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La Batalla de Santa Rosa

La Batalla de Santa Rosa
20 de marzo de 1856

Pronto se tuvo noticia de que el Gobierno de don Patricio Rivas había declarado el 11 la guerra a Costa Rica, y de que fuerzas de Walker, con el propósito deliberado de batir al ejército costarricense en su propio territorio, habían pasado la frontera.

En consecuencia, la columna de vanguardia se puso en marcha en seguida para rechazar al invasor, y después de penosa jornada que renovaba las fatigas de una larga expedición desde el interior, en la tarde de aquel mismo día, los filibusteros fueron sorprendidos en la hacienda de Santa Rosa, a seis leguas de Liberia.

El jefe de aquel cuerpo, General don José Joaquín Mora, dio cuenta del brillante triunfo obtenido allí, en los términos siguientes:

«El jueves 20 del corriente, con noticia de haber visto a Hos fílibusteroi en el llano del Coyol, me puse en marcha con la columna que saqjué de Liberia».

«Mucho costó conducirlos dos cañoncitos de a tres, poir lo quebradu e impracticable del camino».

«Tomamos un filibustero que procuró engañarnos, guiánddonos hacia el enemigo por un lado enteramente opuesto a aquel en que se hallaba, pero desconfiando de él, quise, antes de seguirle, registrar el llano del Coyol. Següimos la marcha y a corto trecho descubrimos huellas de botas en un camino que conduce a la hacienda de Santa Rosa. Mandé a un ayudante adelantarse para observar las casas de dicha hacienda y tornó con la razón de estar allí el enemigo».

Caballería guanacasteca

Caballería guanacasteca

«Seguimos un callejón orillado de árbles a cuyos lados se extendían lomas de poca altura, cubiertas de espesa breña».

«Al salir del callejón vimos, tendida a nuestros pies, la plazuela de dicha hacienda; formada por un valle hondo y limpio, circundado por colinas de poca elevación, pero escarpadas».

«Los corrales de la hacienda, cerrados con cercas de piedra, empiezan como a la mitad de la falda de una de las eolias situadas al frente del callejón hacia su izquierda y rodean las casas que cupan la altura, pero que están dominadas por la cumbre de la colina, a corta distancia y cubierta de breña».

«Tienen las casas un gran patio, tamlién cercado, a la derecha, y en Ja falda de la colina hay una quesera. A cotinuación de la altura, ligándola con la inmediata, corre una limpia loma, al frente del camino que seguimos. La línea que debía correr mi gente para ligar a las casas es precisamente de una milla».

«En vista de la posición, di mis órdeies para el ataque, concebido ya de antes sobre el exacto plano que el mayor don Clodomiro Escalante me había presentado para el caso de tener que batir allí al enemigo».

«El Coronel Lorenzo Salazar, con doscientos ochenta hombres, debía atacar el frente, la izquierda y el flanco derecho de la casa; seguíanle por ese lado (el más practicable) los dos cañoncitos, dirigidos por el Capitán Mateo Marín».

«El Capitán José M. Gutiérrez, con doscientos hombres, debía flanquear la izquierda por fuera de las cercas y tomar posición a la espalda de las casas, sobre la cumbre de la colina».

«El escuadrón de caballería quedó formado en el callejón hasta recibir la orden de cargar al enemigo, cuando se le desalojara de sus posiciones.

«La tropa de Moracia, en número de doscientos hombres, la formé en batalla en el callejón para cubrir la retirada en caso necesario.
«Listo todo, mandé desembocar por el callejón a la tropa formada por columnas. Nuestros soldados al son de las cornetas que tocaban a degüello, marcharon a la carrera, acudiendo cada cual al puesto señalado.

«Los filibusteros no hicieron ni un tiro; nos aguardaban de cerca, con la esperanza de que su primer descarga nos derrotaría. Tampoco los nuestros dispararon hasta hallarse a veinte varas del enemigo. Rompieron entonces un fuego sostenido que duró tanto como tardaron los costarricenses en llegar a las cercas. Desde este instante, sólo los piratas dispararon. Los nuestros saltaban a los corrales, sin que el mortífero fuego que sufrían bastara a detenerlos.

«Allí murió el valiente oficial Manuel Rojas. Una vez dentro no hubo ya esperanza para los malhechores; el sable yr la bayoneta los hacían trizas y ellos, aterrados, ni atinaban a ofender con sus; tiros.

«Así fueron rechazados hasta las casas¡ donde se encerraron al tiempo que la gente del Capitán Gutiérrez, posesionaida ya de la altura, los cercaba. En estos momentos pereció el Capitán Manuel Quirós, herido al saltar la cerca del patio. Sus últimas palabras fueron dirigiedas a sus compañeros de armas: Entren ustedes, les dijo y expiró. Señalóse taambién en el asalto del patio el Ayudante del Coronel Salazar, Joaquín Ortiz, quien con su espada mató dos bandidos, teniendo la suerte de quedar ileso.

«Di la orden de ataque a mi caballeríáa, pareciéndome que no tardaría en llegar sino el tiempo necesario para desalojan de su guarida a los filibusteros.

Pero viendo al llegar que no era tiempo aún, marchó a formarse a la loma del frente aguardando el momento oportuno.

«Todo esto pasó en cinco minutos.

«Ya empezaba a obrar la artillería: el Capitán Marín’ disparó sus cañones contra el costado derecho y frente de» la casa, abriendo brechas; pero esto sólo sirvió para enfurecer más a los forajidos, que avivaron el fuego.

«Impaciente el Coronel Salazar, corrió, exponiéndose a servir de blanco al enemigo, para preguntarme si, para librar de ser diezmada su gente, podría poner fuego a la casa de un propietario costarricense. Inquieto al verlo venir, temiendo que estuviese herido, me adelanté a su encuentro, y le di el permiso que pidió; retornó a dar la orden a sus soldados, que la recibieron dando gritos de alegría. Mas no hubo tiempo. El arrojado Capitán Gutiérrez, olvidando la orden que tenía, entró a la casa, y adelantándose hacia un establo atrinche¬rado y erizado de rifles, con pistola y sable en mano, murió desgraciada y prematuramente. La ira que su muerte causó a los soldados fue tal, que nada bastó a contenerlos. La casa fue invadida por todos lados, y los filibusteros, hallando salida por la altura que debió cubrir el malogrado Gutiérrez, huyeron en tropel, y aunque perseguidos y diezmados por todas partes, lograron muchos escaparse. Entonces mandé a la tropa de Moracia se dispersase en guerrillas por la colina, a la izquierda del callejón, para aprisionar a los fugitivos que tomaran por allí».

«Desde el principio de la acción, al ver a nuestra tropa apoderarse de los corrales, varios jefes filibusteros montaron a caballo y huyeron sin poderlos alcanzar ni dañarles.

«Al dispersarse el enemigo, la caballería de Moracia anduvo tarda en perseguirle, a pesar de mis órdenes y de los esfuerzos del Coronel Salazar. Sólo el capitán Estrada, seguido de sus pocos lanceros, le cargó, matándole un sólo hombre, pues favorecido por la inacción de la caballería, y lo cercano de la espesura del monte, se aprovechó de tan favorables incidentes.

«Considerando las dificultades que el lugar de la acción presentaba, he hallado alguna disculpa al Comandante del escuadrón.

«A los 14 minutos, contados desde la primera descarga, se hallaba mi tropa formada en el mejor orden y en tranquila posición de Santa Rosa.

«Señaláronse en este memorable día, además de los buenos oficiales que perdimos, el ya citado Joaquín Ortiz, el Mayor Clodomiro Escalante, los Capitanes Carlos y Miguel Alvarado, (habiendo recibido este último tres heridas de rifle que le rompieron la ropa, rozándole el cuerpo), Vicente Velarde, Mateo Marín, Santiago Millet, Joaquín Fernández, Felipe Ibarra y Jesús Alvarado, el Ayudante Macedonio Esquivel y, en general, toda mi lucida oficialidad».

«Hubo entre los soldados notables rasgos de valor; pero tan comunes a casi todos, que sería imposible enumerarlos».

«He tomado al enemigo diez y ocho rifles, un fusil, cuatro cajas de parque (que, según declaración de los prisioneros es cuanto tenían) las pistolas, paradas, piezas de equipaje, etc., que cedí a los jefes y oficiales que las tomaron, varios caballos y muías, todos sus papeles y un grupo daguerrotipado, con los retratos de varios jefes de la gavilla de bergantes».

«Todo cuanto tenían, en fin, ha caído en poder de mi gente».

«Los muertos del enemigo que pude reunir, llegaron a veintiséis y muchos deben de haber acabado en lo espeso del monte. Prisioneros hasta hoy, diez y nueve. El resto hasta cuatrocientos hombres que, según los prisioneros, entraron en acción, se entregará o morirá de sed y hambre en los montes. Los persigo por todas partes y el Mayor Domingo durillo, apostado en Sapoá con respetable fuerza, les cortará el sólo camino p:a ellos practicable.

«No puede darse una victoria más completa, gracias al valor de mis soldados».

«Nuestras pérdidas, según las listas, ascieden a cuatro oficiales y quince Idados muertos».

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El mando de la columna invasora estaa confiado al Coronel Louis ichlessinger, quien hacía poco había regresado de Puntarenas.
Walker dice que Schlessinger llegó a Sana Rosa ya tarde la víspera del combate, con sus hombres hambrientos y cansdos por una larga y penosa marcha, y que poco antes de la hora en que ib a pasarse una revista, Schles¬singer fue tomado enteramente por sorpresa pr la vanguardia del ejército costarricense, consistente de unos quinientos honbres, y que, en la confusión, no pudo ser hallado Schlessinger; que en cinco ninutos toda la fuerza se puso en la más confusa retirada, y en vano hicieron isfuerzos los oficiales para que los soldados volviesen e hiciesen frente al enenigo, porque el pánico era tal, que encontraron pocos que quisiesen escucharlos y seguirlos (1).

El Nicaragüense, periódico de Walker, djo, entre otras cosas: «No se encuentra un hecho semejante en la historia de los ejércitos americanos, a no ser el saqueo de la ciudad de Washington. Todas las ventajas de tiempo y de lugar estaban a nuestro favor, todo contribuía a ganar la batalla; pero ninguna de estas ventajas, ni todas juntas, nos libraron de una cruel y vergonzosa derrota».

El Presidente Mora dio, el 21, en Liberia, una proclama, y el 24 el Vicepresidente Oreamuno dio otra en San José, ambas felicitando al ejército. El respetable ciudadano don Manuel José Carado, Ministro de la Guerra, si bien no opinaba por la expedición a Nicaragua, dijo, en una nota al Subsecretario, don Rafael G. Escalante, publicada al mismo tiempo, lo siguiente: «No podía esperarse otra cosa del denuedo y decisión del valeroso ejército de Costa Rica, que el Excelentísimo Presidente tiene la gloria de mandar, ni podía creerse que a otro jefe le tocara la de dar el primero y más decisivo golpe al enemigo, sino al intrépido y valeroso General don José Joaquín Mora, honor y esperanza del ejército de Costa Rica.

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El desastre del Guanacaste hizo a Walker resolverse a llevar a Rivas el grueso de las fuerzas americanas. No sabía el efecto que la derrota de Santa Rosa pudiese tener en el ánimo de los hijos del país, ni hasta qué punto pudiese debilitar su confianza en el poder de los americcanos para defender al Estado de sus enemigos. Se dieron las órdenes al efetco, tomando, al propio tiempo, las disposiciones necesarias para trasladar el Gobierno a León (2).

Bonos que emitió William Walker para financiar su empresa bélica

Bonos que emitió William Walker para financiar su empresa bélica

Schlessinger, acusado de cobardía, fue somtdo a consejo de guerra y sentenciado a muerte; pero escapó durante el proceso, faltando a su palabra, y se fue a Costa Rica, dende veinte años después —dice James Jeffrey Roche—, aparece reclamando gratificación por el servicio rendido al Estado en aquella ocasión (3).

(1) La Guerra de Nicaragua, por el General William Walker, Managua 1884, folio 68.
(2) La Guerra de Nicaragua, por el General William Walker, citado, folio 68.
(3) The Story of the Filibusters, by James Jeffrey Roche, London, folio 101.

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