Infancia y juventud de Roberto Brenes Mesén

Infancia y juventud de Roberto Brenes Mesén

Roberto Brenes Mesén

Roberto Brenes Mesén en 1897, antes de viaje a de estudios a Chile.

Nace Roberto Brenes Mesen en San José, el 6 de julio de 1874. En una página autobiográfica, publicaba en el Repertorio Americano él mismo dice de su nacimiento:

«hijo del amor, como decía Erasmo«.

Circunstancia a veces significativa en la vida de un hombre. Su padre fue Martín Brenes Córdoba, sastre de oficio, que reconoció al niño pero que murió a la edad de 35 años, cuando éste tenía poca edad. Cuentan anécdotas de la infancia de don Roberto que él conservó sólo un recuerdo de su padre:

«Caminábamos por una acera, era de mañana; me llevaba de la mano y me parecía que era muy alto y delgado. Iba yo jalando mi carreta y me volvía a verla de vez en cuando. Hacía gran ruido en las grietas de las baldosas de la acera: me la había hecho mi padre y era una lata de sardinas con un huequito en donde él me había atado una cuerda«.

Es la madre Elena Mesen Pérez, de inteligencia clara y de fina intuición para comprender el talento del hijo que pronto empieza a despuntar. Cuando el padre está ausente, es la madre quien constituye el universo del niño: es ella el abrigo, el consuelo, el recurso y la alegría de la niñez que transcurre sin conocer otros halagos. Pero también está la abuela materna, que vive con ellos en el «Barrio de la Merced». Se habla de la timidez del niño: quizá era más bien imaginativo, porque habitaba en su. alma el aliento creador. Y tenía una innata sed de aprender: alguna vez, a los tres años, se escapó de la casa, y tras buscarlo madre y abuela con inquietud por el vecindario. lo encontraron en la escuela, confundido entre las piernas de los niños mayores que asistían a ésta. De manera que, satisfaciendo su afán, aprendió a leer a los cinco años, en una escuelita privada del contorno de escuelitas de barrio, frecuentes por aquellos años.

Recorre luego las mejores escuelas públicas de San José, porque los parientes empiezan a interesarse por su educación a causa de las especiales recomendaciones de un director de escuela sobre la facilidad del niño para el aprendizaje. Es entonces cuando entra a tomar un papel especialmente importante en la vida del niño, y del joven después, su tío el licenciado Alberto Brenes Córdoba, hombre de letras, eminente abogado, magistrado más tarde y varón de singular rectitud y bondad. Don Alberto cuida espiritual y económicamente, con atención e interés paternal, por la culminación de su educación primaria y luego por la orientación intelectual del adolescente.

Cuando en 1896, don Miguel Obregón funda la Escuela Nueva, bajo una verdad innovadora para la época, el niño ingresa en ella y desenvuelve allí, incitado por el maestro hábil y estimulador, su gusto por la geografía y las matemáticas.

Al despuntar la pubertad, y al ser consciente el adolescente de la viveza de su inteligencia y de la habilidad de su memoria, su timidez inicial se va tornando en confianza en sí mismo y así su talento empieza a desplegarse tras la constante, y nunca abdicada, búsqueda del conocimiento. Así marcha de la timidez a la autoafirmación, y de la obediencia que lo había caracterizado, hacia un progresivo carácter independiente y fuerte. Ingresa al Liceo de Costa Rica, en el año de la fundación de éste: 1887, y cursa en el mismo su último año de escuela primaria, luego su enseñanza secundaria y enseguida sus estudios de magisterio, por medio de una beca que le otorga el director del Liceo, don Luis Schonau, en reconocimiento a su aplicación escolar. Así, pues, al cabo de tres años de estudios pedagógicos, Brenes Mesen se gradúa con el diploma de «Maestro normal» en 1892.

Entre tanto realizaba sus estudios, formales, desde los trece años, -adolescencia sedienta en aspiraciones de saber-, ha emprendido por cuenta propia la aventura dentro del conocimiento literario e idiomático. Así empieza el estudio del francés antes de que en el Liceo se lo enseñen sistemáticamente; ya a los quince años puede leer a «Cornéale» en su propia lengua. La biblioteca de su tío, y enseguida la Nacional, son la fuente de su autocultura. Al respecto dice el Lic. Brenes Córdoba:

«… también leyó con bastante fruto todos los libros de mi biblioteca —una de las mejores del país— marcando su preferencia por las obras serias y substanciosas. Clásicos latinos, griegos, franceses y españoles le atraían en particular«.

Su decidida inclinación a la lectura fue acaso el principal móvil que le impulsara al aprendizaje de las lenguas extranjeras»…

De esta sed, mejor decir pasión, de conocimiento, estaría siempre embriagado su espíritu inquieto: en su madurez la normó de una disciplina de desarrollo espiritual propio que lo llevó a niveles muy elevados de espiritualidad. Es interesante volver a las apreciaciones de su tío:

«… Roberto desde muy joven se entregó al estudio con verdadera pasión y a la lectura, su entretenimiento favorito. Cuando tendría algo así como unos 13 años me dijo el entonces Director de la Biblioteca Nacional D. Bernabé Quirós, que Roberto era el lector más asiduo que concurría a aquel centro … ha sido enemigo de toda clase de diversiones: ni sport, ni paseos, ni nada de lo que constituye las delicias de gran parte de la juventud«.

Los de 1890 y 1891, son años fecundos de auto-afirmación–en- este afán autodidacta: la «Vida de Jesús», de Renán, ejerce decisiva influencia en sus creencias religiosas y le invita a conocer las fuentes neoplatónicas del cristianismo. También el «William Shakespeare», de Víctor Hugo, es obra que lo incita a leer los más importantes en ellas citados. Así, pues, de las lecturas literarias, pasa a las filosóficas, que asimila con fruto y dentro de un criterio de universalidad. Es así como va adquiriendo don Roberto un bagaje de erudición humanística que, en el curso de los años, será vasta en casi todos los campos: el literario, el filosófico, el lingüístico, el histórico, el artístico y también el científico.

En el estudio de las lenguas se inicia pronto también, partiendo de su gusto y facilidad por el francés. El inglés comienza a leerlo en 1898; el italiano lo leerá con fluidez en 1894, cuando se entusiasma por el estudio de Leopardi, que será una de las fuentes primeras de su inspiración poética. Al conocimiento del latín, que había iniciado como estudiante del Liceo, se dedica con propósitos filológicos mientras hace su especialidad en Chile. Con igual propósito dedicará tiempo al aprendizaje de vocablos griegos y luego, estudiando las raíces indogermánicas, entrará disciplinadamente al estudio del sánscrito, que le servirá en su momento para comprender los términos de las filosofías Vedanta, Yoga y Sankya.

Más adelante, en 1903, para escribir sobre morfología en su «gramática», se propone estudiar alemán: con la disciplina que le es característica, imponiéndose la memorización diaria de un número de palabras, al cabo de dos meses puede traducir con relativa facilidad. También el portugués y el árabe ocuparon su atención y estudio, el primero para leer al fino poeta Eugenio de Castro.

Roberto Brenes Mesén

Referencias

VINCENZI, M. «Principios de Crítica, Roberto Brenes Mesen y sus obras«, Imprenta y Litografía Minerva, San José,C. R. 1918 p. 24.

BRENES CORDOBA, ALBERTO. Carta inédita a la señora Fresia Brenes de Hilarow. San José, C. R. 20 de febrero de 1937.

Fuente: Aprendamos con la República No. 538

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