Fisonomía de una Cultura

Vista por el Profesor Luis Dables Segreda

Nuestro dilecto e ilustrado amigo el Doctor don José Joaquín Caicedo, Ministro Plenipotenciario de Colombia, ha tenido la exquisita nobleza de reunir­nos hoy, en esta Sede de la Legación para imponer, sobre el pecho de un costarricense ilustre, la Gran Cruz de Boyacá que le ha sido conferida al Profesor don Joaquín García Monge, como honor altísimo, reservado apenas para Jefes de Estado o figuras de relieve universal.

Muchos y muy señalados homenajes han llovido últimamente sobre el frontal, ancho y sereno, de García Monge, pero hemos de confesar, con dolor, que todo lo interno ha tomado origen y ha siclo es­poleado por un olear que viene de lejos. Es allá, del otro lado de las fronteras de la patria, donde ha nacido y crecido este movimiento justisimo.

Y no es que se cumpla el refranero popular de que nadie es profeta en su tierra,por que García Mongo, fué, y sigue siendo, tenido en mucho en esta tierra natal. Pero sí que es también proverbial e innata la: indiferencia del costarricense por toda clase de ac­tividades tendientes a estimular la obra ajena.

Después de tantos banquetes, en círculos intelectua­tes y tan nutridos programas en centros de cultura, ha quedado flotando cierta dubitación en la con­ciencia de los escépticos.

Se preguntan: ¿Pero es García Monge, en realidad, el periodista máximo costarricense, que puede ser señalado como candidato para el premio Cabot?

Y las gentes inquieren: ¿ Dónde están sus sesudos editoriales que crearon clima a los procesos discuti­dos? Dónde sus polémicas briosas que marcaron rumbos a la opinión pública?

Quienes eso buscan, se sienten desorientados en cuanto al movimiento que empuja a García Monge, desde fuera, hacia el premio Cabot.

Yo no conozco exactamente el reglamento de ese galardón, pero sospecho que no puede decir, y no dice, cuál ha debe ser la clase de periodista a que ha de conferirse. Por eso mismo, dentro de la amplitud profesional, cabe hacer una serie de especializaciones.

A nadie se le ocurriría pensar que le fuese otorgado al periodista Jiménez, por ejemplo, y hasta se preguntarían las gentes quién es el periodista Jiménez. Sin embargo, hemos de confesar que uno de los primeros periodistas del país, y de los más constantes, ha sido don Ricardo Jiménez.

Sólo que nos hemos acostumbrado a mirarlo desde otros ángulos de su prolífica actividad mental y nos sorprende que, sin hacer profesión de periodista, pudiéramos señalarle en primera línea entre los tales.

* * *

Señalar al máximo periodista difícil es. Primero Pío Víquez y el General Villegas y Federico Proaño, o don Alfredo Greñas. Tres de ellos foráneos y dos de ellos precisamente venidos de esa noble tierra colombiana que nos ha dado tantos maestros. Después, quizá Ernesto Martín y Guillermo Vargas en sus tiempos mozos, Justo Facio siempre, Billo Zeledón a ratos, Rogelio Fernández en las agitaciones políticas, fueron ayer nuestros mejores tipos de periodista.

Quizá lo sean hoy Joaquín Vargas Coto, el cronista atildado y elegante, quizá Abelardo Bonilla, el más sesudo y documentado comentarista· de los sucesos nacionales o extranjeros, quizá Francisco María Núñez, el más acucioso e infatigable busca­dor de historias y tradiciones; quizá Rómulo Tovar, el hondo editorialista de otrora, seguramente Otilio Ulate, el joven luchador de limpieza insospechable y rectitud vertical.

Todos ellos podrían ser señalados, si el premio fuese para entre casa, pero viniendo de fuera, más ascendiente tiene y más arrestos cobra el nombre de García Monge.

Cabe entonces buscar en otra parte la obra perio­dística de García Monge, que ha siclo contemplada, desde fuera, como una antena del pensar americano.

Basta simplemente, a mi entender, con especificar el vocablo y limitarlo, para encontrar en García Monge al heroico y abnegado editor del ideario de América .

La forma latina editio significó parto, alumbra­miento y fue desprendida de la forma edo que dice lanzar, levantar en alto, exaltar. Editor fue entonces quien daba a luz y también el que levantó en sus manos la criatura.

García Monge no aspira a ser otra cosa que un editor, que eleva sus manos sacerdotales y muestra en ellas el parto glorioso de los otros, con un espíritu de dación y de desinterés que nadie podría rega­tearle. No es que esté ayuno de otros atributos al­tísimos, como costumbrista acertado, como profesor erudito, como conferencista elocuente. cómo político ideológico, pero es que tiene el rango de editor como el mejor y más claro de los. suyos.

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Como escritor ha sido poco fecundo: “EL MOTO” y “LAS HIJAS DEL CAMPO hacia 1900 y “ABNEGACION” hacia 1902, es decir, historias de los veinte años, cuando apuntaba el bozo en el labio y relamía las primeras amarguras del afán de crear.

Ninguna de ellas logró ser obra de gran valimiento y sí apenas iniciación y ensayo con toda la timi­dez del neófito en el templo de Atenea.

Pero sí tienen esas primicias una fuerza espiri­tual que les da relieve y es que, apartándose de la elegancia verbal de la “HOJARASCA” de Ricardo Fernández Guardia, del perfectismo del “PROSA” de Ernesto Martín, o del amanerado gramati­cismo de la “CHAMARASCA” de Don Carlos Gagini, se decide valientemente a buscar el sendero del patrio solar que apenas iniciaba, muy pobremente, Don Manuel Argiiello Mora con sus novelillas de “COSTA RICA PINTORESCA” y, un poco mejor, Magón con sus cuentos en “EL HERALDO” y Aquileo Echeverría con sus crónicas y primeras concherías.

Ese es valor positivo de la conquista literaria de García Monge, que sus ensayos son cosas del te­rruño, recuerdos del pueblo donde creció y se formó el hombre; netamente costarricenses, en que se mueven nuestros campesinos, sencillos, supersticio­sos, con un apego magnífico a sus costumbres pa­triarcales y una infinita conformidad cristiana.

Dijo entonces la crítica: “Las faenas campestres, las fiestas, las bombas del fandango, el pueblecito. los montes vecinos todo aparece allí tal como es, lleno de vida y con el acre perfume de las flores sil­vestres”.

Eso significaba un rompimiento definitivo con nuestra tradición de fin de siglo, una revolución contra los que pensaban, de acuerdo con la moda, que la belleza literaria habría de copiarse de Fran­cia o de España, pero que en la tierra, pobre y mezquina no existía ningún encanto digno de ser escrito.

Por ese sendero habían de seguir muy pronto Ricardo Fernández Guardia con sus “CUENTOS TICOS”, Claudio González Rucavado con “EL HIJO DE UN GAMONAL”, Jenaro Carona con “EL PRIMO” y Magón con “LA PROPIA” Y, en el campo del verso, el maravilloso y único Aquileo Echeverría con sus sagradas e inimitables “CONCHERIAS”.

Ese fue el camino que a García Monge, le había mostrado su madre, doña Luisa Monge de García, que le enseñó el encanto de las cosas del campo y de la vida sencilla de los campesinos, según confiesa después en su “MALA SOMBRA”.

Esa fue la enseñanza que aprendió del escribano de Desamparados, su padre, que mantenía lleno su despacho de campesinos que llegaban en busca de ayuda para sus pequeñas dificultades y a quienes deleitaba el niño Joaquín leyendo, con gracia y entonación, cuentos de “EL AMERICANO”, revista que su padre tenía en mucho y que ya es casi una indicación providencial del destino ele García Monge, por la actividad y por el nombre. Leyendo con ellos, y para ellos, fue sintiendo ese gusto de la buena lectura que había ele ser la directriz ele toda su exis­tencia.

La veta de cuentista se bloqueó brevemente, sin que tuviese más renacimiento que en “LA MA­LA SOMBRA”, hacia 1917.

Pero aquí, más maduro y más pensador, deja de contemplar el paisaje externo, las torres de la aldea, los techos de teja, las guarias del tapial para ahon­dar más en el alma de los campesinos, para vivir en más íntimo contacto con sus humildes tragedias cuotidianas: los proscritos del suelo que incendian su rancho y hacen los puños a quienes los expulsan. iluminados por el último resplandor del incendio. El que detiene la sierra, fatídica y ensangrentada, para sacar del agua a Filadelfo el ahogado. El hijo del borracho que acaba su cadena de miserias y vergüenzas pegándose un tiro.

Dolor, resignación, silencio, heroicidad sin glo­ria, santidad sin calendario.

Algo de Vicente Medina por lo hondo, algo d Azorín por el sencillo encanto para decirlo.

Aquí queda marcado ya el destino de este hombre que pudo ser un gran prosista y que no tuvo tiempo de realizarse porque el afán de editar el pensa­miento ajeno, para servicio de todos, le consumía horas y ahorros.

Tuvo, pues, el heroísmo de sacrificar sus ca. lidades de novelador, para consagrarse a enseñar la obra de los otros, que le pareció más interesante que cuan ta él podía crear.

Eso sólo es ya un gesto heroico de suprema hu­mil dad, y ele superación vertebral. Antes que bus­car la gloria para su nombre, se dedica a mostrar a los jóvenes los prestigios de las gloriosas figuras del pensamiento americano.

El gesto es digno de los varones de Plutarco de los héroes de Carlyle.

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Hay otro aspecto de García Monge que conocimos muy de cerca: el de profesor.

Tuve yo la clara dicha de ser su discípulo, cuan­do él recién regresaba de Chile y yo empezaba a subir los escalones del Liceo de Costa Rica. El sembró en mi conciencia enseñanzas de belleza, y de buen pensar que me dejaron este gusto por las letras.

Pero si todo ello fuese poco, diré que su cátedra siguió, y ha seguido siempre, tres directri­ces para producirse: Una tolerancia completa y sabia, que nos permitió expresar nuestras formas de pensamiento y desarrollar nuestras facultades, cons­truyendo nuestra personalidad sobre el propio an­damio.

Instruir es construir adentro con elementos de afuera. Educar es desarrollar los poderes internos para que se manifiesten en el mundo externo.

El comprendió bien esta diferencia. sustantiva y no se limitó a ser instructor, fue siempre un gran educador.

Nos enseñó también el sentido religioso de la li­bertad, como el único culto digno de toda consagra­ci6n y al cual hemos dedicado todas las fuerzas de nuestra vida, sin habernos situado nunca en oposi­ción a ella.

Y, para crearnos conciencia de ello, nos, adoctrinó el culto a los grandes varones de nuestra Amé­rica, poniéndonos en plática. directa con Bolívar, con Sarmiento, con Martí.

Con él aprendimos a levantar nuestro pensa­miento, en admiración fervorosa y en culto apasio­nado, a los claros varones que construyeron esta América libre y tolerante, que se mantiene vertebral y vigilante, a pesar de la intolerancia de los liberticidas.

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De la cátedra saltó Joaquín García Monge a la conferencia. No conozco otro costarricense que haya hecho más pláticas que este magnífico predi­cador de cultura y profesor de idealismo.

A obreros, a maestros, a campesinos, a estu­diantes, la palabra de García Monge ha ido señalando rumbos y abriendo horizontes, con una. pro­digalidad que asombra y con un desinterés- y una pobreza franciscana.

Mercader que no compró sino libros y no vendió más que libros. Que no hizo más comercio que el de ideas, y que ,como Bías, el sabio de Priene, no tuvo más capital que el de las suyas, y no vivió su vida sino para servirlas con lealtad. Pues. esa es la obra magnífica de este García Monge que se dedica a una sola empresa: la difusión de la cultura.

Que funda esa tribuna de “EL REPERTORIO” no por el narcisismo de oírse, no para emitir sus propias optniones, no para defender sus propias trin­cheras, no para sustentar sus propias doctrinas, sino para ponerse al servicio de todas las opiniones y de toda las doctrinas.

Es el mérito mayor de cuantos le correspondan, como gran difundidor y repartidor de ideas, como editor, que levanta en alto la urna de bronce en que humea el incienso santo de cuanto sacude la espina dorsal de América. Si él hubiese dado poco de su propia cosecha, no es por que su tierra sea estéril, sino por que abandona el propio surco, en un he­roico esfuerzo por darnos a gustar el trigo de otras sementeras y a probar el vino de otras viñas.

No hay en el país una obra de dación a la cultura y de renunciamiento a las propias vanidades que pueda igualar a la suya.

Yo pregunto ahora si la labor de periodista es otra cosa que una dación perpetua y un renunciamiento constante en el afán de hacer cultura?

El mejor periodismo es eso, y eso es lo que América debe a Joaquín García Monge.

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Todos los escritores de América, jóvenes o viejos, clásicos y modernistas, exaltados o serenos, hallaron alero en el silencioso mirador de “REPERTORIO” que es tribuna sin banderas, cátedra sin escuelas, templo sin doctrinas, abierto a todas las teorías, por los cuatro rumbos del horizonte.

Pero se habla ahora del “REPERTORIO”, por que celebra sus bodas de plata, que son ya en sí un mérito raro en país tan sordo para cosas espiri­tuales y, al hablar de él, se ponen de lado, y casi se olvidan, las otras mil facetas de esa gran campaña cívica que viene sosteniendo García Monge al trav­és de su vida. Primero con revistas como “VIDA Y VERDAD”, “LA SIEMBRA”, “LA AURORA” y “EL RAYO” y luego con folletos y cua­dernos de divulgación que fueron poniendo en ma­nos de maestros y de estudiosos una cantera de in­contables recursos.

García Monge fundó y mantuvo, por muchos años, la famosísima “COLECCION ARIEL” que fue una revista de exquisitas selecciones donde fueron desfi­lando los admirables cuentos de verano de Baumbach, los versos de amor y lágrimas de Gutiérrez Nájera, los discursos de oro de Zambrana, las enseñanzas del “Diario Intimo” de Amiel, el “Canto de las Horas” de Brenes Mesén, los sentidos versos de Isaías Gamboa, las biografías psicológicas de Sergio Persky, las exaltadas y rebeldes opiniones de Elíseo Reclus. Todo eso era editado hacia 1911 y en el 12 y en el 13 y en el 14 y en el 15 y en el 16 siguieron apareciendo, sin desmayos y sin eclipses, esos magníficos cuadernos de “ARIEL” con Lugones, con Maeterlink, con Ismael Enrique Arciniegas, con San Juan Crisóstomo, con José Nogales, con Ruskin, con Renán, con Manuel Ugarte, con las Homilías de San Basilio o los “Cuentos Infantiles” de Fernán Caballero. Con los ensayos de Pedro Emilio Coll y los de José Enrique Rodó. Con los discursos de Carducci o las evocaciones de Gómez Carrillo. Con Ingegnieros, con Eduardo Talero, con Tovar, con Alfaro Cooper, con Blanco Fombona, con Flaubert, con Unamuno, con Guido Spano. con Rubén Darío, con Juan Maragall, con José Martí, con Enrique José Varona, con Almafuerte, con Clarín, con Apuleyo, con Azorín.

Llenar la lista sería llenar el tonel de las Danaides. La obra es simplemente admirable. ¡Qué gusto cultivadísimo de editor¡ Qué acuciosa y de­tenida lectura de gran maestro ¡Qué paciencia be­nedictina del exquisito distribuidor de este licor de espíritu!

¿Y con qué recursos contaba? ¿Con qué colaboradores?

Sin imprenta propia, consumiendo sus ahorros en las imprentas ajenas. Con sólo un hábil seleccionador: García Monge, con sólo un erudito corrector de pruebas: García Monge, con sólo un activo rotu­lador: García Monge, con sólo un cuidadoso em­pacador: García Monge, con sólo un distribuidor diligente: García Monge.

Fraile de misa y olla no, por que la mesa fue siem­pre pobre. Campanero y predicador sí, por que la misión fue proyectada hacia el desinterés. Yo no sé como este hombre, de fe y de constancia, ha podido empujar hacia adelante una empresa que hoy nos sorprende cuando la vemos reunida.

Esta humilde “COLECCION ARIEL” llegó a alcanzar 92 cuadernos magníficos, en papel de lujo, bien impresos, con toda nobleza seleccionados.

Y a la “COLECCION ARIEL” siguen las “EDICIONES DE AUTORES OENTROAME­RICANOS” en que edita a Rafael Heliodoro Va­lle, a José Olivares, a Alberto Masferrer, a Arévalo Martínez, a Carmen Lira, a Santiago Argüello, a Rómulo Tovar, a Rubén Darío, a Fernández Guardia, a Gómez Carrillo.

Y luego las “EDICIONES SARMIENTO” en que publica estudios de André Gide y de Dimitre Ivanovich y de Cornelio Hispano y de Arturo To­:res Ríoseco.

Y después las “EDICIONES DEL REPERTO­RIO” y después el “CONVIVIO” con Eugenio D’Ors y Herrera Reissig y Lugones y Juan Valera, y Alfonso Reyes y Julio Torri y Enrique José Va­rona y Carlos Vaz Ferreira y Diez Canedo y Jesé Vasconcelost y Juana de Ibarbourou y Magallanes Moure.

Y después el “CONVIVO DE LOS NIÑOS” para recreo de escolares que se deleitan con los “CUENTOS A SONNY” de Pérez Triana y “LAS TARDES DE INVIERNO” de Pi y Margall y “LOS CUENTOS DE LA TIA PANCHITA” de Carmen Lira y la incomparable “EDAD DE ORO” de José Martí. Y sería obra de no acabar seguir enumerando esta. larguísima lista de folletos de se­lección literaria, filosófica, ética, pedagógica.

***

Dígase ahora si un editor de esta fecundidad, de esta resolución y de esta talla, es o no es una excelso difundidor de cultura y, por eso mismo, todo un señor periodista en el lato sentido de la palabra, y un gran patriota y un gran humanista en el sen­tido lato del concepto. Pero lo más admirable de­ todo es que al formar esta biblioteca de sus edicio­nes innumerables no torna bandería ideológica que estruje opuestas ideologías, ni se sitúa en caminos e intransigencia, ni sirve a propagandas políticas o sociales.

Es absolutamente y sinceramente y plenamente ­ecléctico, como quería Cousin. Es un hombre de gusto exquisito que lee y selecciona y aconseja y guía dentro de una tolerancia. ejemplar, sin buscar me­dro económico, ni cortejar la popularidad.

Es una obra de abnegación y sacrificio encaminada hacia el imperio de la belleza universal y del pensamiento elevado.

He dicho mal y debo retractarme: Sí fue intolerante en un sentido, en cuanto se refiere a fustigar a los sátrapas y tiranuelos de esta América, todavía atormentada por sargentones sin conciencia. No hubo uno solo de ellos que no sintiese el latigazo de­ “REPERTORIO’ cruzar su rostro maldecido.

En eso fue, como Montalvo, intransigente e ira­cundo. Toda colaboración de los perseguidos políti­cos que los diplomáticos proscribían de otros países, tenían en la libre Costa Rica un campo libre para pronunciarse.

Ningún dinero alcanzó para cohechar a “REPERTORIO”, ni ninguna amenaza para acobardarlo. GARCIA MONGE ha sido todo un macho en cuanto a la defensa de la libertad, adentro y afuera del país.
Cuando la tiranía de los TINOCOS la Escuela Normal que él dirigía sentó la más vigorosa y va­liente protesta. Sus aulas fueron clausuradas y los que allí trabajábamos como profesores fuimos perse­guidos y encarcelados.

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Esa condecoración altísima que hoy se le entrega, y tantos otros honores que ya tiene recibidos y se­guirá recibiendo, no le acrecen una pulgada en su estatura mental, ni podrían sacarle de su modestia y su sencillez habituales.

Todos los honores llegan a él sin ruido, no empujados por influencias de arriba, sino por los rectos caminos de justo respeto a una probidad in­telectual hecha de acero.

El las recibe también sin ruido, sin otra pose que la actitud serena con que viene moviendo su escoplo, a lo largo de su vida, para esculpir en el árbol de la patria la fisonomía, de una cultura.

San José, Costa Rica, Borrasé, 1944

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