Ma. Eugenia Dengo de Vargas

El libro presenta, en su aspecto argumental, una sencilla trama que se desarrolla en el transcurrir de pocos días: a partir del momento en que Lázaro retorna a Betania. Sin embargo, aunque el episodio es breve en su mismo acontecer, sólo puede entenderse en su profundidad temporal, pues significa una continua relación con el pasado: Lázaro vuelve para reconocer el ámbito que a su cuerpo le era habitual, y parece que lo hace con el fin de encontrarse a sí mismo en aquel sitio lleno de recuerdos, sólo físicamente vividos. Y hay, por eso, una constante referencia a hechos pasados: la resurrección de Lázaro, la última cena, el momento en que María de Betania ungió, entre sus cabellos, los pies del Maestro, lo que ella ha hecho después de la crucifixión de Cristo, lo que Lázaro ha visto y lo que en su total existencia le ha acontecido. La referencia no es sólo hacia un pasado próximo, sino también hacia un tiempo extenso que se remonta y se pierde en lo indeterminado.

El nudo argumental de la obra consiste en una tesis muy personal del autor: la resurrección de Lázaro ha sido sólo física; espiritualmente se ha operado en él un segundo nacimiento, pues otra conciencia ha sido enviada a dirigir su cuerpo. Literariamente considerado, es el centro alrededor del cual todo gira, pues de ahí viene el hecho de que Lázaro se nos presente como un ser en conflicto, para lograr la integración y armonía de su dual naturaleza. Ahí se origina y se explica la característica temporal a la que hacíamos mención. Y también de ahí se desprende el motivo amoroso que corre paralelamente con el asunto central.

Desde un ángulo filosófico-psicológico encontramos que el renacer sirve de símbolo de lo humano, como una eterna posibilidad del espíritu, que sólo puede darse en la abertura del hombre hacia su interior, tanto en el aspecto individual cuanto en el histórico cultural de los pueblos. La lucha de Lázaro por conocerse representa el empeño más legítimo del hombre. Un misterio es en sí todo individuo. Cuando, por los caminos de la interioridad, puede al fin llegar al conocimiento de sí mismo, es como si su conciencia naciera a la luz de un nuevo día. Y es entonces cuando se le ilumina la comprensión de la existencia y del universo todo. Es lo que sucede a Lázaro tras la escena del Cenáculo, luego de haber narrado a Sara quién es: se posesiona realmente de sí mismo, se comprende con claridad (comprensión que completa en el pasaje de la cueva y con la visión del Maestro en el santuario) y tiene entonces una “videncia” de lo trascendental. En este momento “el misterio de su vida se ha resuelto en dos prodigios: acaba de saber quién es él, por qué se halla en ese cuerpo, qué ha venido a hacer al mundo precisamente cuando el Maestro estaba para alejarse de él. Segundo prodigio es la certidumbre de que posee una extraña videncia”. .. .”Todo el Universo va haciéndosele transparente”. 1

Hallamos que éste es un contenido conceptual frecuente en la obra de Brenes Mesen (lo que muestra la unidad de la misma) y que forma parte muy importante de su concepción filosófica del hombre en relación con lo divino universal. En otro lugar, por ejemplo, nos dice que “los dioses guardaron sus misterios en la secreta cámara del corazón del hombre”.2 Quiere decir, por tanto, que el autoconocimiento conduce al conocimiento de la realidad.

Lázaro ejemplariza, por otro lado, el más arduo combate que el hombre puede realizar: el de sí mismo, aquél que se libra por conquistarse (que implica conocerse) y por dominar la poderosa naturaleza instintiva. El autor lo toma como símbolo (concertado en el centauro) de la dualidad existente en lo humano, es decir, entre el espíritu y el cuerpo. Esa dualidad debe ser superada por los actos libres de la voluntad para alcanzar la verdadera unidad. Esto queda mostrado en la última escena que hay entre Lázaro y María, que es como bautizo de fuego para él: la prueba máxima a la que se le somete para que, ganándola, logre hacerse dueño de todo su ser.

Mas el libro alienta una fe optimista de que en estas luchas el hombre no está solo ni desamparado: por más que sea él mismo quien con absoluta resolución deba emprenderlas, siempre hay una luminosa Presencia que lo guía.

Y, finalmente, quién sabe si el autor no ha querido también simbolizar en esto, tras los recursos de oculta-miento que conllevan las vestiduras literarias, su propio acontecer espiritual.

Como ideológico trasfondo encontramos que Brenes Mesen responde, aquí como en casi todas sus obras, a corrientes doctrinarias de filosofías hindúes, interpretadas personalmente y acomodadas a su pensamiento de hombre occidental.

Retomemos la obrita en su lado literario para señalar algunas anotaciones que pueden ayudarnos a su comprensión.

Como primer dato encontramos que los asuntos bíblicos han ejercido un especial atractivo en el autor: en su temprana producción (en el último año del siglo XIX) el tema de la resurrección de Lázaro le sirvió para expresar en verso una tesis positivista que es, por tanto, muy distinta a la que este libro presenta, pero hay ciertos rasgos externos comunes: el sentido profético depositado en Lázaro y la profundidad visionaria de sus “soberbios ojos” 3. Juan y Jesús, de esta misma época, contiene la ideología del escepticismo que en aquel momento lo caracterizaba.4 El tema de Salomé, que en el Lázaro de Betania aparece como subsidiario, constituye de por sí un poema de Hacia nuevos umbrales 5. También en ese poemario La voz de Magdala 6 lo utiliza para comunicar un pensamiento místico. De semejante contenido es un poema de época muy posterior: Samaritana 7. En cuanto al Cantar de los Cantares, del cual inserta un fragmento en el Lázaro, tiene el autor una traducción precedida de un cuidadoso estudio 8.

Como segundo dato, observamos que el autor busca, deliberadamente, colocar a sus personajes en el ambiente que les es propio. Es un acto creador en que la fragancia del aire, la intensidad de la noche, la tierra toda en su faz física y en su florecer son un mundo inseparable del hombre en cuanto que es él quien, al incorporarlas a su existir, les da sentido; en este caso, un sentido poético. Así, el ambiente (ya sea paisaje, ya sea interior) constituye parte esencial del relato: es la silenciosa proyección de lo humano hacia las cosas para penetrarlas y sentirlas.

Para darle el entorno se sirve de los siguientes recursos:

1. Da preferencia a la descripción. Los rasgos descriptivos son constantes y mucho más frecuentes que los narrativos, aunque éstos también se hallen en especial cuando se produce el diálogo. El autor se detiene, con sensorial deleite, en describir detalladamente la hora del día (por ejemplo la tarde), el lugar (el santuario en el monte, o la casa de Sara o de María), los objetos (las frutas en la cena de Lázaro, la “lámpara de aceite”, el “vaso de arcilla” o “la mesa de nogal”).

2. Hay abundantes notas sensoriales que ayudan a la descripción y, por tanto, a crear ambientes. Generalmente estas notas son olfativas: “suspiro de nardos que viene de aquella cámara”, “fragancia del Líbano”, “cedro oloroso”, etc. También hay un continuo referirse a árboles, flores, frutos y telas que se muestran en la técnica elaborativa de sus metáforas, por ejemplo: “los duraznos son de un rosado encendido, mejillas son de vírgenes de Jerusalén”, la mujer “es bella como una rosa de los vergeles de Jericó; sus miradas son dulces corno pasas de Engadí”. 9

3. Hay un uso de vocabulario especialmente escogido y de nombres geográficos que evocan una atmósfera exótica: “cojines de Damasco”, “delicado lino de Arabia”, “manto de púrpura de Babilonia”, etc. Las referencias y los nombres bíblicos se conciertan en el intento de procurar un mundo propio para la obra: citas de los Salmos (como recurso de recogimiento) y del Cantar de los Cantares (como motivo erótico).

4. Los notas líricas, que aparecen proyectadas en las imágenes, son frecuentes: “Es una arábiga diadema de plata el fragmento de luna suspendido allá lejos, sobre las tierras de Emaus”. 10 Es curioso advertir que, con todo y que el relato casi siempre produce una sensación de reposo, las imágenes son, por lo general, de movimiento: “un silencio echa a andar, con pasos de luna, por delante de ellos” 11; “sus pensamientos aun vuelan errantes” 12.

Como aspecto final hallamos a los personajes incorporándose a ese mundo que, como marco vital, va forjándose simultáneamente alrededor de ellos. Como presencia que inunda y domina el pensamiento de la obra, está la figura del Maestro: hay siempre paz y beatitud cuando aparece; el aire tórnase luminoso; su evocación tiene, en el último momento, la potencia de redimir y salvar.

Notas:

1. Lázaro de Befania, 1959, pág. 42. MEP
2. En Casa de Gutemberg, 1945, pág. 5.
3. Profecía de Lázaro, en el libro En el Silencio. 1907, pág. 10
4. En el Silencio, 1907, pág. 32.
5. Hacia nuevos umbrales, 1913, pág. 47.
6. Hacia nuevos umbrales, 1913, pág. 95.
7. Poemas de Amor y de Muerte, 1944, p¿g. 41
8. Himnos de Akhnaton y Cantar de los Cantares. Ediciones del Convivio, San José, 1946.
9. Lázaro de Betania, 1958, pág. 24. MEP
10. Lázaro de Betania, 1959, pág. 19. MEP
11. Lázaro de Betania, 1958, pág. 24. MEP
12. Lázaro de Betania, 1958, pág. 70. MEP

Roberto Brenes Mesén

Roberto Brenes Mesén

NOTA SOBRE EL AUTOR

 
ROBERTO BRENES MESEN es un costarricense a quien debemos conocer y apreciar en sus altos valores. Su vida fue ejemplo del mayor ajuste dado entre el pensamiento creador y la acción, pues se propuso, con enérgica voluntad, realizar los principios ideológicos que sustentaba. El mensaje de su obra se cifra en la convicción de que el hombre posee en su interior la raíz de toda grandeza y que, por tanto, el existir debe ser continuo evolucionar del espíritu en busca del conocimiento de su esencia. Su obra misma encarna lo que en su concepción sostiene: los valores estéticos de la poesía son los más directos caminos para aspirar a la verdad.

Sus ideas y su actividad vital han repercutido hondamente en la cultura costarricense: es por eso que su obra no puede abandonarse al olvido. Fue un innovador en varios campos:

1. En educación, con su trabajo de rigor técnico y con las nuevas tendencias que contribuyó a introducir y de las cuales dan muestra sus Programas de Educación Primaria. Pero no sólo eso: ante todo fue, como profesor, un inspirador de fecundas inquietudes entre los jóvenes.
2. En los estudios lingüísticos fue el primero en el país que, muy a principios de siglo, laboró bajo el intento de elevarlos a nivel científico: como ejemplo tenemos su Gramática Histórica y Lógica de la Lengua Castellana.
3. En la poesía introdujo en nuestro medio el modernismo, con su consiguiente revolución expresiva. Su obra poética se caracteriza por el esmero y cuidado de la forma pero, a la vez, por una marcada tendencia a la comunicación conceptual.
4. En el aspecto filosófico es la figura representativa del movimiento que podríamos llamar “idealismo espiritualista costarricense”. Casi todas sus obras, por su contenida ideológico, corresponden a esta corriente.

También se distinguió por su interés y actividad en los asuntos de mayor importancia nacional: esto lo hizo participar en el periodismo con destreza y altura en la polémica.

Fue trabajador incansable: su extensa producción literaria abarca la poesía, el ensayo filosófico y filológico, la crítica literaria, el artículo de periódico, la conferencia, etc. La Estrella Doble (1901) y Lázaro de Betania (1932) son sus dos únicas obras novelescas: la última, que se presenta en esta edición, reúne en sí lo argumental dentro de un pensamiento poético y una aspiración mística.

Ma. Eugenia Dengo de Vargas

Fuente: Lázaro de Betania, Edición MEP, 1959

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