldeando con la batuta mágica de su saber y de su amor!

¡Qué sorprendente ha sido el entusiasmo de don Pilar en busca del discípulo! Maravilla oír contar de su incesante trajinar por la carretera polvorosa o barrialosa, de día y de noche, llevando en un brazo el montón de instrumentos, en otro los métodos, en una bolsa el diapasón, en otra el atril, colgando de la cintura la llave de afinar pianos, en la frente una lira de luz de estrellas.

Y esas peregrinaciones las hacía diariamente hasta la ciudad o hasta el pueblo vecino, en donde había encontrado un discípulo para el piano, para el violín, para la viola, para el violoncelo. para el pistón, que no hay instrumento que guarde secretos para este músico que festejamos ahora en nuestros interiores.

Esta es fiesta del cariño y por eso nuestros corazones son liras órficas suspendidas en medio de una corriente de admiración que las hace tañer himnos puros y vibrantes. ¿Qué majestuoso desfile de visiones aladas pasará en estos instantes por los reinos musicales de don Pilar? Ahí lo vemos sentado, con su largo pelo blanco. ¿Rememorará las escenas de los días que ahora le hemos traído a su reflexión? ¿Dialogará con Beethoven, con Wagner o con Lizt? Ya él puede hacerlo, porque tiene conquistado el sésamo que abre las puertas de los alcázares donde dan su inspiración estos dioses de la armonía.

Pensemos con cariño en su vida; acerquémonos a su cabeza, tendamos al aire sus largos cabellos blancos y escuchemos la música sutil y melancólica que nos envuelve blandamente el corazón, porque todo él es lira vibrante que suena al soplo del cariño y de la admiración.

Octavio Jiménez

Octubre 1920

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Carta de don Ricardo

Sr. Presidente de la Junta de Educación de Guadalupe

Distinguido señor:

Agradezco sobremanera el benévolo comportamiento que usa conmigo la Junta de Educación de Guadalupe, de la cual es digno Presidente Ud. No son ustedes sino yo el obligado. Las representaciones hechas ante mí, en nombre del vecindario de esa localidad, dieron a mi gobierno la grata ocasión de emprender la construcción del edificio escolar cuyo feliz remate festejan hoy ustedes. Durante mi administración, ordené a veces el levantamiento de casas de escuela con el deliberado propósito de hacer subir el nivel de cultura de incipientes poblaciones. Ese no fue el caso de Guadalupe. Allí no había que disipar tinieblas circundantes, ni que transformar caracteres retrasados de los adultos. No había que mejorar, sino que evitar el deterioro de las cualidades tradicionales de los guadalupanos; y yo me dije que los niños de los hogares que han producido, por ejemplo un don Salvador Jiménez, mi maestro de venerada memoria, un filántropo como el Dr. don Daniel Núñez o ciudadanos como mis amigos los hermanos don Francisco y don Tomás Gutiérrez, probos, valerosos, que jamás buscaron en los campos políticos puestos ni medros egoístas, o un grupo de familia como el que fundó don Pilar Jiménez, cuyo nombre perdurará en el frontispicio de la nueva escuela y que se renueva y acrecienta manteniendo enhiestas las virtudes y excelencias de su sangre, bien merecen, en seguimiento de las huellas de los mayores, recibir sus primeras lecciones escolares, en las aulas amplias, sólidas de aspecto alegre y por las cuales se muevan profusamente el aire y la luz y que despierten el cariño de los niños por la escuela, su segundo hogar. Ese fue mi deseo de ayer, y este mi placer de hoy al saber que el deseo está cumplido.

De Usted y sus compañeros muy atento y seguro servidor,

Ricardo Jiménez

San José, 9 de diciembre de 1939

Edición acordada por:

 
Doctora Alicia Jiménez Acosta
Lic. Rodolfo Jiménez Carrión
Lic. Otón Jiménez Luthmer
Doctor Francisco Jiménez Rodríguez
Lic. Franklin Jiménez Sáenz
Revisada por el Dr. José J. Jiménez Núñez

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